A menudo, a la experiencia visionaria negativa la acompañan sensaciones corporales de tipo muy especial y característico. Las visiones beatíficas están asociadas, generalmente, con una sensación de separación respecto del cuerpo, de desindividualización. (Sin duda esta sensación de desindividualización es la que permite que los indios que practican el culto del peyote utilicen la droga no sólo como un atajo para llegar al mundo visionario, sino también como un instrumento para crear una solidaridad afectuosa dentro del grupo participante). Cuando la experiencia visionaria es terrible y el mundo se transfigura para peor, se intensifica la individualización y el visionario negativo se encuentra asociado a un cuerpo que parece volverse gradualmente más tenso, más compacto, hasta que por fin se haya reducido a ser la conciencia atormentada de una masa de materia condensada, no mayor que una piedra que cabe entre las manos.
Vale la pena señalar que muchos de los castigos descritos en las diversas reseñas del infierno lo son de presión y constricción. Los pecadores de Dante están sepultados en lodo, encerrados en troncos de árboles, congelados en bloques de hielo, triturados bajo rocas. El Infierno es psicológicamente auténtico. Los esquizofrénicos, y aquellos que han ingerido mescalina o ácido lisérgico en condiciones adversas, padecen muchos de sus tormentos.
¿Cuál es la naturaleza de estas condiciones adversas? ¿Cómo y por qué el cielo se transforma en infierno? En algunos casos la experiencia visionaria negativa es el resultado de causas predominantemente físicas. La mescalina tiende a acumularse en el hígado, después de la ingestión. Pero lo más importante para nuestros fines actuales es el hecho de que la experiencia visionaria negativa puede ser inducida por medios puramente psicológicos. El miedo y la cólera bloquean el camino del Otro Mundo celestial y hacen que el tomador de mescalina se precipite al infierno.
Y lo que vale para la mescalina también vale para la persona que ve visiones espontáneamente o bajo los efectos de la hipnosis. Sobre esta base psicológica se ha erigido la doctrina teológica de la fe salvadora, doctrina que encontramos en todas las grandes tradiciones religiosas del mundo. A los estudiosos de la escatología siempre les ha resultado difícil conciliar su racionalidad y su moral con la materia bruta de la experiencia psicológica. En su condición de racionalistas y moralistas, piensan que la buena conducta debería ser recompensada y que los virtuosos merecen ganar el cielo. Pero en su condición de psicólogos saben que la virtud no basta por sí sola para lograr la experiencia visionaria beatífica. Saben que las obras están desprovistas de poder, aisladamente, y que es la fe, o la confianza afectuosa, la que garantiza que la experiencia visionaria será dichosa.
Las emociones negativas —el miedo que es la falta de confianza; el odio, la cólera o la maldad que excluyen el amor— son la garantía de que la experiencia visionaria, cuando se produzca, si es que se produce, será atroz. El fariseo es un hombre virtuoso, pero su virtud es compatible con la emoción negativa. Por tanto sus experiencias visionarias serán probablemente infernales y no beatíficas.
La naturaleza de la mente es tal que el pecador que se arrepiente y hace acto de fe en una fuerza superior tiene más posibilidades de vivir una experiencia visionaria beatífica que las que tiene el pilar de la sociedad, satisfecho de sí mismo, con sus indignaciones rigurosas, su ansiedad por las posesiones y las pretensiones, sus hábitos arraigados que lo inducen a acusar, despreciar y condenar. Esto explica la inmensa importancia que todas las grandes tradiciones religiosas atribuyen al estado de ánimo que impera a la hora de morir.
La experiencia visionaria no se debe confundir con la experiencia mística. Esta trasciende el ámbito de los opuestos. La experiencia visionaria se mantiene aún dentro de este ámbito. El cielo trae consigo el infierno, e «ir al cielo» no es más liberador que zambullirse en el horror. El cielo no es más que una atalaya desde donde se puede divisar el Territorio divino más claramente que desde el nivel de la existencia individualizada corriente.
Si la conciencia sobrevive a la muerte corporal, sobrevive, presumiblemente, en todos los niveles mentales: en el de la experiencia mística, en el de la experiencia visionaria, en el de la experiencia visionaria infernal, en el de la existencia individual cotidiana. En la vida, como sabemos por la práctica y la observación, incluso la experiencia visionaria beatífica tiende a cambiar de signo cuando perdura demasiado.
Muchos esquizofrénicos disfrutan de períodos de dicha celestial, pero el hecho de que ellos (a diferencia del consumidor de mescalina) no sepan cuándo les permitirán volver a la trivialidad tranquilizadora de la experiencia cotidiana, si es que se lo permiten alguna vez, determina que incluso el cielo les parezca abrumador. Pero para aquellos que, por cualquier motivo, están abrumados, el cielo se trueca en infierno, la dicha en horror, la Luz Clara en el aborrecible resplandor del mundo de la embriaguez.
Es posible que algo análogo ocurra en el estado póstumo. Después de haber tenido una vislumbre del fulgor insoportable de la Realidad última, y después de haberse columpiado entre el cielo y el infierno, a la mayoría de las almas les resulta imposible replegarse en esa región más tranquilizadora de la mente donde pueden utilizar sus propios deseos, recuerdos y fantasías, y los ajenos, para construir un mundo muy parecido a aquel en el que vivieron sobre la tierra.
Entre aquellos que mueren, una minoría infinitesimal está en condiciones de unirse
inmediatamente con el Territorio divino, unos pocos están en condiciones de soportar el éxtasis visionario del cielo, otros pocos se encuentran sumidos en los horrores visionarios del infierno y no pueden escapar. La gran mayoría termina en el tipo de mundo que describen Swedenborg y los médiums. Es indudable que de este mundo se puede pasar, cuando se han llenado los requisitos indispensables, a mundos de éxtasis visionario o de esclarecimiento definitivo.
Yo sospecho que tanto el espiritualismo moderno como la tradición antigua están en lo cierto. Existe un estado póstumo como el descrito en el libro Raymond, de Sir Oliver Lodge; pero también existe un cielo de experiencia visionaria extática, y existe igualmente un infierno del mismo tipo de experiencia visionaria abrumadora que sufren aquí los esquizofrénicos y algunos de los que ingieren mescalina; y existe asimismo una experiencia, más allá del tiempo, de unión con el Territorio divino.
en Moshka, 1977
Originalmente en Cielo e Infierno, 1956
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