5
de septiembre de 1934 – 5 de marzo de 2020
Esta entrevista se realizó en enero de 2019
en Santiago de Chile. Como dramaturgo es uno de los más prolíficos de la
historia reciente del Teatro Chileno. Nos recibe en su casa en pleno centro de
la ciudad. Aquí cuenta parte de su pensamiento y experiencias.
¿En qué está hoy como teatrista?
Ahora
estamos actuando en una obra que es completamente loca, según yo en apariencia,
que se llama Yo soy el cartón que hace
que la mesa no cojee, de “Chato Moreno”[1]. El director no tiene nada de
loco, lo que pasa es que no estaba acostumbrado a un exceso de desfachatez y
una tranquilidad para contar cosas que aparentemente no servían para nada; al
contrario, uno no está acostumbrado a puntos de vista nuevos y la gente se
muere en esta profesión pensando eso.Yo pienso que la gente se cree que tocó
techo y no es así.
Ahora lo quiero llevar del presente a
pasado. Lo quiero llevar a Rengo. ¿Qué significa para usted ese lugar?
Rengo
para mí no significa realmente nada. Sí, claro, hay una cosa campesina. Algo
hay de campesino, por ejemplo, en La
Remolienda[2]. Ahora, el huaso y la puta no tienen nada que ver con eso
(con la obra). Es una obra que viene más bien de Shakespeare. Es algo creado
más internamente. En Rengo, mi papá era administrador de una compañía
eléctrica. Mi mamá era una súper belleza de Talca, era una reina. Los dos eran
preciosos, se casaron y vivieron felices algunos años, pocos la verdad, porque
eran tan bonitos que eran muy celosos. Si se acercaba alguien, se acercaba con
malas intenciones obviamente, entonces, se dejaron de querer muy pronto y se
divorciaron cuando yo tenía ocho años y nos volvimos a Talca. Talca es un poco
la ciudad donde yo crecí. Si las ciudades te forman un poco, a mí me formó más
Talca que otras partes.
Usted estudió arquitectura y después se fue
al Teatro en la Universidad de Chile ¿cómo sucedió eso?
Sí,
pero más bien, estuve en arquitectura
(ríe). Porque estudiar arquitectura es demasiado adulto. Para mí las
matemáticas eran francamente japonés. Si le achuntaba a algo era pura
casualidad, a pesar de que estudiaba. Tenía unas notas que podían ser buenas y
algunas mediocres en los ramos plásticos, pero pésimo en todo lo que era
álgebra, matemática descriptiva, etc. Estudié en la Católica un año, otro en la
Chile y allí se formó un grupo de aficionados del teatro y me metí por
casualidad. De repente, me di cuenta de que eso era lo que yo tenía que hacer.
Yo sabía hacer todo fácilmente, si me decían haga el vestuario, lo hacía bien,
es decir, quiero decir sin reales conocimientos, pero con una vocación, con una
facilidad hacia la forma de trabajar... (Pensando) Y, ¿por qué trabajar en eso?
¿Qué hacer con todo lo que veía? Para mí era todo muy muy grande. Se hizo un
festival de dramaturgia, cuando estaba en primer año de la escuela de
arquitectura, para que el grupo nuestro de teatro hiciera una obra en el primer
Festival de Teatro Aficionados, que se hizo en el Antonio Varas. Y, bueno, gané
yo. Esa historia es muy divertida porque se presentaron tres obras, pero era
imposible que yo no ganara, porque las tres obras eran mías, tenía que ganar no
más. (Ríe a carcajadas recordando)
¿Esa obra era Háblame de mi hermano Cristián?
No,
no... Se llamaba Encuentro con las sombras.
Estaba en segundo año de la escuela, era una obra muy hermética. Yo no tenía
conocimiento de técnica, pero veía mucho cine, entonces era parecido a un guión.
La obra tenía “raccontos” a cada rato. El personaje se había caído de una tabla
de una piscina, se había pegado en la cabeza, estaba como con retroceso al
pasado, entraba igual como un efecto cinematográfico. Había una famosa película
que se trataba de eso y era parecida, no la recuerdo. En la obra, claro, no se
veían las escenas, bueno yo lo hacía volver, las escenas pasaban, o sea era un
ensayo de un ballet. Eran bailarines que no tenían todavía vestuario, ni
decorado, era una cuestión medio calamitosa y, de repente, entraban estos
personajes y se iban y volvían otros y al final liquidaban al personaje, porque
en el fondo en ese sentido era una obra pesimista, como que el pasado te
condena, entonces te mata. Encuentro con
las sombras era reencontrarse con el pasado.
