(1949-2020)
Más de un millón doscientas mil personas salieron a las calles a decir ¡Basta! Basta de salarios miserables, basta de pensiones paupérrimas, basta al abandono de la educación pública, basta a la privatizaciones absurdas como la del agua, basta al abandono de la salud pública y al imperio mercantil de la sanidad privada, basta de policías entrando a diario en los establecimientos educacionales para golpear y torturar estudiantes, basta de ministros burlándose de la necesidad del pueblo, como un farsante ministro de educación que propuso «organizar bingos» para arreglar las aulas inundadas, u otra lumbrera que sugirió «levantarse más temprano» para ahorrar en transporte, o ese otro iluminado que, frente a las alzas de los artículos básicos aconsejó «comprar flores porque están baratas». Y ese más de un millón doscientas mil personas gritaron ¡Basta! a un gobierno presidido por un fantoche inepto y de reconocido prontuario delictual.
Con Sebastián Piñera el país fue definitivamente entregado a la voracidad de los empresarios y las transnacionales, algo que se empezó a fraguar durante la dictadura y fue luego intensificado por todos los gobiernos pos dictadura. Sembraron pobreza, precariedad, abandono, desesperanza, convencidos de que la fuerza del poder había anestesiado para siempre a los habitantes de la nación austral. Hasta que la ira salió a las calles a decir ¡Basta!
Ahora, el inepto, decididamente estúpido presidente, el mismo que hace una semana anunció «estar en guerra» y sacó tropas a las calles declara que ese más de un millón doscientas mil personas en las calles lo ha llenado de alegría, anuncia cambios de ministros y, como un patrón que echa mano al monedero, se dice dispuesto a subir los salarios, las pensiones, a frenar las alza de la electricidad, agua y transporte, y hasta a considerar que los ricos paguen algo de impuestos al Estado.
La esposa del Piñera declara que ha descubierto la necesidad de «compartir», y Luksic, el hombre más rico de Chile y unas de las mayores fortunas del mundo, asegura estar dispuesto a considerar algún impuesto a las grandes fortunas. Al mismo tiempo, cadáveres políticos como Lagos descubren que había «intranquilidad en el país», o Insulza llamando a «reprimir con energía», o Guiller anunciando que «si cae Piñera cae el Congreso. Caemos todos».
Y todo esto con los 19 muertos según las cifras oficiales, todavía tibios, miles de heridos por las fuerzas represoras, policías y militares, según el Colegio Médico, una cantidad mantenida en secreto de prisioneros muchos de ellos torturados en improvisados centros de detención, mujeres violadas por la fuerzas represoras, como en los tiempos de la dictadura que implantó a sangre y fuego el «modelo chileno», el experimento neoliberal que hizo retroceder a un país próspero a la triste condición de economía de recolectores.
Lo que propone el gobierno y sus generosos compañeros de diálogo, no son más que medidas gatopardianas, esbozos de cambios para que todo siga igual.
Y la gente, esa gente de todas las edades y condiciones que se sacudió de la modorra del fatalismo, sigue en las calles con el claro y legítimo deseo de recuperar su dignidad. Y el primer paso de cambio real es terminar con la odiosa constitución redactada por la dictadura, formar una asamblea constituyente para que sea el poder de los ciudadanos libres el que decida y sancione una nueva constitución de nación digna y soberana.
Por eso siguen en las calles, y seguirán, porque en Chile empezaron a llenarse de vida digna las amplias alamedas.
en Le Monde Diplomatique, 27 de octubre, 2019
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