domingo, noviembre 28, 2021

Dos entrevistas a Almudena Grandes, de Alejandro Hermosilla Sánchez (2007) y Marta Ailouti (2020)



(1960-2021)


I. «Almudena Grandes: sobreviviendo a su propio mito». Entrevista de Alejandro Hermosilla Sánchez
     
Almudena se mostró en todo momento muy cordial durante la charla —por más que pudiera estar en más o menos desacuerdo con lo que le preguntáramos—, siempre mostró su cara más amable, lo cual es, verdaderamente, de agradecer. (…) Y si bien —como ha llegado a confesar— su mayor defecto es la soberbia, dio una imagen contraria a todos esos tópicos que suelen ir unidos a los novelistas de éxito en España. Unida a su carisma particular y cosida a la sinceridad con la que ha diseñado sus historias, sus palabras transmitían la franqueza de quienes han sobrevivido varias veces a sí mismos y a los distintos ajetreos de la vida y han entendido que la mejor manera de sobrellevar esta vida es ser leales a sus más íntimas convicciones para, de esta manera, gusten más o menos sus libros, estar seguros de haber dado lo mejor de sí mismos a los demás en esta vida que, efectivamente, que sepamos, de momento, es la única posesión valiosa que tenemos.
 
Estudiante de historia, pero nunca has escrito novela histórica. ¿Cómo se entiende esto?
Mi carrera universitaria siempre ha tenido que ver poco con mi actividad como novelista. Yo quería ser escritora desde pequeña, pero tenía que ir a la universidad y elegir una carrera. En realidad, yo quería estudiar latín, pero al final le hice caso a mi madre e hice historia para tener la ocasión de escribir, porque, como el latín me gustaba más, no me hubiera dejado tiempo para la escritura. Mi formación como historiadora, que tiene poco que ver con lo que soy como persona, ha tenido verdaderamente poco que ver con mi obra hasta la novela que estoy terminando ahora. Un libro que no es una novela histórica de las que están de moda últimamente —no es de templarios ni nada parecido—, pero intenta reconstruir la memoria histórica de la España del siglo XX y en ese sentido sí tiene un gran trabajo de documentación detrás.
 
Los toros, el fútbol, el consumismo, el trabajo o el sexo son lugares comunes donde los personajes de tus novelas parecen más que encontrarse, esconderse. Explícame esto.
Bueno. Esto que afirmas tiene más que ver con mi último libro, Estaciones de paso, que con el resto, y además es intencionado. Yo, cuando escribí estos cuentos, ubiqué a varios adolescentes que tenían delante de ellos distintas situaciones que no son capaces de entender ni de comprender, pero que no les quedan más remedio que vivir, porque es su vida. Este es un libro de cuentos inéditos escrito ex profeso para ser libro de cuentos. No es recopilación. Por ello, yo elegí una especie de pasión dominante distinta para cada personaje que me permitiera establecer un marco argumental en el cual pareciera una cosa y resultara otra distinta. En todos los casos, parece que esos temas primeros son el tema del cuento, pero siempre detrás hay otro tema escondido que es mucho más importante y que es el tema verdadero. En parte es un recurso de ambientación, pero sobre todo era un recurso narrativo.
 
¿Hacia dónde crees que nos lleva el deseo? ¿Es una trampa, un mecanismo de defensa o un estigma sin el cual no podríamos vivir?
Los modernos psiquiatras dicen que lo que diferencia, en realidad, a los seres humanos de los animales no es la razón, puesto que hay animales que son capaces de establecer estructuras coherentes de pensamiento y acción, sino la voluntad, la capacidad de desear. Los seres humanos somos capaces de desear y de ejercer nuestra voluntad para modificar nuestro entorno en función de ese deseo (…) Este es un tema clásico en mi literatura. Yo he escrito mucho sobre esto. Me interesa mucho este tema y creo que el deseo —entre las cosas que tú me propones— es algo más incluso que eso; yo diría que es, no un estigma, pero, desde luego, sí una condición esencial del ser humano.
(…) 
¿[Qué opinas de] Amelie Nothomb?
Leí su primera novela, Higiene del asesino, y me pareció una mujer muy interesante e inteligente. Después he seguido leyendo libros de ella que me gustan bastante. Amelie Nothomb es muy fría, muy minimalista y tengo que decir que, aunque me gusta, lo cierto es que no se parece nada a mí.
 
