1. Sobre el género, el título y el sello
Paisaje con ruinas, si bien se nos presenta –expresivamente-
de forma poética, su estructura nos lleva al género del diario. Se presenta una
bitácora de fragmentos, entradas sin fechar, en la que los hechos se van
sucediendo en medio de abstracciones, anécdotas, proyecciones y otras –variadas
y pródigas- instancias de precariedad y reflexión. El libro está dispuesto
(inequitativamente) en dos partes: “Arenas movedizas” y “La ciudad se
conmovió”. Lo sabrá el lector en su momento, pero no es casualidad que la
segunda parte tenga un epígrafe de Thomas Pynchon (quien da nombre también al
sello editorial que publica este libro). Huelga decir que los epígrafes de la
primera parte (Kafka y Benjamin, el segundo refiriendo al primero), tratan –sin
entrar en detalles- sobre la escritura y la incertidumbre de partir.
La
preposición “con” (del título) se nos antoja, entre la desolación, como un
atisbo de esperanza, en una primera instancia, tramada y ubicada desde el
intelecto. La evasión consciente de la preposición “en”, además de evitar el
lugar común, nos ubica en un escenario sombrío, aunque no degradado por
completo; casi como un decorado, una puesta en escena.
El autor
busca esa salida y la interpone, política y muy cautamente, desde el mismo
título. Insisto, no se trata de un “paisaje en ruinas”, sino de un “paisaje con
ruinas”; lo que nos sugiere que, según el autor, aún hay algo que puede
salvarse (por sí mismo) o rescatarse (con la mediación de la lectura). ¿El amor?
¿El arte? ¿La caja fuerte de la poesía? No ahondaré en esto, para no caer en
adelantos, solo diré que a lo largo del libro se ensayan –de modo implícito-
algunas respuestas a estas interrogantes. No olvidemos que el libro, a pesar de
ser publicado este año 2021 (para algunos “el segundo año de la peste”), está
fechado escrituralmente entre fines de los años 2016 y 2017. Es decir, en una
época prepandémica; digamos, una época “normal”, si algo así aplicara alguna
vez. Tan normal como “Las calles de mi barrio, un paisaje con ruinas” (p. 106).
Como
sabemos, y es algo sobre lo que ahondaré hacia el final, Thomas Pynchon (de
aparición relevante, aunque aparentemente fugaz en este libro), en especial en
la novela El arcoíris de la gravedad,
explora el fondo del contraste. Asimismo, hay acá una conciencia que subyace y
se conecta con la realidad inmediata, tangible, experimentada, comprobable; así
como se intuye a la par una realidad mediata, intangible, paralela,
trascendente; recordándonos a Philip K. Dick como uno de los tantos autores que
expresa esta inmanencia, esta posibilidad. Illanes lo expresa en variados
pasajes, haciéndose cargo de una tradición que podríamos llamar “de las
realidades paralelas”, de las realidades trascendentes, o, más precisamente, de
“lo tangible de la intuición”.
2. Sobre el punto de partida (o de llegada)
Una
ciudad, un recorrido por los márgenes de la ciudad (un tópico de autor;
violencia y necesidad), una descripción general, que va acotando su visión,
hasta llegar, muy pronto, a la visión de un consultorio público, lugar clave,
literalmente vital, que permite seguir –a pesar de las carencias- desde este
lado del precipicio. El abismo, como sabemos, tiene una sola entrada, un solo
lado y un borde en el que nos paramos y observamos aquel lado único, que no tiene
fondo y desde el que no es posible retornar. Este abismo, este encuadre
poético, abrupto y, hasta cierto punto familiar,
ya ha sido visitado por Illanes en publicaciones anteriores. Es un abismo que
nos rodea de soledad insondable; un abismo que nos hace vernos a nosotros
mismos como renacidos, acompañados del solsticio mientras los balazos continúan
allá afuera.
3. Sobre el habitar...
“Nosotros
los que estamos fuera” (p. 18), acota –paradójicamente- el narrador poético. Paradójico,
ya que lo que se describe en este libro es el “habitar” (desde la primera
palabra): escribir, caminar, habitar. No es más que otra superficie -de placer-
el aniquilar, a través de la palabra, ese otro mundo, el que no se habita, pero
que también queda de este lado del abismo.
Una
cosa es estar en el margen, vivir la violencia de manera cotidiana; y otra bien
distinta es insertar a un ejecutante de la misma en una vida plácida. Resulta
interesante el prisma del autor, que se aleja un momento de la restregada
figura: empresario/abusador/ladrón
para retratar al vecino secuestrador/barrigón/con
aspecto de buena gente. El crimen paga, aun en la calidad inamovible de una
apacible vida, llena de lujos y todo tipo de costumbres y artefactos ostentosos
al tiempo de llevar una vida quieta y tener el aspecto de un hombre saludable.