¿Qué pasó con esa obra finalmente? ¿Le
produjo algo especial?
Yo estaba
en segundo año, puff (pensando)... pasó muchísimo. Lo que pasó es que yo, como
veía mucho teatro además, era admirador de la Bélgica[3] y de Agustín Siré[4].
Yo sabía que iba a ser mi profesor en la Escuela de Teatro, entonces cuando
dejé de estudiar arquitectura, me fui a la Biblioteca Nacional y empecé a leer
todo lo que había de técnicas literarias, todo. Llegué sabiendo, no tanto como
él (risas) porque él era un hombre muy brillante, era de otro planeta. Agustín
era el mejor autor que tenía Chile, hacía todos los papeles grandes, ahhh, ¡se
pasó! Yo lo adoraba. Creo que cualquier persona debe tener a alguien, algún
modelo a quien seguir en el teatro, porque no basta que uno sepa, sino que hay
una cosa del inconsciente, del corazón, una cosa que no es racional y mi mezcla
racional e irracional estaban ligadas con Agustín Siré. Lo irracional era que
yo sigo siendo una persona mala para analizar, creo yo, mediocre para analizar.
A veces me doy cuenta de los errores, porque son evidentes, nada más (risas).
Me imagino que le habrán hecho muchas veces
esta pregunta. Me refiero a su encuentro con Víctor Jara...[5]
Éramos
como hermanos, Víctor era de la escuela de teatro, compañero de curso. Entramos
a primero, fue un curso terrorífico, en el sentido que éramos 63 en el primer
año. O sea, éramos 30 regulares o 33, no me acuerdo bien y los demás eran
libres, entonces, había muchísimas niñas que creían que eran bonitas. En
algunos casos estaban equivocadísimas, y creían que eso bastaba para ser una actriz
y sentían una terrible desilusión. En mi curso también estaba Jaime Vadell[6],
que él sí era muy bueno. Estaba a otro nivel y él (insistiendo) se dio cuenta de
que estaba a otro nivel. Él nos consideraba unos cabros chicos, así que como
que se aburrió y se fue. Definitivamente, como autor y creador -habiendo pasado
por la escuela solamente un año- era sobresaliente. Nosotros lo queríamos mucho
y lo respetábamos. En ese entonces, estar allí era nuestra batalla y estábamos
completamente locos con el estudio. Uno de esos era Víctor, el otro era Jaime
Silva[7], que es un tremendo autor también... Raúl Rivera[8], que era mayor que
nosotros, pareja de la María Asunción Requena, era además el autor de Señoras de Chile, que escribió un libro
de poemas que tuvo mucho éxito. Estaba también Lucho Barahona, que era un poco
tímido y muy pobre, al igual que Víctor. Los invitábamos a comer a la casa. Los
invitaba todos los lunes en la noche, mi mamá les hacía “unos bistec gigantes”
(sic)... (Ríe con ternura). Víctor no pedía ayuda, sencillamente uno le decía
¿te puedo ayudar? No sé por qué, era inevitable, era lógico, era lo que había
que hacer. Todo el curso lo ayudaba en ese sentido. En esos años, él recibía
una porquería de ayuda del gobierno: unos tarros de leche en polvo o queso,
algo así.
Pasando a otro tema, ¿cómo cataloga usted la
obra Con mi hermano Cristián?
Era
una obra realista, con la influencia de Ibsen y Tennessee Williams, mezclada.
Yo partí con mucha influenza de los dos. Era un tipo de realismo que pasa de
experimental a una cosa sólida, era un personaje, un muy mal personaje
Cristián, era una persona que como es inválido, quiere dominar, es un pequeño
tirano. Finalmente, su tiranía queda desbaratada por él mismo, por las mismas
cosas que él hace y se da cuenta. El público va siguiendo muy claramente ese
proceso, o sea que cuando el personaje decide cambiar de conducta, todo el
público guaaa..., en el fondo es una obra, como quien dice pedagógica,
analítica, sobre problemas psicológicos.
Sus obras hablan de la identidad chilena,
hablan del país. ¿A qué responde ese interés, en el caso de que así sea?
