lunes, octubre 18, 2021

«(18-O) Psicoanálisis de un malestar: la dignidad del sujeto. / La revolución en psicoanálisis o la mutación de la economía subjetiva», de Mario Uribe






He comentado, latamente, en capítulos previos la orientación de la revuelta del 18-O en Chile. De la misma manera que lo señalara Badiou, a propósito del Mayo francés, tampoco se ha observado en nuestro país, que se tenga como objetivo apropiarse del poder, o de los medios de producción, a través de acciones serias de logística paramilitar pertinentes. Al contrario, el clamor popular en Chile no apunta hoy a apoderarse de los medios de producción y –a través de ese acto– a obtener una redistribución de la plusvalía, como sí lo fue en la época de la Unidad Popular, sino más bien a denunciar la injusticia social, la desigualdad, el abuso, la corrupción, la humillación de los ciudadanos rehenes del sistema financiero, y la risa indignante del capitalista, amparada en el Estado de Chile que sostiene el modelo, dañando la dignidad del sujeto. Se clama, en otros términos, por una escucha pertinente a estas demandas legítimas. El despertar chileno, sobre el cual hemos insistido, implica la irrupción de lo real,[1] en términos de haber puesto en evidencia el engaño o la ilusión de la promesa de satisfacción en el consumo, la insatisfacción o falta-de-gozar estructural del sujeto, la relativización de los plus-de-gozar, prêts-à-porter de la sociedad capitalista avanzada. Se denuncia, evidentemente, la corrupción del poder económico sobre el poder político y judicial, y como telón de fondo la permanencia del contrato social constitucional de la dictadura, hecho a la medida de la acumulación de la «mala riqueza». Se da esta lucha dentro del sistema y contra él, es decir, contra un modelo violento que segrega a la larga exclusión y malestar. 

Tal parece, entonces, que una salida posible del Discurso Capitalista a través del Discurso Analítico, implica una lucha no desde el exterior, sino desde el interior mismo del sistema. La introducción de la castración y la barrera del goce, por el Discurso Analítico, implica una delimitación del campo del goce, la recuperación de la experiencia de la falta, del inconsciente y su deseo, en fin, una regulación de los regímenes de goce, donde no se promueva una acumulación ilimitada, relativizándose la relación del sujeto con los objetos letosas,[2] con los que el mercado pretende saturar el deseo remplazando al objeto perdido. A propósito de la plusvalía, en Radiofonía, Lacan aconsejaba justamente a los proletarios pedir cuentas de la explotación, no al amo capitalista, sino más bien a los objetos plus-de-gozar. La alternativa viable de una salida desde el psicoanálisis es –me perdonarán el cliché– el de una revolución interior. Revolución desde el interior del sistema y hacia el interior de nosotros mismos. Lo que se busca aquí es una mutación de la economía subjetiva, partiendo por un desmontaje del fantasma, que permita al sujeto liberarse del tiránico imperativo superyoico «¡Goza!». Se trata, en última instancia, de una mutación de la relación del sujeto con el goce. Pierre Bruno señala bien que, menos que salir del capitalismo, la tarea analítica es hacer salir el capitalismo de sí. Si el psicoanálisis no puede participar de una «solución» que comprenda las finanzas públicas, el comercio, la economía objetiva, la distribución de la riqueza, entre otras variables, sí le compete ocuparse en prioridad de la economía subjetiva. Es por eso que Lacan sostenía, que el psicoanálisis es una corrección que podría compensar el síntoma social del capitalismo; léase, una especie de antídoto. 