¿Elfriede Jelinek?
Me gustó bastante La pianista, pero ella no me cae demasiado bien, sobre todo a partir de la polémica que armó por la concesión del premio Nobel. No me gustó el número que formó con lo de recoger o no el premio.
 
En alguna ocasión has mencionado la importancia que tiene un libro como La Odisea y un héroe como Ulises en tu formación. Sin embargo, a pesar de que los protagonistas de tus libros sean casi todas mujeres, yo los encuentro muy quijotescos —lo cual, por otra parte, es lógico, teniendo en cuenta el país en el que estamos—, en el sentido de la imposibilidad de acomodar realidad y ficción, deseo y realidad.
La Odisea me dejó a mí muchas cosas. Fue el primer libro importante que yo leí, porque mi abuelo me lo regaló cuando yo hice la primera comunión y lo leí con una mirada de autor adulto. El libro de Homero ha dejado una influencia duradera en mi vida desde el punto de vista de la supervivencia. Fíjate que yo, casi siempre, he escrito novelas de supervivientes —no necesariamente náufragos, pero sí personas que se las arreglan para sobrevivir— y este es el rastro que ha dejado La Odisea en mi vida, poseo una debilidad innata por los supervivientes. Ellos son mi tipo de personaje favorito frente a los héroes, los antihéroes y demás arquetipos (…) Y en cuanto a El Quijote, claro que me ha influenciado. Es imposible en este país no ser influenciado por Cervantes. Pero yo señalaría que la influencia fundamental del libro de Cervantes en los míos es la tendencia a construir historias complejas, introducir pequeñas historias dentro de historias más extensas. En ese sentido —salvando todas las diferencias a favor de Don Miguel, naturalmente— sí que creo que la estructura de mis novelas es bastante cervantina.
(…)
¿En qué medida crees que la sociedad de consumo actual despierta y juega con instintos sadomasoquistas en los individuos? Por ejemplo, en tus libros casi siempre aparece algún conato de este tipo de tendencia o expresión sexual.
Yo creo que la violencia consumista se manifiesta en la sociedad y en mis libros de muchas maneras, pero yo no veo una relación concreta con ese impulso. Es verdad que es un tema que yo he tratado en mis primeros libros como Te llamaré Viernes, aunque en Las edades de Lulú no es una relación sadomasoquista, sino una relación incestuosa. Eso sí que me gusta que quede claro. La relación entre Pablo y Lulú no es una relación sadomasoquista. Se trata de un incesto imaginario. Lo cual, obviamente, no es ni más ni menos perverso (…) Yo creo que las relaciones sadomasoquistas tienen más que ver con las relaciones de dominio, posesión o celos. Es una forma más o menos intensa y más o menos equivocada de amar a los demás, de enamorarte de alguien, pero yo no veo muy claro que el consumismo tenga que ver algo ahí.
 
