(1932-2020)
«Yo en eso creo como Lucho Córdova: sin público no hay teatro», dice serio Nissim Sharim ante la pregunta de si el éxito y el riesgo aún son temas que le preocupan, a un día del estreno de El Efecto Mariposa, donde una vez más y como lo hizo en la exitosa Sostiene Pereira, dirige y actúa. La pieza, en la que comparte escenario con Pepe Secall, Schlomit Baytelman, Nicolas Fontaine y su hija Paula Sharim, recoge una reflexión vinculada «a sentimientos de nostalgia e incertidumbre ante problemas como la finitud y la sobrevivencia que encuentran en los poemas de Juan Carlos Onetti gran correspondencia con nuestros sentimientos», además de registros de «nuestros propios asombros artísticos», dice.
Junto a los textos del escritor uruguayo, hay segmentos de La noche de los volantines, de Marco Antonio de la Parra que Ictus montó hace años, y que aportan esos elementos de 'contenido social' que siempre han tenido los montajes de la compañía, cuyas vivencias y parte de su historia se recogen en la puesta.
Mirando hacia atrás, ¿cuál siente que ha sido el aporte de Ictus al teatro nacional?
Sabiéndolo o no, queriéndolo o no, el Ictus marcó o continuó –antes que nosotros estuvo el Teatro Experimental– una línea de indagación dramática que tenía un sentido existencial y social profundo, ese es nuestro aporte, entender que el teatro y la vida no están separados.
Con esa concepción y tantos años en las tablas, Sharim piensa que no hay cosa más terrible para un espectador que ver una mala obra, por eso se cuida de ir al teatro sólo muy recomendado. «Cuando veo algo así me da pudor como si me pasara a mí, entonces me paro y me voy, y eso me ha ocasionado sinsabores con colegas que piensan que lo hago de prepotente», explica y a renglón seguido diagnostica sobre la salud de la escena criolla: Hay dos problemas, estimulación cultural precaria de los organismos estatales e inconsistencia de muchos grupos que nacen con la misma velocidad con que mueren, y hacen las cosas con la misma velocidad con la que no les resultan. Ese es un fenómeno que aleja a la gente del teatro. Puedes equivocarte y hacer una obra que no sea todo lo buena que creías, puedes no haber indagado bien, pero lo único que no puedes hacer es ser fome, rutinario. Y hay muchos fomes circulando, opina él.
Como antídoto a ello en El Efecto Mariposa el humor irónico está presente para hacer referencia a temas que aún siembran confusión en el país y que reflejan las distintas visiones sobre la historia patria.
Siempre ha sido crítico, desde la política hasta la TV. ¿Cómo se siente en este país?
Primero, me siento muy bien por estar vivo física y artísticamente. Si me preguntan cuál es el aporte artístico que he hecho en mi vida diría que es la mantención de un espacio importante como es este teatro. Cómo me siento en términos sociales, incómodo. muy incómodo, para usar una expresión generosa. Desde el detalle de ver cómo manejan los autos, hasta la avidez con que van al supermercado. Me molesta que se hayan sustituido valores culturales por la inquietud por el consumo y que la sociedad solidaria a que aspirábamos se haya transformado en una sociedad mecánica, enajenada, individualista, acá a nadie le importa lo que le pasa al otro. «La TV en Chile es la expresión más fiel de la incomodidad social que siento –continúa–. Cuando los directores de TV dicen 'esto es lo que quiere la gente' se olvidan que la gente quiere lo que le enseñaron a querer, y le enseñaron a querer la tontería de la telenovela, el lunes y el martes y don Francisco», concluye.
en La Hora, 31 de mayo, 1999
Fotografía original de Luis Poirot
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