martes, marzo 09, 2021

«Los indios nuestros», de Fina García Marruz






No nos dejaron imponentes templos
en la piedra que aullaba
con la imaginación de la serpiente
y de la flor, del trueno o de las aguas.
Ni sílabas misteriosas
atl, tla, «yo sufro», «agua»,
para recordarnos el sufrimiento por el agua,
el hundimiento atlántico, el diluvio
contado por las viejas crónicas,
cuya huella perdura en esos rostros
inmemoriales, mudos,
rayados en la obsidiana,
de Noé, y a Tenochtitlán, rica
en mercados y plazas.
No nos dejaron ese idioma sibilante
en que las consonantes sílabas como pájaros
en una atolondrada floresta, o como flechas
rapidísimas, cerbatanas emplumadas
volando hacia los enramados arcos
de los que descendía, atravesado, el actor niño
disfrazado de mariposa.
Sólo algunos nombres
en que la o y la a abrían y cerraban
crepúsculos y albas: a siempre materna,
marina siempre, enes de canoa,
o de oído de concha o caracol,
cao, coa, aca, empezaban así
muchas de esas palabras
de su idioma tiernamente vocálico,
porque son las vocales las que cantan,
las que dejan entrar en el nombre de la luz.
Piedras humildes nos dejaron,
no piedras soberbias.
La hamaca, la pelota, el casabe,
la dicha en el reposo,
los juegos en la luz,
la sabiduría del pan.
Leves eran, y «suaves, y de mucha risa».
Su epitafio el de la flor: no dejé huellas.
¿Qué huella deja el día,
la mañana primorosa, con las escenas
de la pesca o del baño,
qué huella la rápida mirada del amor?
¿Qué grandeza
real, ya solemne o graciosa,
ha dejado más huella
que la que deja la noche
o el pájaro que vuela hacia su otro hogar?
No dejaron materiales incontables
para la erudición: sólo un borde
de cazuela, un adorno, una cuenta.
¿Dónde los ligeros movimientos
del gracioso cuello al seguir la pelota
por el azul? Hierros potentes
no pudieron apresarlos:
demos gracias.
                                        Ellos fueron
semejantes a ese pececillo
que no pudo ser cogido en la red.
Esto lo cuenta el padre De las Casas
que presenció este único areíto
del que se tiene cuenta,
y cómo con la música y los bailes,
fingían los movimientos del pez
en el momento de escapar, de escapar de lo extraño
asediando, hacia el ondeante azul,
su reino, el nuestro, el intocado eterno,
dejando por toda crónica esa entrañable historia.




en Visitaciones, 1970













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