¿Es que uno se acostumbra a vivir en los márgenes? ¿Es que uno se acostumbra a
vivir por fuera de los márgenes? Por cierto. El secuestrador es también un
padre amoroso. El narco es un hombre generoso con la vecindad. El sicario es el
hijo cuidadoso de una madre enferma. O, dicho de una manera directa, es La humanización de la deshumanización, y
el destierro de las ideas preconcebidas. Si no existe la maldad en estado puro,
tampoco la bondad.
4. Sobre el Estado policial
“El
miedo es el arma más potente” (p. 22) nos previene el hablante. Ya no como una
forma de salir y demostrar la valentía a ultranza. Tal cosa no existe, más que
motivada, como acá, por un Estado totalitario o fascista (hablando en términos
equivalentes). El miedo, el miedo, el miedo... La poietomancia de Illanes, su “adivinación caldea”, su avizoramiento
profético, nos sorprende, más aun cuando al poco tiempo de escrito este Paisaje... todo aquello se transformó
–incluso de manera más precisa- en verdad: el toque de queda, la represión, el
confinamiento de la población, en silencio, sin molestar. Fue gracias a una muy
espontánea pandemia que fuimos subyugados, una vez más ante un Estado tan
mancomunado y extendido como vigilante y castigador. Y, en medio de todo, el
narrador, consciente de sus limitaciones y vastas entonaciones, vive su propio viaje al fin de la noche, su propia
redención.
5. Los trasplantados...
El
carácter de transplantado está (siempre) en el relato, en cada imagen: “la
necesidad de un país, pero sin poder aspirar a él” (p. 15). Trasplantado ya no
solo de un país a otro, también de un extremo a otro de la ciudad, de un lugar cualquiera
a otro lugar cualquiera, del intercambio de personas, de la desaparición de las
mismas, de la desaparición de sí mismo. Son leídos los aforismos de los muertos,
sentencias, reflexiones poéticas de extensión breve y a la vez de insonsable
profundidad: “¿No fue a esto a lo que viniste a México?” (p. 108).
El
que observa, describe: una ciudad en llamas, en decadencia, los trepanados de
Capital (podríamos decir, un suburbio macondiano-illanesiano),
en donde se recorre un similar paisaje poblado de vagabundos, prostitutas, adictos,
borrachos, niños que piden limosna... Una realidad común al lugar del narrador
poético, al lector de toda Latinoamérica; y, como telón de fondo, cadáveres
vivientes y buitres observando. O, para matizar el contrapunto, la clase
trabajadora y la clase dominante. Como en todo sistema conocido, algunos quedan
en la Historia, con mayúscula. Otros son llevados al triste matadero de la
extinción, o, lo que es lo mismo, son transformados en seres invisibles que se
trasladan, trabajan, comen, viven y se reproducen; pero nadie los ve jamás. No
existen para nadie más que para ellos mismos y su breve entorno. No son ellos
los que provocan cambios. No son ellos los que protagonizan la Historia. Es
más, ni siquiera se dan cuenta de lo que es la historia, ni donde transcurre, ni
quién la escribe. Engullen noticiarios, periódicos y editoriales devoradas de
antemano por el establishment, como
si todo eso fuera la verdad. Ellos son la carne del cañón, ellos deambulan por
este paisaje con ruinas hecho de “estrangulamiento
(...) escritura (...) incendio (...) lengua (...) y muertos” (p. 35). Aunque se
declara a México como la suma de todas las realidades, y ya no regresa a Chile
sino que regresa a México, el lugar del trasplantado nunca se muestra
totalmente certero. La cultura, el idioma en algunos casos, la ciudad, la gente,
el humor, la literatura... es una adopción por gusto. “Uno elige a los amigos,
no a la familia”, reza el dicho. Lo mismo pasa con un país. Se eligen los
viajes, incluso; no la enfermedad, mucho menos la trizadura.
6. Los tópicos recurrentes
La
iluminación se relaciona con una permanente búsqueda de sentido. Una espiral de
violencia y una muchedumbre hastiada por la falta de libertad y justicia. Los
mundos paralelos en que los habitantes del otro lado del abismo apenas se
intuyen. Los que flotan, reverberan y chocan entre sí, son los malolientes,
nauseabundos drogadictos desprovistos de todo, de dinero, de justicia, de
sentido. Y acá cobra importancia una figura apenas mencionada, pequeños seres
de luz que destellan débilmente, lo suficiente como para alcanzar a rozar algo
parecido a una hoja de ruta hacia la salida: “rescatar una luciérnaga de
sentido de entre los escombros y los cuerpos magullados” (p. 49), o “una
luciérnaga de sentido despuntando en este mar de escombros” (p. 58). La
persistencia, nuevamente, como una traza de esperanza. Y sobre la mitad, como
una pirámide ceremonial, los referentes mayores, verdaderos tótems, altares de
adoración, Bataille y Tarkovski, la ruptura que reorganiza el sentido (p. 55).