Por cierto, ¿te interesa Buñuel? ¿Qué me puedes decir de Buñuel?
Yo soy una gran fan de Buñuel. De hecho, Buñuel tiene una influencia secreta en mi obra. Es difícil de detectar, pero para quien desee rastrear… Le diría que el final de Los aires difíciles está influenciado por el final de Viridiana. Cuando yo pensé cómo iba a terminar esa historia en que Sara decide no entregar a Juan y le tranquiliza diciéndole que no se preocupe, que no le cuente su vida, que no quiere saber nada y va a intentar que cenen juntos por Navidad me estoy refiriendo al clásico «ya sabía yo que mi prima Viridiana iba a acabar con nosotros jugando al tute». Lo que, por otra parte, es fantástico, porque ese diálogo es fruto de la censura, pues Buñuel tuvo que improvisar sobre la marcha, la censura le quitó la frase que él había pensado. (…) Sí. Me interesa mucho Buñuel, lo quiero mucho.
(…) 
¿[Qué opinas de] Enrique Vila-Matas?
Vila-Matas me gusta mucho como lectora. Es un ejemplo de escritor que no tiene nada que ver conmigo, pero que me parece muy brillante e inteligente. Además, estoy muy contenta de que tenga ahora tanto éxito, porque Enrique es un ejemplo claro de tenacidad y resistencia. Ha sido un resistente durante muchos años. Ha resistido y ha insistido. Él ha insistido en el tipo de literatura que él tenía, resistió los cantos de sirena y cuando la gente cambiaba de historias, él seguía yendo a lo suyo, lo suyo, lo suyo… Por esto, considero que su éxito, aparte de un premio a su escritura, es un premio a su tesón, y esto me parece que es algo muy justo y que hay que celebrar en un mundo donde la gente se deja comprar cada vez más y cambia de opinión cada vez más deprisa.
 
¿Cuál es la recepción de tu obra en Sudamérica?
Bastante buena. Lo que ocurre es que en Sudamérica siempre está el problema del dinero, la capacidad de adquisición. El libro es un objeto de lujo en este continente. Es la barrera y la frontera que nos separa de ellos. Pero, mira, en Perú ya me han pirateado. O sea, que ya soy alguien. Hasta que no te piratean en Perú no eres nadie. (Risas) Además, siempre me venden en Perú en libros con la portada de Alfaguara. Como la que los piratas tienen en el ordenador es de Alfaguara, pues ellos no cambian.
 (…)
¿Te gustaron las últimas películas de Almodóvar? En cierto sentido, ¿no crees que tu universo conecta —aunque sea de puntillas— más con el director manchego que con Gerardo Herrero?
A mí me gustan todas las películas de Almodóvar. Me parece un hombre muy valiente. Y creo que el rasero de la mediocridad en este país se mide por la crítica destructiva contra Almodóvar. Si tienen algo en común los mediocres, es en su ataque despiadado hacia Almodóvar (…) A mí me encantan sus últimas películas. Por ejemplo, La mala educación, que no le gustó a nadie, a mí me encantó. Y Volver me gustó mucho. En este sentido, creo que el bache de Almodóvar está en la mitad de su producción. A mí, Tacones Lejanos, Carne trémula y Kika no me gustaron demasiado. Pero incluso en las películas de Almodóvar que no terminaron de convencerme encuentro detalles que me interesan bastante, lo cual ya es mucho decir cuando se trata de un creador. Además, yo creo que Pedro es alguien absolutamente libre y radical, y para ganar un Oscar con Todo sobre mi madre y triunfar en el cine americano con un cine como el suyo hay que tener mucho, mucho valor y talento (…) Y en cuanto a lo que dices de Gerardo Herrero pues seguro que él no estaría de acuerdo. Es él quien adapta mi obra. Y, por otra parte, Almodóvar no realiza guiones adaptados, lo cual me parece muy bien. De hecho, la única vez que lo hizo —cuando adaptó a Ruth Rendell en Carne trémula— no consiguió un resultado muy afortunado.
(…)
¿Y cuál es tu opinión sobre el Bigas Luna actual?
Me cuesta opinar, porque es una persona a la que le tengo mucho cariño, pero, digamos que me gustaba mucho más su cine al principio que ahora.
 
