Llegan como ladrones en la noche.
Fuerzan las cerraduras
y hacen aparecer esas puertas que se abren en un error del muro
y solamente indican la clausura hacia fuera.
Es un manojo de alas que aturde en el umbral.
Entran con una antorcha para incendiar el bosque sumergido en
la almohada,
para disimular las ramas que encandilan desde el fondo del ojo,
los pájaros insomnes, con su brizna de fuego arrebatada al fuego de
los dioses.
Es una zarza ardiendo entre la lumbre,
un crisol donde vuelcan el oro de mis días para acuñar la llave que
lo encierra.
me saquean a ciegas,
truecan una comarca al sol más vivo por un puñado impuro de tinieblas,
arrasan algún trozo del cielo con la historia que se inscribe en la arena.
Es una bocanada que asciende a borbotones desde el fondo de todo
el porvenir.
Hurgan con frías uñas en el costado abierto por la misma condena,
despliegan como vendas las membranas del alma,
hasta tocar la piedra que late con el brillo de la profanación.
Es una vibración de insectos prisioneros en el fragor de la colmena,
un zumbido de luz, unas antenas que raspan las entrañas.
Entonces la insoluble sustancia que no soy,
esa marea a tientas que sube cuando bajan los tigres en el alba,
tapiza la pared,
me tapia las ventanas,
destapa los disfraces del verdugo que me mata mejor.
Me arrancan de raíz.
Me embalsaman en estatua de sol a las puertas del tiempo.
Soy la momia traslúcida de ayer convertida en oráculo.
en Mutaciones de la realidad, 1979
No hay comentarios.:
Publicar un comentario