
Franz Kafka, en una de las
tantas cartas dirigidas a su padre, le explica que jamás podría hablar sobre el
miedo que este infunde en él, sobre todo porque el mismo miedo a decepcionarlo es
el que se le presenta como impedimento, ¿acaso ese temor no es el que cada hijo
o hija tiene –en mayor o menor forma– para dirigirse a los padres? En Sara Moncada, segundo
libro de María Cecilia Gajardo, se habla de una hija con la madre, como quien
relata hechos objetivos que se suceden entre sí, pero realmente nos adentramos
en una especie de bitácora, llevada a pulso, de la enfermedad, que no solo
refiere a la madre y no es solo física, sino de una enfermedad que cualquier lazo
madre-hija puede padecer: el miedo a decepcionar.
Cada poema, que en realidad
arma un gran poema, parece una disculpa y al mismo tiempo una provocación a la
madre: “Han llegado personas a verte / aprendí a saludar y a mirar a los ojos /
incluso a esa señora que no se sabe mi nombre / y a la que dice que no nos
parecemos / saludé a la que me dijo que parecía tu hermana mayor / a todas
saludé”. Una hija que escribe a la madre su enojo en clave de sumisión, que le
entrega cuidados y teme a su ausencia –física o
simbólica– es finalmente alguien reclamando una deuda
de la falta. Los papeles se cambian y es la hija quien cuida, pero, ¿hasta qué
punto esos papeles no han sido así por siempre?, por eso la queja, las
infidencias, las preguntas que ya no esperan respuesta, el mar como una sábana
blanca lo ha cubierto todo.
La falta no es una
sensación provocada por la enfermedad de la madre, sino que es el motor de una
existencia que ve en ese momento su manera de explotar, ¿cómo evitar la falta
de la madre desde la orfandad? En el año 2015, el cantante norteamericano
Sufjan Stevens sacó un disco llamado Carrie & Lowell, en el que el
tema principal era su madre, Carrie, quien, aquejada por varias enfermedades
psiquiátricas, lo dejó a cargo de su padre al año de vida. Su madre murió hace
varios años de un cáncer estomacal, pero Stevens escribió este disco como una
manera de reconciliación con Carrie, de reparar la falta y romper esa
“maldición kafkiana” de la decepción entre padres e hijos.
Por otra parte, en el libro
de poemas de la norteamericana Sharon Olds, El Padre, la poeta también
realiza un acto de perdón a su padre, que la abandonó y fue Olds quien se
dedicó a cuidarlo hasta su muerte a causa de un cáncer. “I don’t know / where
to start, with this grime on me” [“No sé / por dónde empezar, con esta suciedad
en mí”] escribe Sharon Olds, mientras en Sara Moncada, María Cecilia
Gajardo hace hablar a la madre: “Estás sucia / Estás sucia, hija”. Esa
suciedad, que en parte es un concepto más bien moral, también se asemeja a
quien tiene que comenzar a reordenarse. Una vez más el mandato de la madre.
La figura de la madre es
capaz de bastarse a sí misma, a pesar de su estado, rechaza a otro, en este
caso a la hija, pero al mismo tiempo, es una fuerza que la mantiene atada a su
“herencia”, que es un lazo sanguíneo, pero es tan potente que sobrepasa esa
responsabilidad familiar del cuidado. La madre no guarda silencio, siempre
manda, recuerda, aconseja, exige. La hija, en este caso, escribe, esperando que
las palabras funcionen como un escudo, reordena para confundir con el lenguaje,
se limpia –como sugiere la madre–
al igual que las hortensias: “Las hortensias se ponen bajo la primera lluvia /
para lavarlas / es una especie de nacimiento”.
Las imágenes de este libro son
un grupo de escenas que pasan frente nuestro como una película, relatan y dan
nombre a una cantidad de sensaciones que se agolpan. Imágenes que amenazan con
desbordarse, pero como la hija con la madre, siempre encuentran un orden que
las retiene.
Marzo, 2021
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