Hablando de cine. Aunque ya hace mucho tiempo de esto, ¿qué te pareció Tierra y Libertad?
Muy mal. Como película —en cuanto a estructura fílmica— está bien, pero como investigación sobre el tema de la guerra civil me parece una película mentirosa. A mí me hubiera gustado preguntarle a Ken Loach que si admiraba tanto a aquellos milicianos y le parecía que los comunistas eran tan malos por qué no los sacó corriendo en Madrid… Porque la columna Tierra y Libertad vino a salvar Madrid y se dedicó a correr tres días mientras el Quinto Regimiento aguantaba. Hay muchas maneras de contar las cosas y a mí esa aproximación a la guerra no me pareció buena. Me parece que es una película mucho más anti-comunista que republicana y, desde luego, el film de Loach entra en conflicto no sólo con mi punto de vista, sino con la verdad a secas de la historia. No es, en absoluto, una película objetiva sobre la guerra civil española.
 
Por cierto, ¿me puedes citar dos o tres películas que te hayan marcado?
Drácula de Coppola, porque me parece la adaptación más maravillosa de una obra literaria a la que se puede aspirar. Me parece que no solamente es una película gigantesca, sino que como adaptación es formidable. Que una novela como Drácula, que ha sido adaptada tantas veces, fuera leída al fin bien es algo que me parece, de verdad, increíble. Y por citarte otra película en este momento, te diría que Viridiana, de la que ya hemos hablado antes.
 
¿Estás más contenta con la situación política actual en España desde el cambio de gobierno?
Sí. Bastante más. Es evidente.

¿Cuánto tiempo crees que debe pasar todavía para considerar a España un país maduro democráticamente?
Yo no diría que España no es un país maduro democráticamente. Al contrario. Yo creo que es bastante maduro. Y en cuanto a la estabilidad del país —aunque sea una estabilidad amenazada por una cierta situación— me parece que es bastante firme teniendo en cuenta ciertas situaciones acaecidas aquí. Repito. Yo no diría que este es un país que no es maduro democráticamente. Más bien, matizaría. Creo que 40 años de dictadura no pasan en balde y creo que la transición española, en buena parte, fue un pacto un tanto amnésico en el cual hubo un consenso entre una serie de políticos —al que los ciudadanos no tuvieron acceso— que decidieron trazar una raya en el suelo afirmando que se podía olvidar el pasado, que ya había pasado todo y podíamos empezar otra vez. Y yo creo que este acto se puede hacer jugando, pero no se puede realizar con la memoria de la gente. La posible inmadurez —a la que tú apuntas— del país, creo que procede de allí: procesos que debían haberse acometido antes y no se realizaron, 40 años de dictadura que son muchos años y provocan una distorsión de las reglas del juego democrático y de la naturaleza del poder. Pero repito. No considero a España un país inmaduro democráticamente. Esto me parece un poco un atrevimiento.
 
Bueno, realmente, esta es mi opinión. Y tendría que hacer un ejercicio mínimo de reflexión para intentar explicarme, pero no creo que sea el caso. De todas maneras, lo que sí me parece sumamente interesante es tu punto de vista, porque al proceder desde otra óptica generacional, abre nuevos campos y vías de perspectiva para afrontar el tema (…) En fin, pasando a otra cuestión, ¿me puedes hablar un poco de tu amor a Madrid y de cómo vives la tradicional dicotomía Madrid-Barcelona?
La dicotomía creo que la viven más en Barcelona que en Madrid. A mí Barcelona me gusta y no tengo problema alguno con este tema. Y Madrid… Madrid es mi ciudad biográfica y mi ciudad literaria. Yo soy de Madrid y no tengo otro lugar del que ser. Recuerdo que en la época de la transición, cuando estalló el tema de las nacionalidades y comunidades autonómicas, todo el mundo iba con carteras y chapas de su lugar de nacimiento o reivindicando su origen y yo no llevaba chapas ni ningún artilugio por el estilo. Además, es que en mi época ser de Madrid era algo como jorobado, porque significaba y representaba el centralismo casposo. Sin embargo, yo en aquella época no tenía ningún sitio de donde ser y me sentía madrileña por los cuatro costados, y el tiempo no ha cambiado esta sensación. Sucede que Madrid, al mismo tiempo, es una ciudad que se ajusta mucho a mi personalidad y creo que no es porque yo haya nacido allí. Muchas veces, sucede al contrario, pero en mi caso no es así (…) Madrid es una ciudad caótica, pero que también tiene una virtud a cambio de este caos: no se detiene nunca. Madrid es una ciudad que está cambiando permanentemente y yo vivo bien allí, en ese caos ordenado.
 
