lunes, marzo 07, 2022

«Yo fui ramera», de Leila Guerriero

Fragmentos





Era de noche y yo había perdido la cuenta de los días. 

La televisión decía con severa alarma que la venta de autos y viviendas estaba paralizada, y que un alto porcentaje de argentinos -el 85%– había cambiado a productos de segundas marcas por la crisis. 

Pero ahí, en Las Heras, de todo eso no importaba nada. 

Nada decía la televisión del piquete, del 20% de desempleo ni de las dos nenas -carne de 5 y 8 años- que días atrás habían sido violadas por dos tíos y cuatro amigos a cuyo cuidado las había dejado la madre, como cada noche, para ir a trabajar al prostíbulo. 

Cómo será, pensé, no verse reflejado en las noticias, no entrar nunca en el pronóstico del tiempo, en la estadística, no tener nada que ver con el resto de todo un país. 

Imaginé una vida así: sin que a nadie le importe. 

Mucho tiempo después, cuando todo terminó, cuando todo –el cuarto de ese hotel y el viento y el piquete– empezaba a ser recuerdo, una noticia de Las Heras llegó a Buenos Aires. 

Yo estaba en un bar de Congreso, abrí el diario y no pude imaginar una muerte peor. 

Las Heras no tiene red cloacal –está en eterna construcción– y los camiones atmosféricos de las empresas El torito, Benito, Daniel o Luciano recogen los desechos de la población y, hasta 2004, los arrojaban a una pileta que recibía tanto residuos del matadero como de los pozos sépticos. La pileta, un lago de mierda pura, tenía 160 metros cuadrados y dos metros de profundidad. En invierno muchos iban a patinar sobre su superficie congelada. El lunes 26 de julio de 2004 las hermanas Yéssica y Dafne Torres no habían hecho otra cosa que seguir la tradición, pero esa vez el hielo se abrió y las tragó vivas. Dos vecinos, Lorena Jéssica Watson, de 26 y Lorenzo Saracho, de 38, pasaban por ahí y se tiraron a salvarlas. Dafne, de 12 años, murió ahogada con los dos adultos, pero Yéssica fue rescatada por otros vecinos. Cien habitantes se juntaron en la plaza para pedir la renuncia del intendente Martinelli, ya reelecto, que decretó una jornada de duelo y declaró que «La pileta de desechos reúne todas las condiciones de seguridad. El predio estaba correctamente cercado con alambre. También es cierto que muchas veces el cerco era repuesto porque los vecinos lo sacaban para acortar el paso y en otros casos se lo robaban. Fue una desgracia, un accidente en una laguna que se formó hace más de 30 años». 

Después, el lago se rellenó y nadie ha vuelto a morir ni a patinar ahí, pero la Tragedia de la Laguna, como se la conoce en Las Heras, llegó a los diarios del Norte, duró un día, y todos dijeron oh. 
Cecilia había nacido en Itatí, Corrientes, hija de un chacarero, hermana de cuatro varones y de una mujer, y la bronca la había hecho feminista. 

–Yo tengo que ser a muerte feminista. Porque en mi casa los hombres estudiaron pero mi papá siempre decía que las mujeres no estudian porque como se casan no necesitan. Varias personas fueron y hablaron con mi papá porque me veían buena alumna y yo quería seguir estudiando, pero él no, que las mujeres no estudian. Así que me dejó terminar el primario y adiós. No pude seguir. 

A los 16, porque se asfixiaba, se escapó de esa casa y se fue a vivir a Buenos Aires con la hermana que trabajaba limpiando por horas. 

–Era mejor eso que estar así, vigilada. Uno de mis hermanos mayores era tremendo, no me dejaba ni mover. Así que me fui a Buenos Aires y empecé a trabajar por hora. Después fui con cama adentro, pero me cansé de estar encerrada, y eso que estaba bien, con la familia de un psicólogo, una gente buenísima. Cuando ellos salían yo me ponía los vestidos de la señora, y ella un día me dijo «Vos te andás poniendo mis vestidos, 
¿no?».

–¿Cómo se dio cuenta?
–Por el olor a chivo.

Tenía 19 y era virgen cuando un hombre empezó a seguirla por la calle en su día franco. La invitó a una cosa y a otra, cafés y el cine, pizza y chocolates, y un día la llevó a un albergue transitorio. 

–Yo ni sabía qué era un albergue transitorio. Le dije que nunca había estado con nadie y él se hacía el tonto y quería igual. Así que yo empecé a los gritos, armé semejante escándalo que nos echaron a los dos, pero después él hizo todo un trabajito… y cedí. Pero no lo pasé bien. Lo que yo tenía era necesidad de afecto. Después en la intimidad me daba como rechazo ese hombre. Hice muchas cosas que hoy digo por qué las hice. 

–¿Y por qué las hiciste? 

–Por ignorante. Lo hacía por la situación, no porque realmente deseaba o quería. No estaba del todo contenta. Ahora tampoco, eh. Pero tengo más confianza. Decíme, ¿vos tuviste un multiorgasmo alguna vez? 




 
en Los suicidas del fin del mundo, 2005





















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