2020






[1] Lacan concibe tres registros en la realidad humana (experiencia subjetiva) que se encuentran anudados, constituyendo una estructura, es decir una topología: el real, el simbólico y el imaginario. Simplificando al máximo, tomaré dos vertientes comprensivas opuestas de la relación entre lo real y lo simbólico, evocadas por comentadores de Lacan. Primero, la idea recibida, según la cual, en el momento del nacimiento biológico del futuro ser humano, lo que adviene al mundo no es aún un sujeto, sino un trozo de carne, el cual al ser atravesado por el significante se humaniza, o lo que es lo mismo, se mortifica. Sin embargo, esa operación humanizadora del significante no recubre la totalidad de ese trozo de carne, permaneciendo una parte fuera de la simbolización. Esa parte sería lo real, o lo inefable, y es de ahí de donde surgiría el goce. La segunda vertiente comprensiva, más ajustada a mi juicio a la letra de Lacan, es la idea de que no hay ninguna realidad prediscursiva y lo real solo surge a partir de la marca del significante. Como fuere, esa relación diacrónica, lo real no es la realidad, sino esa dimensión expulsada de la realidad por lo simbólico, aquella que está fuera del orden del significante y de su articulación en el lenguaje, y que lo agujerea. Su existencia es evocada por el testimonio de la experiencia singular del sujeto, en relación con esa dimensión fuera del sentido, pero no se puede decir nada más de ella, porque no es representable, no es reabsorbible por el significante. Lo real se nos escapa, está fuera de nuestra aprehensión y de nuestro alcance en tanto seres hablantes. Lo real opera como la escritura, como la letra, mientras lo simbólico obedece al significante. Sus más conocidas definiciones son: «lo que vuelve siempre al mismo lugar».

Verdaderamente, como lo acabo de señalar, el despertar a lo real es siempre un momento fugaz, un destello de lucidez. ¿Qué sería en efecto un despertar para siempre sino la muerte, según Lacan? Digo riesgo o tentación, toda vez que –así como se despliega la dinámica del movimiento– todo marcha bien, que el despertar prendió, no hay entonces ningún tipo de rectificación a esperar, ni ninguna ilegitimidad que reprochar. Muy por el contrario, más allá de esas (el goce de la repetición, el núcleo inasimilable del trauma) y «lo imposible» (imposible de simbolizar, lo siniestro o lo real de la muerte, por ejemplo)». La escritura ex-sistencia marca, entonces, su particular estatuto existencial y topológico en relación con la cadena simbólica. Lo simbólico, por su parte, incluye al Otro, a la cultura, al lenguaje y la cadena significante (sentido), que enmarca el imaginario y recubre parcialmente lo real. El sujeto surge recién cuando hay inscripción en el orden simbólico, cuando el lenguaje, a través del significante, lo define y representa. Antes solo hay imagen corporal. Lo simbólico introduce la falta, la presencia sobre fondo de ausencia, la duración, la conservación en el tiempo, la posibilidad de la sustitución o la metáfora, todo aquello que humaniza a través del símbolo, incluyendo los límites y regulaciones del goce inherentes a las relaciones de parentesco: un vocablo, la palabra, un nombre, un túmulo. Sin embargo, redoblando esos tres registros de la estructura del sujeto, hay también, en el interior mismo de la estructura del lenguaje, lo simbólico, lo imaginario y lo real. Lo simbólico de lo simbólico es el lugar del código, el Otro como tesoro de los significantes. Lo imaginario de lo simbólico incluye al sentido y la significación que aparecen en la combinación de los significantes. Lo real de lo simbólico está por fuera del sentido y tiene que ver con la letra, la cual no simboliza nada y está fuera del código. En fin, el registro imaginario considera la constitución del yo, a partir de la imagen alienante del otro (estadio del espejo, relación del yo (a) con el alter ego (a’)) y todos los fenómenos de orden especular o narcisista que ocurren en ese eje, incluyendo el fantasma, en tanto construcción defensiva. Los fenómenos de identificación, particularmente la alienación a la imagen del otro, así como los mecanismos de hostilidad y agresividad inherentes a este tipo de relaciones especulares, son propios del imaginario

[2]  Lacan usa el neologismo letosas en el marco de su particular forma de pensar el mundo de los objetos en nuestra sociedad contemporánea, dominada por el Discurso Capitalista y las tecnociencias. Se trata de esos equivalentes del objeto a llamados a ocupar el lugar de un vacío y que circulan, naturalmente, en manos de adultos, adolescentes y niños. Estos incluyen a los artefactos tecnológicos o gadgets, pero también al analista. La letosa permite al sujeto no querer saber nada de la castración. Esa es su función. La cuestión es saber cómo el sujeto se relaciona singularmente con la letosa elegida, desde la impotencia a la imposibilidad.







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