A menudo la soledad,
con su gran rumor de silencio,
merodea en mi alma.
Las almas oscuras de los murciélagos,
azotan ilusiones sombrías en los vidrios.
Friolentas, las chimeneas
echan su aliento triste,
hacia los caminos libres y sin huellas
del cielo y del tiempo.
La respiración de flor del niño
ahuyenta los malos espíritus,
mientras voy trizando la mirada
en la negra arquitectura de los libros.
Mi lámpara,
como la hoja trágica de un puñal,
atraviesa el corazón del alba.
en Suma y destino (Antología), 1951
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