domingo, abril 25, 2021

“La esperanza está en la preposición” [Sobre 'Paisaje con ruinas', de Manuel Illanes], de Carlos Almonte





1. Sobre el género, el título y el sello

Paisaje con ruinas, si bien se nos presenta –expresivamente- de forma poética, su estructura nos lleva al género del diario. Se presenta una bitácora de fragmentos, entradas sin fechar, en la que los hechos se van sucediendo en medio de abstracciones, anécdotas, proyecciones y otras –variadas y pródigas- instancias de precariedad y reflexión. El libro está dispuesto (inequitativamente) en dos partes: “Arenas movedizas” y “La ciudad se conmovió”. Lo sabrá el lector en su momento, pero no es casualidad que la segunda parte tenga un epígrafe de Thomas Pynchon (quien da nombre también al sello editorial que publica este libro). Huelga decir que los epígrafes de la primera parte (Kafka y Benjamin, el segundo refiriendo al primero), tratan –sin entrar en detalles- sobre la escritura y la incertidumbre de partir.

La preposición “con” (del título) se nos antoja, entre la desolación, como un atisbo de esperanza, en una primera instancia, tramada y ubicada desde el intelecto. La evasión consciente de la preposición “en”, además de evitar el lugar común, nos ubica en un escenario sombrío, aunque no degradado por completo; casi como un decorado, una puesta en escena.

El autor busca esa salida y la interpone, política y muy cautamente, desde el mismo título. Insisto, no se trata de un “paisaje en ruinas”, sino de un “paisaje con ruinas”; lo que nos sugiere que, según el autor, aún hay algo que puede salvarse (por sí mismo) o rescatarse (con la mediación de la lectura). ¿El amor? ¿El arte? ¿La caja fuerte de la poesía? No ahondaré en esto, para no caer en adelantos, solo diré que a lo largo del libro se ensayan –de modo implícito- algunas respuestas a estas interrogantes. No olvidemos que el libro, a pesar de ser publicado este año 2021 (para algunos “el segundo año de la peste”), está fechado escrituralmente entre fines de los años 2016 y 2017. Es decir, en una época prepandémica; digamos, una época “normal”, si algo así aplicara alguna vez. Tan normal como “Las calles de mi barrio, un paisaje con ruinas” (p. 106).

Como sabemos, y es algo sobre lo que ahondaré hacia el final, Thomas Pynchon (de aparición relevante, aunque aparentemente fugaz en este libro), en especial en la novela El arcoíris de la gravedad, explora el fondo del contraste. Asimismo, hay acá una conciencia que subyace y se conecta con la realidad inmediata, tangible, experimentada, comprobable; así como se intuye a la par una realidad mediata, intangible, paralela, trascendente; recordándonos a Philip K. Dick como uno de los tantos autores que expresa esta inmanencia, esta posibilidad. Illanes lo expresa en variados pasajes, haciéndose cargo de una tradición que podríamos llamar “de las realidades paralelas”, de las realidades trascendentes, o, más precisamente, de “lo tangible de la intuición”.


2. Sobre el punto de partida (o de llegada)

Una ciudad, un recorrido por los márgenes de la ciudad (un tópico de autor; violencia y necesidad), una descripción general, que va acotando su visión, hasta llegar, muy pronto, a la visión de un consultorio público, lugar clave, literalmente vital, que permite seguir –a pesar de las carencias- desde este lado del precipicio. El abismo, como sabemos, tiene una sola entrada, un solo lado y un borde en el que nos paramos y observamos aquel lado único, que no tiene fondo y desde el que no es posible retornar. Este abismo, este encuadre poético, abrupto y, hasta cierto punto familiar, ya ha sido visitado por Illanes en publicaciones anteriores. Es un abismo que nos rodea de soledad insondable; un abismo que nos hace vernos a nosotros mismos como renacidos, acompañados del solsticio mientras los balazos continúan allá afuera.


3. Sobre el habitar...

“Nosotros los que estamos fuera” (p. 18), acota –paradójicamente- el narrador poético. Paradójico, ya que lo que se describe en este libro es el “habitar” (desde la primera palabra): escribir, caminar, habitar. No es más que otra superficie -de placer- el aniquilar, a través de la palabra, ese otro mundo, el que no se habita, pero que también queda de este lado del abismo.

