viernes, marzo 20, 2020

«Hiperión o el eremita en Grecia», de Friedrich Hölderlin

Traducción de Jesús Munárriz / Fragmento





Diotima y yo anduvimos un rato de un lado a otro bajo los magníficos árboles, hasta que se nos ofreció un lugar espacioso y alegre.

Allí nos sentamos. Había entre los dos una calma maravillosa. Mi espíritu revoloteaba en torno al divino rostro de la muchacha como la mariposa en torno de una flor, y todo mi ser se aligeraba, se concentraba en la alegría de la contemplación embriagadora.

—¿Qué, ya te has consolado, cabeza loca?—, dijo Diotima.

—¡Sí, sí!, ya lo estoy—, respondí. —Lo que daba por perdido lo tengo; aquello por lo que suspiraba como si hubiera desaparecido del mundo, está ante mí. ¡No, Diotima! Aún no se ha secado la fuente de la eterna belleza.

—Ya te lo he dicho una vez: ya no necesito ni a los dioses ni a los hombres. Sé que el cielo está muerto, despoblado, y la tierra, que antes desbordaba de hermosa vida humana, se ha vuelto casi como un hormiguero. Pero aún hay un lugar donde el antiguo cielo y la tierra antigua me sonríen. En ti olvido a todos los dioses del cielo y a todos los hombres divinos de la tierra.

—¡Qué me importa el naufragio del mundo; de lo único que sé es de mi isla bienaventurada!—.

—Hay un tiempo para el amor—, dijo Diotima con amistosa seriedad, —como hay un tiempo para vivir en la cuna feliz. Pero la vida misma nos arranca de allí.

—¡Hiperión!—, y entonces me cogió fogosamente de la mano y su voz se elevó con solemnidad, —¡Hiperión!, creo que has nacido para grandes cosas. ¡No te desconozcas! La falta de ocasión es lo que te ha retenido. Nada iba lo bastante deprisa para ti, eso te abatió. Como los esgrimidores jóvenes, te tiraste a fondo demasiado pronto, aun antes de estar seguro de tu meta y antes de que tu puño estuviera adiestrado, y como, naturalmente, fuiste tocado más veces de las que tú tocaste, te entró miedo y dudaste de ti y de todo, pues eres tan sensible como violento. Pero nada se ha perdido por eso. Si tu carácter y tu actividad no hubieran madurado tan pronto, no sería tu espíritu lo que es; no serías el hombre pensante, el hombre que sufre, el hombre agitado que eres. Créeme, no habrías reconocido nunca de una forma tan pura el equilibrio de la hermosa humanidad si tú mismo no lo hubieras perdido de tal forma. Tu corazón ha encontrado por fin la paz. Así quiero creerlo. Y lo comprendo. Pero ¿piensas realmente que has llegado a la meta? ¿Quieres encerrarte en el cielo de tu amor y dejar secarse y enfriarse a tus pies al mundo, que te necesita? ¡Tienes que descender como el rayo de luz, como la lluvia refrescante, tienes que bajar a la tierra mortal, tienes que iluminar como Apolo, sacudir y vivificar como Júpiter; si no, no eres digno de tu cielo! Te lo ruego, vuelve otra vez a Atenas y fíjate también en los hombres que caminan entre sus ruinas: en los rudos albaneses y en los otros griegos, buenos e infantiles, que con una danza alegre y un cuento sagrado se consuelan de la ultrajante tiranía que pesa sobre ellos… ¿Puedes decir que te avergüenzas de ese tema? Yo opino, sin embargo, que sería formativo. ¿Puedes apartar tu corazón de los necesitados? ¡No son malos, no te han hecho ningún mal!—.

—¿Qué puedo hacer por ellos?—, pregunté.

—Dales lo que tienes en ti—, respondió Diotima, —da—…

—¡Ni una palabra, ni una palabra más, alma grande!—, exclamé, —si no, me subyugarás, si no, será como si me hubieras empujado a ello a la fuerza…

—No serán más felices, pero serán más nobles. ¡No!, también serán más felices. Es preciso que surjan, que se eleven, como las montañas nuevas entre las olas del mar cuando las empuja su fuego subterráneo.

—Sin embargo, estoy solo y avanzo entre ellos sin gloria. Pero cuando alguien es un hombre, ¿no es más poderoso que centenares que son sólo fragmentos de hombres?

—¡Santa naturaleza!, eres la misma en mí y fuera de mí. No tiene que ser tan difícil unir lo que está fuera de mí con lo divino que hay en mí. ¿No le basta a la abeja con su pequeño reino? Pues ¿por qué no podría yo plantar y cultivar lo que es necesario?

—Pues ¿qué?, el mercader árabe sembró su Corán y le creció un pueblo de discípulos como un bosque infinito, ¿y no tendría que ser fértil también el campo a donde la vieja verdad vuelve con una nueva y viva juventud?

—¡Que cambie todo a fondo! ¡Que de las raíces de la humanidad surja el nuevo mundo! ¡Que una nueva deidad reine sobre los hombres, que un nuevo futuro se abra ante ellos!

—En el taller, en las casas, en las asambleas, en los templos, ¡que cambie todo en todas partes!

—Pero todavía tengo que viajar para aprender. Soy un artista, pero no estoy adiestrado. Formo mi espíritu, pero aún no sé conducir mi mano…—.

—Irás a Italia —dijo Diotima—, a Alemania, a Francia… ¿Cuántos años necesitas?, ¿tres, cuatro? Pienso que tres son bastantes; no eres de los tardos y sólo buscas lo más grande y bello…—.

—¿Y luego?—.

—Serás educador de nuestro pueblo, serás un gran hombre, espero.




1797




















1 comentario:

felipon dijo...

Buen exordio para leer a este poeta iluminista,individualista, realista y relamido de maravillas