Después
de tu traición, el dinero. Después de tu sentimiento de culpa, el terror.
Después de inútiles “por qué”, el absoluto y también inútil arrepentimiento.
Entonces la cuerda y la rama débil de ese árbol. Después, muy de mañana, aún
oscuro, un labriego, tal vez. Testigo de tu cuerpo sobre la hierba, cara al
viento y a esa madrugada. Y tú allí, aún con vida, pero con estertores y en
ellos las caricias de la muerte. Además, tu sangre, a borbotones. Imparable.
Esta de tu cuerpo al hocico de unos voraces perros hambrientos. Entonces la
historia y tu nombre. Para siempre. Judas.
en Sobre destinos,
ciudad y Dios, 2018
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