miércoles, marzo 03, 2021

«Las noches de Cabiria», de Claudia Masin





De noche salimos como lobas a comernos
las calles, pero somos más bien como un perfume, ese
que trae el viento norte en los primeros
días del verano: el que anuncia con su aliento
pesado y cálido todo lo que habíamos
olvidado en los meses de frío,
interminables. Que hay una gracia, que hay
una elegancia en esas fiestas del pueblo
que parecen ordinarias y paganas, que hay
que mirar más de cerca para verla. En la alegría
feroz, inmotivada de los que nacimos para ser
bestia de carga está esa gracia. Es fácil
despreciarla. Nace y crece igual que los incendios,
a partir de una chispa insignificante. No se necesita
gran cosa y ya está ahí, imponente, la fogata que somos
cuando nos desatamos las que hemos nacido
con las patas apretadas por la soga, listas
para convertirnos en la comida de los otros. Ya es un milagro
que andemos sueltas. Da espanto
a las buenas conciencias que no se pueda confiar
en que las gentes permanezcan en el lugar al que han sido
destinadas. A qué esa terquedad, esa vehemencia,
si es más fácil agachar la cabeza y hacer
lo que se espera de nosotras: esconderse, salir
cuando somos llamadas, desaparecer si ya
no resultamos necesarias. Y sin embargo,
qué hermoso es mostrarnos, las plumas
multicolores agitándose en el aire, el baile
que festeja todo lo que no debe
festejarse: el verdadero milagro,
que es tener un cuerpo capaz de sentir
lo mismo que el cuerpo de las santas, pero no
ante un dios o ante el regalo
del dolor sino ante el áspero
contacto de otras manos: el sexo
es más intenso y poderoso que una plegaria, no lo saben
los que creen que es un anzuelo a clavar en las agallas
del pez hasta extenuarlo, hasta sacarlo
del agua boqueando
desesperado, capaz de cualquier cosa
por oxígeno. Ah, la más
maravillosa música es la que nace
de la pobreza y la fealdad, no lo saben
los que nunca la han bailado: es como un halo
bajo el cual todo se convierte en su contrario, la muerte
misma retrocede y se le entrega, mansa. Cuidado
con los que no tenemos nada: cuando no queda
nada que perder se pierde el miedo y ay, yo te aseguro
que no quisieras encontrarte
con alguien que no teme, no quisieras
mirarlo a los ojos, sostenerle la mirada.





(Basado en el film de Federico Fellini)











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