El abismo se llama Eduardo Anguita
y fue, como ninguno,
el amante de las formas.
Tuvo un cuerpo de fuego
y unos ojos rozados por la nada.
Por su voz el tiempo
se adelgazaba hasta la luz
como el agua de las brumas.
Ninguno con más presagios
en la garganta y en la pluma
cuando tejía su vacío
en el fósforo y el torbellino.
Ninguno más áureo
a la hora de alimentar a las estrellas.
Ninguno como él,
hambriento de número inasible.
en El árbol donde envejece la muerte, 1997
No hay comentarios.:
Publicar un comentario