Dos poemas

I
Y el texto decía así:
Þá verðr ok þat, at Naglfar losnar, skip þat, er svá heitir.
Þat er gert af nöglum dauðra manna, er þat fyrir því
varnanar vert, ef maðr deyr með óskornum nöglum,
at sá maðr eykr mikit efni til skipsins Naglfars, er goðin
ok menn vildi seint, at gert yrði. En í þessum sævargang
flýtr Naglfar. Hrymr heitir jötunn, er stýrir Naglfari…
Y estaba también aquel otro, traducido al morir mi padre:
Maeg ic be me sylfum soðgied wrecan
siþas secgan hu ic geswincdagum
earfoðhwile
En ambos las palabras fluían y refluían
desatando oleajes, aguas glaciales
para Naglfar, la nave de los muertos
–que el lenguaje es aquí estela de difuntos–
zarpando al atardecer: mar embravecido
por la tristeza y su bucólica escolástica:
ayer lo que era un dios
hoy es sólo una despedida:
la muerte que suelta amarras
con la palabra transformada en objeción a la vida,
en naturaleza fuera de lugar,
marejada de fúnebres sonidos repicando al atardecer.
II
La muerte merodea
asomándose por una grieta del tiempo.
Y el tiempo se vuelve palabra
y la palabra se deja habitar por nosotros.
Y cuando digo palabras
pienso en otros espacios más allá del espacio
y en otras soledades más allá de los hombres.
Y es que las palabras
–con su tráfico incesante de orfandades–
no sólo encierran lo que es:
ellas son la posibilidad de lo que es.
Y lo posible, entonces, esparce su sombra:
se escribe a la espera del gusano.
Descontexto Editores, 2021
Fotografía original de Emilia Roa
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