miércoles, marzo 23, 2022

«Tordo», de Diego Alfaro







Stéphane

El estruendo de los cañones atrapado en las ventanas, los llantos de Anatole envuelto en paños y todas nuestras pertenencias revoloteando hacia al oscuro París. Este salario de nada y por nada por el que nos desvivimos, afanados en la humedad de los libros. ¿De quién nos vamos al escribir? De esa zona blanca tendida como sábanas al viento, de la noche quebrada a campanazos, de las tropas que vuelven a cobrar sus pensiones, con las ropas rajadas, la materia gris vuelta un perro tiñoso.

He desaprendido la música de estas marchas, trina la enfermedad y sólo se abre el vacío en esta hoja y en la que sigue. 





Ciénaga

El juego entre el marco oscuro de sus gafas y los bigotes canos daban la impresión de estar frente a un marinero retirado, sin embargo sólo su dedo índice había recorrido los meridianos de un mapa amarillento y del que hacía repasar copias con lápices de cera: cada imperio, cada océano una tonalidad distinta.
Él enseñó las fronteras, nombres que la humanidad dio a lo que siempre creyó suyo. Colgaba en la pizarra un pliego arrugado y con palabras proyectaba una batalla entre griegos y persas, al caballo de Alejandro avanzando aguerrido sobre la arena del tiempo, las lanzas de los gladiadores entrando en un costado. Cristo tomaba en él sentido, la empresa imposible del amor, mientras en la misa el sacerdote quebrando la ostia, cumplía con graficarnos la dispersión de los hombres, la separación de los mares, lo invisible abriéndose paso a través de la materia. Él se difuminó en el vacío que dejan las cosas, el piano descansado de sus hijos, la sábana de su mujer estirada, sus notas resguardadas en un cajón sin cerradura. 





Normandía

El corazón una granada sin seguro
mientras los mejores de tu generación
caen como caracolas en la arena
No importa lo perdido
Logra de la puntería un arte
da caza al hijo del profesor
al hermano del carpintero
Recarga y vuelve a repetir
todo lo que hasta aquí has aprendido. 





Cementerio de Punta Arenas

Tanta gloria para venir a morir frente a un ciprés, las fuentes congeladas y ángeles de pacífica erosión. Los ovejeros escoceses, los mercantes alemanes desaparecidos al fondo del Estrecho, el croata que evadió la trinchera y el ona, bajo el musgo (nuestro silencio inclinado por el sur). 







en Tordo (segunda edición), Cuneta, 2021



















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