lunes, febrero 22, 2021

«Exposición ‘La exploración 1980-1983’ de Helga Krebs», de Enrique Lihn





Una buenísima sorpresa, Helga. No veía trabajos tuyos hace años, pero tampoco entonces tuve la oportunidad de engolfarme en una cantidad suficiente de imágenes. Ahora percibo tu identidad hecha de diferencias y semejanzas respecto de otras y otros operadores. Es como poner a tiempo, en el televisor imaginario, un programa que hacía falta para restituirle una cierta inocencia a la ciencia-ficción, y la ambigüedad de lo que no se esfuerza por parecer verosímil. Hablas de ti misma en plural. Dices que ustedes las dueñas de casa tienen el humor del que muchos hombres ayunan. Humor que pega con el trabajo combinatorio: pintar y criar, imaginar y cocinar. Resultado de esa abnegación: la ligereza que la hace llevadera, supongo. La gravedad hace mejor pareja con la monomanía de los tontos graves o la dedicación exclusiva, generalmente masculina, al arte o a la ciencia. Percibo otras particularidades de tu trabajo que se pueden constelar con ese tipo de humor. Los contactos inquietantes que imaginas con la dimensión desconocida ocurren en un campo manual. Tu arte no visualiza imágenes preconstituidas, genera objetos que pueden ser declarados en la aduana como un cierto tipo de juguetes; es claro, no didácticos. Arte artesanal, se trate o no de una redundancia. Decoración fantástica. Ilustraciones de unos textos inexistentes pero, felizmente, prescindibles (y éste no puede ser uno de ellos). Supongo que equilibras la abstracción y la figuración como los diseñadores de dioramas o emblemas: articulas el espacio con una atractiva retórica, formalmente. Según el eje de una simetría que identifica a los personajes en escena tanto con la escena misma cuanto con las figuras geométricas. Por algo tus trabajos citan, con mucha sutileza, al Art Déco, entusiasta de las redundancias y de las cacofonías visuales. 

Otrosí: no basta haber empezado a estudiar medicina, como lo hiciste, para barajar las metáforas de la maternidad, multiplicándolas. Es la maternidad misma, con seguridad, la que está en la base de esas metáforas, motivada por el matrimonio con un geólogo especializado en los períodos precámbricos. Estos extremos se tocan: el corte transversal de un vientre preñado y los viajeros del espacio fetalizados en sus cápsulas espaciales que son aquí como globos, formas simples. Los buzos toman, también, la forma de armaduras medievales; porque esas criaturas que vuelan con los ojos entreabiertos o dormidos como en una burbuja amniótica son acrónicos, buenos viajeros del espacio en las naves del tiempo. Y porque remiten, amnióticamente, al tiempo circular de los orígenes, en su fetalidad ahistórica.

Una imaginación como la tuya juega, también, a desdibujar las fronteras entre los órdenes humano y animal. Y de esa borradura brota la serie de los gatos, que son como máscaras de sí mismos, y el súper-poeta alado que viene del huevo y de la oruga y que, emperejilado de varios colores abre, por fin, sus alas, tejidas a mano.


Inédito, marzo de 1983







«El árbol y la herida» (80cms. × 60cms.), de Helga Krebs (1975)







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