lunes, agosto 15, 2022

«[Yendo, de noche, me encontré algo ardiendo…]», de Marosa di Giorgio


 


Yendo, de noche, me encontré algo ardiendo, una amapola; pero, el pequeño ángel saltaba entre el pasto, como si estuviera atado, o desatado.  Le veía  los  ojos  negros  y  brillantes,  u  oblicuos  y azules. Me dije, ¿qué hacer? ¿Cómo vuelvo a la casa? La luz no pedía nada. Pero, no podía irme. No necesitaba nada. Y no la podía abandonar. Con todo, me alejé un poco; entonces, de prisa, creció varios centímetros,  quedó  como  una  azucena,  con  la  copa  en  alto.  Noté que las aves la omitían. Los picaflores nocturnos libaban en las pequeñas hierbas, las pequeñas flores, y los murciélagos, iban, directo, al lomo de las vacas.

Entretanto,  había  crecido  más  que  yo,  movía  los  brazos,  largos y esqueléticos, bailaba y brillaba.

Me  atreví  a  tocarla;  entonces,  de  súbito,  se  me  enguió,  se  me enroscó, como una enredadera.

Así,  siniestra y brillante,  reaparecí.  Mamá  dejó  deslizar  las  bandejas,  huía  hacia  la  pared,  decía:  —¿Quién  es,  Dios  mío,  qué  es? Decía: –Hace años pasó una cosa igual.

Huía, rezaba: ¿Qué es? ¿Qué es?

Una  vecina  se  asomó.  Aventuré  un  paso;  pero,  me  di  cuenta,  y salí. Retrocedí, salí, sin rumbo; lloviznaba murciélagos, camelias.




en La liebre de marzo, 1981


















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