viernes, julio 22, 2022

«La dorada muñeca del imperio», de Marina Arrate





 

1. 

Es el esplendor. 
Hay una oscura orfebrería radiante 
elaborando una tela solar. 
Para su cuerpo para su piel 
bordado en pedrería de seda y chifón. 

La mujer es alta, dorada y fuerte. 
Sus largas manos elevan 
lentos cantos abisales. 
Para los círculos 
del Mundo y por su imperio. 

Es la estela matutina la que alumbra 
su alto entramado corporal y su modo 
magnífico de ser 
esculpida y ser vibrante. 



2. 

Es el sistema solar. 
Hay antiguas catedrales        viejas cúpulas 
ardiendo en el tiempo 
como el oro. 

Tengo un recuerdo de la Habana Vieja: 
                        son sombras doradas en los adoquines 
                        y puertos eternamente abiertos 
                        como si esperaran a un Dios. 

Pero me distraigo: 
esta mujer es ventrílocua        y hermosa. 

Oh, quisiera también hablar de amor. 



3. 

La mujer es alta, dorada y fuerte. 
Su desnudez parece recamada y brilla, pero 
es tan suave como una amatista. 
Sin embargo, 
está viva y la veo. 
Recostada en los espejos, devana su 
paciencia peinando su rubia cabellera 
y esperando el turno 
para salir al escenario y pasear 
la tela imperial. 



4. 

Nantes, Florencia, Atlanta y Singapur. 
Son las flores de Adimanto: 
                        la ciudadanía ejemplar. 
Se pueden pesquisar aún los rasgados telares 
de otra allende ciudad antigua 
anteayer contemporánea: 
Índiga mesopotamia 
Y sus valles estelares. 
Mi mirada se agiganta. 
Dios, son altos lirios y llameantes 
                        pozos circulares 
rigiendo los tiempos como imperios. 



5. 

La mujer se coloca una media. 
Ella acerca sus dos brazos a su pie. 
Su pelo rubio cae 
cae hacia delante. 
Pero ella en gesto colosal 
Lo ordena tras su oreja. 

Torsión de su torso hacia atrás 


Sus dos ávidos pequeños pezones 
un instante bailan 
a pleno sol. 

Muñeca dorada. 



6. 

Coronas para mi amada, 
coronas azules para su cabellera dorada 
vasos frágiles y fuertes para sus largas manos 
telas tenues y misteriosas para la seda de sus dedos 
versos puros y perfectos para su boca 
y películas de arroz, escapularios ardientes 
roncas caracolas y locas 
piedras marinas para su lujo 
dorado, historias de barcos 
en infinito peregrinaje 
                        y telas y telas 
en telas imperiales. 



7. 

La mujer sorprende mi mirada. 
A través del espejo observo como espía 
mis dos pupilas inmóviles. 
Quieta, continúa su lento maquillaje, 
pero ahora sé 
que cuando ella gire el cuerpo hacia mí 
habrá terminado la larga fiesta, 
esta vieja ansiedad de parecerme, 
mi profundo deseo de tenerla: 

La mujer ha salido al escenario. 
Es suya la palabra. 






en Máscara negra, 1990























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