domingo, noviembre 27, 2022

«Rostros de una desaparecida», de Javier García Bustos

Tres fragmentos



 

Mi madre y mi abuela, Rosa y Olga del Carmen Reyes, escuchaban la radio Cooperativa –en la cocina siempre había una radio–, y desde que tengo recuerdos estaba la televisión encendida. En cualquier momento una noticia donde el nombre de Sonia Bustos podía ser pronunciado por Sergio Campos, Manola Robles u otro periodista. Mi abuela llamaba por teléfono a Manola Robles, y la periodista escuchaba a la mujer que había perdido a su hija.

A veces pienso que mi madre sintoniza sagradamente, a la hora del almuerzo y en la noche, la radio Cooperativa y el noticiero de la televisión porque guarda la secreta esperanza de que algo ocurra, que un «extra noticioso» pueda entregar una lista verdadera que incluya el nombre de su hermana.

También imagino que algún día podríamos recibir una encomienda con una serie de cuadernos que contengan las memorias de mi tía. Su diario personal escrito en un lugar remoto. Una especie de Mi lucha, del escritor noruego Karl Ove Knausgård, con historias que narren lo que vivió en forma paralela a nuestras vidas. Páginas que, con su letra, me cuenten sus aventuras, caídas, anécdotas, viajes.

«La vida es sencilla para el corazón: late mientras puede», así arranca La muerte del padre, la primera entrega de la serie de Knausgård.

Pero, nuevamente, las preguntas se repiten: ¿Cuándo y cómo murió Sonia? ¿Dónde quedaron sus restos? ¿En qué minuto de qué día, mes y año, dejó de latir para siempre su corazón?


*       *       *


Sonia Bustos estuvo detenida en Londres 38, José Domingo Cañas y Cuatro Álamos. El fallo judicial afirma que «a la víctima de esta causa se le pierde todo rastro en una fecha que debe situarse, por los antecedentes de esta investigación, en el mes de octubre de 1974».

¿Qué viene después? Un enorme vacío. 

«Durante mucho tiempo nadie advirtió mi desaparición», escribe la autora polaca Olga Tokarczuk en su novela Los errantes. «Con el paso de los años, el tiempo se ha ido convirtiendo en mi aliado, como lo es para todas las mujeres: me he vuelto invisible, transparente. Puedo moverme como un fantasma», anota en otro momento.

Al leer las palabras de Tokarczuk pienso: ¿Y si yo soy ella? Y si yo soy a ratos mi tía, el amanuense olvidadizo, el sobrino distraído que solo copia al dictado de la mujer desaparecida. La secretaria fantasma convertida en la voz que dicta desde un más allá su vida inconclusa al copista que digita sus señales en el siglo XXI.


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Mi madre me cuenta, mientras vamos en auto rumbo al norte, yo al volante y ella a mi lado, en un trayecto de la carretera donde no se ve un alma, como si el recuerdo brotara de la inmensa soledad, que muchos años después de la desaparición seguía viendo el rostro de Sonia en otras personas. Los rasgos de un ser querido moldeados en la multitud. La veía y desaparecía. La veía y desaparecía.



Publicado por Overol, 2022
















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