Una cosa es estar en el margen, vivir la violencia de manera cotidiana; y otra bien distinta es insertar a un ejecutante de la misma en una vida plácida. Resulta interesante el prisma del autor, que se aleja un momento de la restregada figura: empresario/abusador/ladrón para retratar al vecino secuestrador/barrigón/con aspecto de buena gente. El crimen paga, aun en la calidad inamovible de una apacible vida, llena de lujos y todo tipo de costumbres y artefactos ostentosos al tiempo de llevar una vida quieta y tener el aspecto de un hombre saludable. ¿Es que uno se acostumbra a vivir en los márgenes? ¿Es que uno se acostumbra a vivir por fuera de los márgenes? Por cierto. El secuestrador es también un padre amoroso. El narco es un hombre generoso con la vecindad. El sicario es el hijo cuidadoso de una madre enferma. O, dicho de una manera directa, es La humanización de la deshumanización, y el destierro de las ideas preconcebidas. Si no existe la maldad en estado puro, tampoco la bondad.


4. Sobre el Estado policial

“El miedo es el arma más potente” (p. 22) nos previene el hablante. Ya no como una forma de salir y demostrar la valentía a ultranza. Tal cosa no existe, más que motivada, como acá, por un Estado totalitario o fascista (hablando en términos equivalentes). El miedo, el miedo, el miedo... La poietomancia de Illanes, su “adivinación caldea”, su avizoramiento profético, nos sorprende, más aun cuando al poco tiempo de escrito este Paisaje... todo aquello se transformó –incluso de manera más precisa- en verdad: el toque de queda, la represión, el confinamiento de la población, en silencio, sin molestar. Fue gracias a una muy espontánea pandemia que fuimos subyugados, una vez más ante un Estado tan mancomunado y extendido como vigilante y castigador. Y, en medio de todo, el narrador, consciente de sus limitaciones y vastas entonaciones, vive su propio viaje al fin de la noche, su propia redención.


5. Los trasplantados...

El carácter de transplantado está (siempre) en el relato, en cada imagen: “la necesidad de un país, pero sin poder aspirar a él” (p. 15). Trasplantado ya no solo de un país a otro, también de un extremo a otro de la ciudad, de un lugar cualquiera a otro lugar cualquiera, del intercambio de personas, de la desaparición de las mismas, de la desaparición de sí mismo. Son leídos los aforismos de los muertos, sentencias, reflexiones poéticas de extensión breve y a la vez de insonsable profundidad: “¿No fue a esto a lo que viniste a México?” (p. 108).

El que observa, describe: una ciudad en llamas, en decadencia, los trepanados de Capital (podríamos decir, un suburbio macondiano-illanesiano), en donde se recorre un similar paisaje poblado de vagabundos, prostitutas, adictos, borrachos, niños que piden limosna... Una realidad común al lugar del narrador poético, al lector de toda Latinoamérica; y, como telón de fondo, cadáveres vivientes y buitres observando. O, para matizar el contrapunto, la clase trabajadora y la clase dominante. Como en todo sistema conocido, algunos quedan en la Historia, con mayúscula. Otros son llevados al triste matadero de la extinción, o, lo que es lo mismo, son transformados en seres invisibles que se trasladan, trabajan, comen, viven y se reproducen; pero nadie los ve jamás. No existen para nadie más que para ellos mismos y su breve entorno. No son ellos los que provocan cambios. No son ellos los que protagonizan la Historia. Es más, ni siquiera se dan cuenta de lo que es la historia, ni donde transcurre, ni quién la escribe. Engullen noticiarios, periódicos y editoriales devoradas de antemano por el establishment, como si todo eso fuera la verdad. Ellos son la carne del cañón, ellos deambulan por este paisaje con ruinas hecho de “estrangulamiento (...) escritura (...) incendio (...) lengua (...) y muertos” (p. 35). Aunque se declara a México como la suma de todas las realidades, y ya no regresa a Chile sino que regresa a México, el lugar del trasplantado nunca se muestra totalmente certero. La cultura, el idioma en algunos casos, la ciudad, la gente, el humor, la literatura... es una adopción por gusto. “Uno elige a los amigos, no a la familia”, reza el dicho. Lo mismo pasa con un país. Se eligen los viajes, incluso; no la enfermedad, mucho menos la trizadura.


6. Los tópicos recurrentes

La iluminación se relaciona con una permanente búsqueda de sentido. Una espiral de violencia y una muchedumbre hastiada por la falta de libertad y justicia. Los mundos paralelos en que los habitantes del otro lado del abismo apenas se intuyen. Los que flotan, reverberan y chocan entre sí, son los malolientes, nauseabundos drogadictos desprovistos de todo, de dinero, de justicia, de sentido. Y acá cobra importancia una figura apenas mencionada, pequeños seres de luz que destellan débilmente, lo suficiente como para alcanzar a rozar algo parecido a una hoja de ruta hacia la salida: “rescatar una luciérnaga de sentido de entre los escombros y los cuerpos magullados” (p. 49), o “una luciérnaga de sentido despuntando en este mar de escombros” (p. 58). La persistencia, nuevamente, como una traza de esperanza. Y sobre la mitad, como una pirámide ceremonial, los referentes mayores, verdaderos tótems, altares de adoración, Bataille y Tarkovski, la ruptura que reorganiza el sentido (p. 55). Los que hemos crecido junto a Stalker (cronológica, intelectual, estética, cognitivamente) recordaremos el siguiente verso con devoción: “ha naufragado y está tan cerca del fondo que puede escuchar con una claridad engañosa el milagroso canto del agua” (p. 55).


