viernes, abril 15, 2022

«Midiendo la cascada», de Renato Cárdenas



(1949-2022)
 

Ana Werner, subdelegada de la comuna de Dalcahue, en una acción visionaria, propuso al gobierno aprovechar el salto de Tocoihue para dotar de luz eléctrica a la costa. Esto ocurre en 1947. 

En esa oportunidad trasladó a técnicos hasta la cascada para determinar la factibilidad del proyecto. En el sitio dejaron instalado un aparato para medir la variación que experimenta la masa de agua en el año. Pero como alguien tenía que llevar el registro periódico del medidor solicitaron a una vecina de buena voluntad que lo hiciera. Ella fue Rosa Montaña, una joven de buena letra, como recomendó la profesora de la escuela. 

La subdelegada le pasó un cuaderno y un lápiz Faber N°2 y le enseñó cómo llevar el registro. 

La subdelegada no llegó más porque no fue reelecta, pero nunca informó de esto a Rosita, que siguió cumpliendo con su compromiso. 

Como es tradicional que las iniciativas surgidas desde Chiloé no prosperen, el sector debió esperar hasta la década del 80, cuando SAESA extendió la red hacia la costa. 

Unos años después, se cortaron los cables submarinos de Chacao, que dotaban de luz a Chiloé. Un mes a oscuras. 

El alcalde de la comuna de Dalcahue creyó encontrar un trampolín para continuar en el cargo. Con una comisión de técnicos llegó hasta las cataratas de Tocoihue, para efectuar una operación similar a la de cinco décadas antes. 

En esos afanes estaban, al borde del precipicio que se traga el río, cuando de no sé dónde apareció una viejecita con su chalón negro terciado y una sonrisa amistosa. 

—¿Ustedes serán los de la luz, capaz? —consultó con voz cálida, después de dar las buenas tardes. 

—Así es abuela —respondió el de la parka azul, levantándose de su posición acuclillada. 

—Como doña Ana Werner nunca más volvió —empezó la anciana—, no tuve a quién darle las anotaciones que iba haciendo en el cuaderno que me dejó. Yo venía un año y otro; los aguaceros, las heladas, las travesías de agosto, los calores... en todo tiempo estaba funcionando el aparatito. ¡Vieran qué firme que salió! Si hasta ese terremoto, en que murió toda la familia del finado Meme, aquí abajito nomás, todas esas sacudidas las resistió. Yo, ahora venía a entregarles a ustedes el cuaderno que la otra comisión me dejó. Aquí está todo anotadito y en orden —dijo, pasando el añoso cuaderno al hombre de la parka. 

Estaba ajado, con manchas de grasa, pero los miles de números que llenaban cada plana, estaban prolijamente dibujados. 

—Yo ya estoy vieja, suspiró como aliviada. Además, la maquinita ya no está; finalmente se la llevó la correntada. Por suerte llegaron ustedes, caballeros; ahora sí que puedo morir tranquila...

Se despidió de mano del técnico y sus acompañantes que no cruzaron palabra. 

Antes de adentrarse por un senderito que se notaba conocía muy bien, se volvió hacia ellos y les dijo, casi como una súplica: 

—¡Y ojalá que saquen luz pronto! Vieran qué abandonados estamos.






en Historias de nuestra tierra (antología), 2019
















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