No tengas la arrogancia de olvidarme,
me
decía una y otra vez ante al espejo
buscando
un rastro de tu rostro en esa sombra
que
desde el horizonte me invocaba.
No
tengas la arrogancia de olvidarme
repetía
ante la fuente
buscando
un signo de tu rostro
desde
el círculo del agua ciudadana
que
reclama en la plaza solitaria.
No
tengas la arrogancia de olvidarme
insistía
otra vez ante el pantano
en
que Narciso se interroga
por
su rostro, por su vida
y en
el oscuro azogue
no
deja rastro alguno nuevamente.
en
Bocado, 2011
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