7. La cuestión de lo que concluye

Contemplando al sol, la única semilla, una “caminata interminable para respirar en las alturas” (p. 43), poetiza el autor acaso en el plano más lírico de todos. La limpieza se hace cargo, se abre paso entre callejones, ebrios y maleantes. Y mira al cielo, y mira a la piedra, y recuerda, observa, se sorprende. Hay cactus gigantes, cardos, golondrinas, nidos, raíces, flores, primavera... El mundo natural se apodera de la narración poética, para limpiar el alma, para recordarle al hombre, a la mujer, al ser humano, que el futuro es el regreso; que el ciclo es uno solo; que el aire se respira y nos permite continuar; “que lo sufrido no resucita en sueños y en rezos nunca murió” (Los Caifanes).

Este es “un relato que sobrevive a la muerte”, sin duda, lo dice el mismo autor en la página 43. Que sobrevive al espanto, al miedo, a Circe misma. Un relato que sobrevive al tiempo y se instala libre de posturas e imposturas. Solo crece, limpio y puro, hacia arriba. El extrañamiento no concluye. El desarraigo no concluye... Un cuaderno en el que son agregados párrafos, descripciones, recuerdos, referentes, conclusiones. Un viaje que es la historia de un insomne, de un insomne que anota, de un Cabeza de Vaca posmoderno; que va de la sorpresa, del descubrimiento, de la otredad (“Ni chileno ni mexica” –p. 99), al amor y, sobre todo, a la búsqueda de sentido. Un insomne que anota la primera reflexión de aquel despertar, una cabeza acadia, un recuerdo erótico, un fugaz paso por la avenida principal, la más ínfima brizna de sol. Hasta que llega el momento del naufragio total, en el que la lengua naufraga, la sabiduría naufraga, el diálogo se produce entre sombras, el narrador poético transcribe, dictado por las musas de los muertos, aforismos que no están dirigidos a nada ni a nadie, aforismos que redundan en ejemplos de una inequidad que pareciera chorrear a borbotones, desde las cascadas emplumadas, serpientes y jaguares de una cultura que ya le es propia. Las imágenes de México no concluyen. Las imágenes de México jamás concluyen.

¿Es posible entrar en el desierto desde un río que no deja de fluir? Illanes acá lo intenta, realiza y culmina en el preciso logro, aquel que nos deja en el momento y, sobre todo, en el lugar que hemos buscado con ahínco. De acá la certeza de este libro, de su peregrinar, de su propio río que permite el flujo de la inacción, del sonido adormecedor, de la flotación eterna.


8. La cuestión del final

Y en el final, un aserto tan definitivo como inobjetable: “La enfermedad avanza. El mal avanza. La violencia avanza” (p. 110). El narrador es presa del fuego, del incendio, del terremoto, de la conmoción de la ciudad. Y, lo peor, que es -por supuesto- también lo mejor: “La iluminación no ha llegado” (p. 117). El mundo que importa, la realidad que interesa no sucede allá, nunca fue así; es la reflexión inmediata, tan confrontacional y contingente, como reposada y proyectiva.

No es casualidad el título, ni el formato de diario, ni lo que hay en él; como tampoco el nombre del sello que lanza este volumen: el contraste permanente, la precariedad, la sospecha de estar ad portas de un momento crucial, además del sinnúmero de temáticas y contenidos, tratados con justeza, rigor y erudición. Tampoco son casualidad las disciplinas mencionadas, relacionadas con los estudios sociales, el arte, la música, el cine, la historia antigua, principalmente mexicana, y obviamente con la literatura... no hacen más que corroborar esta relación de parentesco, negación, ausencia y consecuente desaparición.

“Cualquier palabra que no porte el silencio cristalizado es solo pavoneo inútil”, nos dice el autor ya en la página 37. Y en esta advertencia, recordamos la del Dante: “Los que entráis, dejad fuera la esperanza”. Recomendación plausible también para este libro, aunque, y como ya se ha dicho, la última esperanza –pequeña, diminuta, casi impercetible- está encriptada en una fingidamente frágil y azarosa preposición.



Paisaje con ruinas
Gravity’s Rainbow, 2021












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