Para finalizar, te haré una pregunta que puede que no te guste mucho, pero que me interesa. Hace poco visioné algunos números de La fiera literaria. Y, al parecer, tú —entre otros abundantes y famosos autores actuales— eres uno de los objetivos que atacan constantemente. Supongo que tu opinión sobre esta revista será bastante negativa, pero si puedes decirme algo o contarme una anécdota para terminar.
Hombre. La fiera literaria yo no me la leo. A mí cuando me llegó esta revista por primera vez y empecé a leer lo que opinaban de mí unos señores que no me conocían de nada, hubo una cosa que sí me sorprendió mucho: el odio (…) El odio forma parte del lenguaje coloquial, pero el odio, en verdad, es una pasión muy rara. Todos decimos odio al Real Madrid, odio las acelgas, odio la música de Bach, pero esto es una forma de decir no me gusta, es una expresión coloquial. Sin embargo, al leer esta revista… El odio es una pasión muy rara. Yo no he odiado —creo— personalmente a nadie en mi vida y que a mí me odiase gente que no me conocía, al principio, me producía un desarreglo sentimental y estaba un poco sobrecogida por este motivo. Pero luego decidí que ya no la iba a leer. Me la mandan y yo la tiro a la papelera sistemáticamente. Esa es mi reacción cuando me llega La fiera literaria.



en Tonos (Revista de estudios filológicos), nº 13, julio 2007





 
II. «Esta novela cuenta un hoyo. En los años 50 no había esperanza de nada». Acerca de La madre de Frankenstein y España. Entrevista a Almudena Grandes, de Marta Ailouti

En junio de 1933, Aurora Rodríguez Carballeira entró en el cuarto de su hija, Hildegart, y la mató mientras dormía, disparando cuatro balas sobre su cabeza con un revólver. Culta, de buena familia, progresista y feminista, Aurora había creado a su propia hija, una niña superdotada que a los 18 años ya se había licenciado en Derecho, como una especie de experimento científico, un producto matriarcal que debía representar a la mujer revolucionaria. «Lo tenía todo –dice Almudena Grandes– y una enfermedad mental también».

Cuenta la escritora que Aurora llegó a su vida el año que publicó su primera novela, Las edades de Lulú (1989). «Yo hacía lo que hacen todos los escritores primerizos que es ir a las librerías a ver cómo estaba mi libro y a ser posible a colocarlo encima de los libros de los demás», bromea. En una de aquellas visitas descubrió El manuscrito encontrado en Ciempozuelos, de Guillermo Rendueles, que contaba la historia clínica de aquella mujer. Su relato le impresionó tanto que hoy, treinta años después, lo narra en su última novela. La madre de Frankenstein (Tusquets) es la quinta entrega de sus ambiciosos «Episodios de una guerra interminable», después de títulos como Inés y la alegría, El lector de Julio Verne (2012), Las tres bodas de Manolita (2014) y Los pacientes del doctor García (2017). Ambientada en un manicomio de mujeres, ese «margen del margen», triste metáfora de la España del franquismo, en ella cuenta la historia de un médico que regresa de su exilio en los años 50, los años «sin esperanza», para trabajar en un psiquiátrico. Allí coincidirá con la célebre parricida y con una humilde enfermera criada desde pequeña en el centro.

