1
Detrás de nuestros actos, como una piel
de voluntad sin tregua, somos
nuestros propios antepasados. No hay roca
que no sea memoria de nosotros, no hay
trigo ni lamento
que no hayamos sembrado o desgajado. Sobre
estos mismos campos donde otros derramaron
las lunas de su sangre, y se alzaron los látigos
y nadie dijo nada: caminamos. A nuestro paso dejan
los muertos de morir, los aún no nacidos
respiran libremente.
(Después de aquella vida que en la ciudad vivimos
como una muerte a medias, esta otra que avanza
sobre el hilo de los disparos en la noche,
alta en el corazón nos reconforta.
¡Oh vida amenazada, golpeada
por los vientos, al aire siempre al aire
y delante de si misma siempre! Tal,
en pos de nosotros, avanzamos, somos
nuestro destino, la patria de los tiempos.
Y desde estas llanuras que son otras, entre
los altos bosques o relámpagos, nos miramos
llegar, nos saludamos).
¡Saluda tierra nuestro paso,
que tuyo es: callado
como el peligro, fértil
como tus leyes, revelado milagro! ¡Salúdalo
en la sangre, en la flor que se abre o en la tumba
que se cierra como una flor sin nadie!
2
Han cesado las lluvias. Es noche todavía
en los blancos cabellos
del Huarccaccasa, en lo alto, y a los pies
de nuestro andar : las luces del poblado. (Horacio
piensa en su madre abajo, preocupada y alta
recordándolo). Hoy no descenderemos, dormiremos
al aire de los astros, dejaremos
dormir a los soldados por esta noche, acaso.
3
La soledad es larga entre estos ríos, y a veces
nada sino el recuerdo
de lo que ha de venir, nos alimenta. Hoy,
los fusiles reposan
como plantas, un campesino trajo una guitarra,
y el corazón jazmín que se deshoja
solo el peso
de una canción soporta. (Amor lo cubre
como una hoja roja, dulcemente).
«Palomita y cuando muera
diré tu nombre callando
para que en medio la noche
tiemble una estrella en mis labios».
¡Fuego de nuestra sangre, confiado
río que jamás se apaga, corre
sobre nosotros y los campos,
lame nuestras heridas, aguarda la mañana!
4
(Bajo la luna, Edgardo, no dejes de mirar. Nosotros
soñaremos esta noche en tu nombre, y acaso
pasearemos de memoria las playas que te extrañan.
No dejes de mirar. Es cierto que el cansancio
más largo es que la luna aquí, junto a los vientos,
y si en tu mano
duerme nuestra vida, no existe la tristeza.
No existe la tristeza ni el agobio acaricia
tus ojos encendidos, Edgardo, centinela).
5
Al alba partiremos. Demás está decir, hermanos,
que os extraño, que entre las altas luces
de la emboscada o del descanso, recuerdo
aquellas sombras apacibles de la ciudad, las noches
prolongadas hasta el alba.
Si no vuelvo a miraros, si mis ojos,
–en paisajes sin viento ni reposo–
humedecen los vuestros, quiero decir tan solo
que al alba partiremos. Otra vez
en el pecho húmedo de los bosques
reclinaremos nuestra frente, teñiremos de lluvia
nuestras manos lavadas por la sangre.
Sea mañana el júbilo en nosotros.
Nunca el odio florezca bajo nuestros pasos.
Sean mañana nuestros los tañidos
del corazón. Las lluvias (no los ojos)
apaguen nuestros sueños, nuestro rostro.
¡Sacharaccay, luna de arena
de Sacharaccay, recuérdanos. Negra sea tu luz
para los Otros que lamen nuestras huellas,
y que al volver
no falte nadie
entre los que dejamos, nadie
entre los que a encenderte regresemos!
6
Pinos crueles de este largo invierno:
haremos una hoguera con vuestros huesos,
danzaremos
bajo del árbol puro de la sangre.
¡Oh, tierra de la vida, única eterna!
¡Recibe nuestra sangre!
¡Guárdala entre las horas que se abrirán mañana!
¡Alimenta con ella las flores, la alegría!
en El cetro de los jóvenes, 1967
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