viernes, junio 04, 2021

«El dolor te asusta», de Harry Mathews

Traducción de Cecilia Pavón




El dolor te asusta. Las últimas dos noches, al acostarte, dolores “centelleantes” bajaron por el lado derecho de tu cara, cerca de la nariz. Cada destello pasa rápido, de forma que el dolor, eléctrico en su impresión, ya ha desaparecido cuando empiezas a reaccionar a él. A veces dos centelleos vienen seguidos, pero hasta ahora nunca tan seguidos que se vuelvan insoportables. Te asusta la posibilidad de que se sucedan sin interrupción. ¿Cómo sería eso? Seguramente no como te lo imaginas; pero probablemente te verías reducido a tratar de manejar el dolor lo mejor que pudieras. No hace falta decir que el miedo arrastra visiones de una eventualidad deprimente: la de volverte una víctima permanente de la neuralgia facial (hablando de eso, ahora sabes por qué le decían “tic doulourex”: “twicht” en inglés es sinónimo de centelleo), y tener que calmar ese ganglio facineroso con inyecciones de alcohol o aplicaciones de láser, que te dejarán la mitad de tu cara flácida para siempre. Tendrás una vida de recluso, sin salir nunca a la calle (y cuando no te quede otra, saldrás camuflado con una bufanda, un sombrero, anteojos), recibirás a tus amigos en penumbras... Te das cuenta de que es difícil que eso pase, pero en la oscuridad, soportando los latigazos de dolor, ese panorama se presenta como el único resultado posible. Todas las demás realidades –pensamientos, ensoñaciones diurnas, incluso tus ensoñaciones sexuales tan reconfortantes- han quedado fuera de tu alcance: acostado, solo te preguntas si la próxima descarga te atravesará el ojo derecho. Si este problema empeora, tal vez la mejor forma de responder sea salir de la cama, ir a tu escritorio y escribir en este libro.


Lans, 5/5/84
 
 
 
en Veinte líneas por día, 1988


Mansalva, 2015













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