Cuando publicó el último título de su serie comentó que sus novelas son ajustes de cuentas con el presente y no con el pasado. Con este presente que tenemos hoy en día, ¿siente que las cuentas pendientes son más amplias o se van mermando poco a poco?
Yo creo que tenemos un presente feo. Y tenemos un presente además que no tendría por qué ser tan feo. No hay tantos motivos. Pero la memoria sigue siendo un tema tabú en este país. En ese sentido, con independencia de la belleza o la fealdad del momento, mientras las cosas no cambien seguirá siendo un problema de ajustar cuentas con el presente y no con el pasado. En España tenemos un sector de la población bastante insólito, «enemigo de la memoria», que siempre dice que hay dejar de mirar el pasado. Y lo que no entienden es que la memoria no tiene nada que ver con el pasado, lo que tiene que ver con el pasado es la historia. La memoria tiene que ver con el presente. Es un ingrediente fundamental en la elaboración de la identidad.

¿Y Aurora Rodríguez? ¿Era su cuenta pendiente?
Sí, porque yo llevo 30 años pensando en Aurora, dándole vueltas. Yo conocí a Aurora como asesina, claro, que es como la conocía todo el mundo. Pero en El manuscrito encontrado en Ciempozuelos encontré muchas otras cosas. Y me di cuenta de que como criminal se me quedaba corta. Había muchas cosas en ella que me parecían mucho más atractivas. Aurora era una mujer muy singular. Ella habría tenido todas las condiciones para convertirse en el modelo de mujer nueva que hacía falta en este país. Era muy culta, autodidacta y rica, con lo cual fue independiente y podía tener proyectos propios sin depender de nadie. Una mujer que no rehuía la actividad pública, que escribía artículos y libros, que formaba parte de asociaciones. Lo tenía todo. Y una enfermedad mental también. Aquello arruinó todo lo demás. Es como una perversión. La mujer empoderada, la mujer nueva, totalmente pervertida por su trastorno mental. Porque además, ella era paranoica y la paranoia es una enfermedad misteriosa, altera profundamente la compresión de la realidad pero no afecta las potencias intelectuales. Un paranoico puede tener un discurso perfectamente lógico, a pesar de que vive apresado entre las manías persecutorias y los delirios de grandeza. Yo soy consciente de que Aurora no puede ser una heroína porque es una asesina pero a mí me pareció más interesante ella que su hija. Sobre todo la encuentro al final, cuando esta mujer tan tremendamente soberbia, tan poderosa, tan empoderada, es completamente frágil.

Pero, ¿sabía desde el principio que formaría parte de uno de sus «Episodios…»?
Desde que empecé con la serie sí. Cuando acabé El Corazón helado pasé por una crisis, no sabía qué hacer porque después de una novela de mil páginas, ¿qué iba a escribir?, ¿una policiaca de 200 páginas? Eso quedaba muy raro. Y como no sabía qué hacer, hice tonterías. Escribí un guión de cine sobre la historia que luego fue Inés y la alegría que no me salió bien. Y luego reincidí en mi fracaso habitual que es la literatura dramática. He intentado ser dramaturga muchas veces. Es mi gran fracaso. Nunca lo he conseguido porque soy narradora y yo subo un personaje al escenario y le pongo a contar. Pero en el teatro no hay que contar. En el teatro tienen que pasar cosas. Entonces, después de un año y medio equivocándome acerté en cinco minutos y decidí que iba a hacer una serie de seis novelas. Aurora estaba ahí desde el principio. Estaba desde mucho antes porque desde el 89 le estoy dando vueltas. Una gran parte del argumento de esta novela, sus delirios maternales o la extraña relación que tiene con el psiquiatra viene de la obra de teatro. Por eso esta novela la he escrito muy deprisa, en comparación con otras.

Como cita en su novela, ¿«el sueño de la razón produce monstruos»?
Siempre me ha inquietado muchísimo ese título grabado en Goya. En el dibujo original lo que parece es que hay un intelectual agotado, un escritor, alguien que se queda dormido y sueña con monstruos. Parece... Pero a mí me gusta más otra interpretación que es pensar que Aurora es un monstruo de la razón que sueña, ¿no? De la razón que se desvía, de la locura definitivamente. La locura produce monstruos.