Los que hemos crecido junto a Stalker
(cronológica, intelectual, estética, cognitivamente) recordaremos el siguiente verso
con devoción: “ha naufragado y está tan cerca del fondo que puede escuchar con
una claridad engañosa el milagroso canto del agua” (p. 55).
7. La cuestión de lo que concluye
Contemplando
al sol, la única semilla, una “caminata interminable para respirar en las
alturas” (p. 43), poetiza el autor acaso en el plano más lírico de todos. La
limpieza se hace cargo, se abre paso entre callejones, ebrios y maleantes. Y
mira al cielo, y mira a la piedra, y recuerda, observa, se sorprende. Hay
cactus gigantes, cardos, golondrinas, nidos, raíces, flores, primavera... El
mundo natural se apodera de la narración poética, para limpiar el alma, para
recordarle al hombre, a la mujer, al ser humano, que el futuro es el regreso;
que el ciclo es uno solo; que el aire se respira y nos permite continuar; “que
lo sufrido no resucita en sueños y en rezos nunca murió” (Los Caifanes).
Este
es “un relato que sobrevive a la muerte”, sin duda, lo dice el mismo autor en
la página 43. Que sobrevive al espanto, al miedo, a Circe misma. Un relato que
sobrevive al tiempo y se instala libre de posturas e imposturas. Solo crece,
limpio y puro, hacia arriba. El extrañamiento no concluye. El desarraigo no
concluye... Un cuaderno en el que son agregados párrafos, descripciones,
recuerdos, referentes, conclusiones. Un viaje que es la historia de un insomne,
de un insomne que anota, de un Cabeza de Vaca posmoderno; que va de la
sorpresa, del descubrimiento, de la otredad (“Ni chileno ni mexica” –p. 99), al
amor y, sobre todo, a la búsqueda de sentido. Un insomne que anota la primera
reflexión de aquel despertar, una cabeza acadia, un recuerdo erótico, un fugaz
paso por la avenida principal, la más ínfima brizna de sol. Hasta que llega el
momento del naufragio total, en el que la lengua naufraga, la sabiduría
naufraga, el diálogo se produce entre sombras, el narrador poético transcribe, dictado
por las musas de los muertos, aforismos que no están dirigidos a nada ni a
nadie, aforismos que redundan en ejemplos de una inequidad que pareciera
chorrear a borbotones, desde las cascadas emplumadas, serpientes y jaguares de
una cultura que ya le es propia. Las imágenes de México no concluyen. Las
imágenes de México jamás concluyen.
¿Es
posible entrar en el desierto desde un río que no deja de fluir? Illanes acá lo
intenta, realiza y culmina en el preciso logro, aquel que nos deja en el
momento y, sobre todo, en el lugar que hemos buscado con ahínco. De acá la
certeza de este libro, de su peregrinar, de su propio río que permite el flujo
de la inacción, del sonido adormecedor, de la flotación eterna.
8. La cuestión del final
Y en
el final, un aserto tan definitivo como inobjetable: “La enfermedad avanza. El
mal avanza. La violencia avanza” (p. 110). El narrador es presa del fuego, del
incendio, del terremoto, de la conmoción de la ciudad. Y, lo peor, que es -por
supuesto- también lo mejor: “La iluminación no ha llegado” (p. 117). El mundo
que importa, la realidad que interesa no sucede allá, nunca fue así; es la
reflexión inmediata, tan confrontacional y contingente, como reposada y
proyectiva.
No es
casualidad el título, ni el formato de diario, ni lo que hay en él; como
tampoco el nombre del sello que lanza este volumen: el contraste permanente, la
precariedad, la sospecha de estar ad
portas de un momento crucial, además del sinnúmero de temáticas y
contenidos, tratados con justeza, rigor y erudición. Tampoco son casualidad las
disciplinas mencionadas, relacionadas con los estudios sociales, el arte, la
música, el cine, la historia antigua, principalmente mexicana, y obviamente con
la literatura... no hacen más que corroborar esta relación de parentesco,
negación, ausencia y consecuente desaparición.
“Cualquier
palabra que no porte el silencio cristalizado es solo pavoneo inútil”, nos dice
el autor ya en la página 37. Y en esta advertencia, recordamos la del Dante:
“Los que entráis, dejad fuera la esperanza”. Recomendación plausible también
para este libro, aunque, y como ya se ha dicho, la última esperanza –pequeña,
diminuta, casi impercetible- está encriptada en una fingidamente frágil y
azarosa preposición.
Paisaje con ruinas
Gravity’s
Rainbow, 2021
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