Qué tiempos
aquellos, cuando vivía con mi padre y no veía la televisión. Las tardes eran
interminables en la Colonia Tepeyac, cerca de la Villa, exactamente a dos
cuadras de la Calzada de la Villa. Tardes dedicadas a traducir a los poetas
franceses de la Generación Eléctrica, sentado en la cama, junto a la ventana
del patio de cemento. Las palomas que mi padre se comía los domingos, cantaban,
es un decir, los jueves y los viernes, y ensanchaban la zanja. ¡Las palomas en
el palomar de cemento! ¡Y sin el zumbido de la televisión!
Un final feliz
En México
En casa de mi padre
O en casa de mi madre
Un minuto de soledad
La frente apoyada
En el hielo de la ventana
Y los tranvías
En los alrededores
De Bucareli
Con muchachas fantasmales
Que se despiden
Al otro lado de la ventana
Y el ruido de los automóviles
A las 3 a.m.
Y los timbres
Y los paisajes de azotea
En México
Con 21 años
Y el alma aterida
Helada
En México
En casa de mi padre
O en casa de mi madre
Un minuto de soledad
La frente apoyada
En el hielo de la ventana
Y los tranvías
En los alrededores
De Bucareli
Con muchachas fantasmales
Que se despiden
Al otro lado de la ventana
Y el ruido de los automóviles
A las 3 a.m.
Y los timbres
Y los paisajes de azotea
En México
Con 21 años
Y el alma aterida
Helada
en La Universidad
Desconocida, 2007
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