Decide ambientar los años 50 de España y la acción de su novela en un manicomio de mujeres, ¿era una metáfora de la situación del país?
Esta novela cuenta lo que para mí es un hoyo. Los años 50 fueron años en los que no había esperanza. Los españoles que en los 40 habían soportado una represión salvaje, física, económica, de sentencias duras de cárcel y de trabajos forzados, tenían la esperanza de que los aliados iban a intervenir. En los años 60 ya se sabía que Franco se iba a morir en la cama y surgió una nueva oposición que fue la que luego lideraría la transición. Durante los años 50 había menos hambre, menos fusilamientos, los presos volvieron a sus casas pero no había esperanza. Ya se sabía que Franco iba a quedarse y no se veía muy bien por dónde se podía salir. Me pareció interesante entonces contar esa época que es tan dura, desde un manicomio de mujeres, desde el margen del margen porque, las protagonistas de esta novela son las últimas de la fila. Son mujeres y luego además enfermas mentales. Por definición era un lugar donde vivía recluida gente que no le importaba a nadie. A mí me parecía que para contar eso aquel lugar era ideal. Porque es un microcosmos en el que se condesa y se esencializa la atmósfera que se respira fuera. Porque además si los años 50 fueron difíciles para todos, si el nacionalcatolicismo hizo difícil la vida de todos los españoles, la vida de las mujeres fue más difícil todavía.

De hecho, dedica el libro a esas mujeres que vivieron aquellos años sin libertad, ¿no?
Sí. Fue una época en que la íntima unión entre la iglesia católica y el estado franquista, que es lo que generó ese engendro que realmente no es una ideología sino una pseudoideología que llamamos nacionalcatolicismo, intervenía en la vida privada de las personas. Y hacía difíciles muchas cosas, muchos actos, muchos gestos cotidianos muy pequeños pero que son decisivos para que la gente sea feliz. En aquella época para las mujeres su cuerpo era un problema. Todo era pecaminoso. La manga corta o salir sin medias era pecaminoso, aunque en agosto estuvieras sudando la gota gorda... Tenías que tener mucho cuidado, ser como una especie de Gestapo de ti misma porque cualquier cesión a los impulsos, cualquier enamoramiento inconveniente podía acabar contigo para siempre y convertirte en una mujer arruinada, en un desecho social a la que nadie iba a volver a mirar bien y a la que nadie iba a respetar nunca. Gestos de los más elementales como darle la mano a alguien o besarle por la calle era peligroso. Leer novelas traducidas era peligroso. Leer en general era peligroso. Cosas muy pequeñas que tenían que ver con la forma de relacionarse de la gente. Eran tan peligrosas que España se convirtió en un país de silencios. Donde lo más seguro era estar callado. De gente desconfiada que no confiaba en nadie. Vivir así es muy duro. Es una variedad del terror. Convertía a los españoles y a las españolas en los peores enemigos de sí mismos. Ahogaba cualquier espontaneidad. Les obligaba a calcular previamente cada gesto que hacían y suspendían sobre la atmósfera un polvo irrespirable. Eso fue terrible para todos y para las mujeres fue peor.

