(1933-2020)
Sí señor, la vida vista por un agujero. Imagínese un cuartucho subterráneo alumbrado con una vela, las paredes rezumando un sudor lívido y el suelo cubierto de limaduras de hueso, crucigramas a medio hacer y pajaritas de papel; un colchón apestoso y toallas, montones de revistas y periódicos, colillas, una navaja y limas. ¿Se lo imagina, lo ve usted a oscuras y solo, tosiendo por sentirse, estrellando botellas contra el suelo por oírse, es usted capaz de imaginarlo envenenándose de imágenes reales y soñadas, día tras día y noche tras noche, rumiando qué?: silbidos de metralla, gemidos de amor, deseos quemantes acariciando la toalla con dedos de fiebre y envueltos los dos en el incendio de su propia impotencia y de sus ansias de venganza, olfateando el masaje derramado del frasco que siempre, cada vez, tenía que romper contra el suelo para que en su ratonera se conjugara la mezcla de pavor y deseo de ser descubierto, y que necesitaba para vaciarse en cualquier rincón oscuro, como un perro. ¿Compasión de él, dice? ¿Mala conciencia? Sí, cuando en sus noches de insomnio debía ver tantos muertos bocabajo en el fango, tantas trincheras igual que pozos de carne corrompida en el llano del Turia y tantas mujeres y niños aplastados bajo las bombas o ametrallados en las afueras de los pueblos, tantos amaneceres de fuego y esmeralda, campesinos asesinados con los testículos en la boca, muchachas con la cabeza rapada y un tiro en la nuca, cráneos chafados de aristócratas, curas acribillados en las cunetas y columnas de hombres harapientos cruzando la frontera, arrastrándose en la nieve, corriendo entre la alta hierba hacia la bomba que estallaría muchos años después; espiando sus cuerpos desnudos abrazados sobre la playa al amanecer, entre los fusilados, o afanándose todavía en la cama, sus bocas chocando y él agazapado detrás del agujero, siempre a salvo y seguro sobre ruedas: un repugnante futuro bajo palio-refugio envuelto en los tufos del incienso y los espejismos, la mentira y el terror, el hedor de sus propios orines y de su caca que al final ya no era capaz de controlar, una vida de triste párpado y de silencioso pus en la pupila y un agujero para mirar, para acaudillar las alegrías y las penas de los demás. Cada día pareciéndose más a ese retrato suyo que le reserva la memoria por venir, cada día más y más y sin remedio viendo su imagen conformarse a esta miserable imagen de mañana: un anciano pálido y abotargado entre dos ruedas, una momia, un artrítico parpadeando como una muñeca y balbuceando, empujado por una dama enlutada, enguantada hasta los codos y con la cara quemada. Una derrota sin fin, sin remedio, porque la metralla viaja inexorablemente por su cuerpo y aunque viva cuarenta años más vivirá podrido, despreciado, maldecido por la mayoría.
1973
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