Por suerte se ha avanzado mucho, ¿aún quedan cosas por conquistar?
Yo creo que las mujeres hemos progresado muchísimo. Es verdad que no nos han regalado nada. A mí me hace muy feliz ver que ahora es políticamente incorrecto que un hombre no sea feminista. No soy ingenua, sé que en muchos casos son declaraciones calculadas. Pero todavía habiendo avanzado tanto como hemos avanzado no hemos conseguido la igualdad elemental, que es la anulación de la brecha laboral. Estamos todavía en déficit. Y me hace mucha gracia cuando la gente dice: «Oh, las mujeres, es que os lo vais a quedar todo». ¿Cómo que nos lo vamos a quedar todo? Si dos personas no ganan lo mismo por hacer el mismo trabajo, ¿de qué estamos hablando? Creo que además las mujeres de mi generación tenemos mucho mérito porque a nosotras nos educaron para vivir en un país que por fortuna cuando nos hicimos adultas ya no existía y nos echamos a la vida sin modelos. Para nosotras era impensable asumir el modelo de las feministas anglosajonas o italianas cuyas madres habían quemado sus sujetadores en la universidad. Cuando las chicas de los 60 quemaban sus sujetadores en la universidad mi madre no podía tener una cuenta corriente y no podía tener un pasaporte si no firmaba mi padre, con lo cual nosotras no teníamos modelo ninguno.
(…)
Amparándose en la locura se hicieron muchas barbaridades…
En la novela [La madre de Frankenstein] se ve muy claramente la importancia que tuvo la psiquiatría franquista en la formación de la ideología nacionalcatólica. Las teorías de Antonio Vallejo-Nájera como la del gen rojo, que estableció que el marxismo era un gen vinculado a la debilidad mental, es decir, que todos los marxistas eran idiotas y que para mejorar la raza española era fundamental acabar con ese gen, en realidad le dio amparo teórico a una represión feroz y a una de las grandes aportaciones españolas a la historia de la infamia universal que fue el robo de niños. La psiquiatría podía actuar como un medio de control muy eficaz de la población. Los psiquiátricos españoles estaban llenos de mujeres de hombres que en un momento dado se cansaban de tener una mujer y querían irse a vivir con otra. Todas las chicas rebeldes o que no querían casarse, eran consideradas severamente desequilibradas.

Escribe que los segundones, ignorantes, mediocres en su mayoría, eran hasta peores que los fascistas, ¿es este el verdadero peligro?
Los mediocres y segundones siempre son muy problemáticos. Después de la guerra el problema fue la sangría de conocimiento, la sangría de talento descomunal de artistas, de creadores, de científicos que supuso el exilio. Los científicos de primera línea, igual que los creadores de primera línea, o se exiliaron o fueron recluidos. Hubo gente que no pudo huir pero les inhabilitaron de por vida por muy brillantes que fueran y les condenaron a vivir en su casa. Como dice José Luis Robles –uno de sus personajes–, les malograron como maestros y nos malograron a todos como discípulos porque no pudimos aprender de ellos. Los que ocuparon el poder fueron los segundones porque las primeras líneas se habían ido o precisamente por su brillantez estaban condenados. ¿Son peores que los fascistas? Hombre, es un psiquiatra inhabilitado el que habla, entonces sí, imagino que desde el punto de vista profesional lo fueron. ¿Ahora mismo los segundones son peores? Estamos en una democracia, y a mí me gustaría pensar que en una sociedad como la nuestra los segundones no tienen esa capacidad de medrar, aunque sé que muchos lo hacen, tan, tan exclusiva como lo tenían en una dictadura.

¿Será su próximo libro, Mariano en el Bidasoa, la última entrega de sus «Episodios de una guerra interminable» o ha cambiado de idea?
No. Queda uno, uno que es el último. Está bien hacer cosas que tengan un principio y un final, no tiene sentido alargar algo indefinidamente. Desde el principio dije que iban a ser seis, que iban a acabar en el 64. Lo del 64 no es un capricho. Es un año en el que el régimen celebra los 25 años de paz pero además yo creo que la verdadera transición empieza justo en esa época. A mediados de los 60 es cuando los españoles descubren que hay otra vida y que hay otro mundo, que se puede vivir de otra manera. Los inmigrantes económicos se van a trabajar a Europa, descubren un modo de vida que no tiene nada que ver con el suyo, mandan remesas a España que acaban con la miseria, cuentan lo que ven y al mismo tiempo el turismo hace que en todo el litoral se empiecen a familiarizar con otros europeos que viven otras cosas. En ese momento yo creo que se acaba la autarquía, la autarquía moral incluso, se acaba la España encerrada en sí misma sin contacto con el mundo. Yo creo que en el 75 las cosas no hubieran sido tan fluidas si en el 65 no hubiera pasado eso. Esta serie por tanto se acaba en el 64 y hasta ahí me queda una.




en El Cultural, 6 de febrero, 2020














 

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