Mira,
esto es súper interesante para mí, yo encuentro que se está tergiversado un
poquitito, por desconocimiento. Hubo tres autores que fueron Luis Alberto
Heiremans[9], Jaime Silva y yo, que pensamos en lo popular como una parte de lo
chileno. Sin embargo, ninguno de los tres estábamos en el campo. La familia de
Tito Hieremans tenía más de un fundo, la familia de Jaime Silva tenía un fundo
tremendo en la Cordillera de la Costa, en el Sur. Mi único nexo con el campo
eran mis tíos de Talca, que hablaban como huaso. Yo no tenía nada que ver con
el campo. Ahora, hace poco, de repente vi un descubrimiento en Talagante, me
preocupé de admirar las cosas, por lo bonita que es esa zona. Ahora bien, con
respecto a lo campesino oficial que veíamos, odiábamos a los Huasos Quincheros[10].
Odiábamos todo el folklor oficial. Los tres, sin habernos puesto de acuerdo ni
haber analizado esto, todo lo que fuera huasos cantando como ellos, ¡ooohh, no!
Porque sabíamos que eso no era cierto, no tanto porque fuéramos estudiosos del
folklor, sino por una cosa de piel. Jaime era de conocimiento en ese sentido,
Tito era una cosa de contacto remoto, una alergia a lo falso, a lo que no nos
convencía para nada, lo odiábamos, no podíamos soportarlo. Nosotros pensábamos
que el folklor era una cosa que tenemos nosotros adentro, jamás hicimos
anotaciones de frases en el campo, nada de investigaciones, nunca. Yo nunca
había estado en Talagante. Cuando viajaba veía pasar en auto las casas y el
campo. Me decía, ¡oh! qué impresionante, qué bonitas. Esas casas abandonadas,
etc... La Remolienda, cuando la
escribí, pensé en esos huasos de Talca que eran bancarios. Eran así de brutos y
qué se yo, un juego en que tú tratabas de demostrar otra cosa que no era lo
popular, lo popular era una cosa terciaria, digamos, tú estabas embarcado en
otros problemas. Víctor sí tenía contacto con el campo, pero de chico. Tenía
una sensibilidad gigantesca con ese tema. Su sensibilidad era mayor que su conocimiento
de lo popular; él, por ejemplo, lo único que cambió en las Ánimas... fueron las letras de las canciones, que le parecieron que
no estaban a la altura del resto, entonces puso canciones del folklor.
Lo llevo ahora a un momento difícil. ¿Cómo y
cuándo parten al exilio?
Nosotros
no nos fuimos solamente por Pinochet, la Bélgica tenía un hijo que era un
desastre, se acababa de casar a los 19 o 18 años y la niña había tenido una
guagua y le pegó un puñetazo, él a ella. Entonces bueno, para resumir, nosotros
cuando íbamos en el avión decíamos: “oye, ¿nosotros nos estamos escapando de
Pinochet o de Leonardo? (el hijo de Bélgica), porque era realmente cierto. Estábamos
choqueados por este niñito, que era mucho peor de lo que nosotros pensábamos,
por supuesto.
¿Dónde vivieron durante la dictadura
militar?
Nosotros
estuvimos en Costa Rica. Trabajamos como esclavos, yo dirigía todas las obras.
El gobierno de allí era el único que tenía Ministro de Cultura en este tiempo.
Nosotros no pensábamos directamente en Costa Rica, pensábamos en Buenos Aires.
Obviamente, la gira que hicimos en ese tiempo consideraba primero Ecuador,
después Venezuela, Colombia y los países centroamericanos: Costa Rica, El
Salvador y otro más. Después teníamos que irnos a Uruguay y finalizábamos en
Buenos Aires. Paramos en Brasil, porque mi hermano estaba en ese país. Tiene un
departamento enorme y estaba toda la compañía instalada en ese lugar. Estuvimos
ahí, esperando que nos tocara ir a Uruguay, justo cuando hay un golpe de Estado
de derecha también allá. Entonces, por razones obvias no fuimos y esperamos a
ir a Argentina diez días después, pero la situación tampoco era muy buena allá.
Entonces, nuestro administrador llamó a Costa Rica, donde habíamos hecho muchos
amigos, pues casi todo el mundo había estudiado profesiones en Chile. Era un
país que tenía mucho contacto con nosotros, uno no se sentía extranjero en él.
El Ministro de Cultura de ese país nos dijo vénganse inmediatamente para acá,
yo les consigo un préstamo en el banco para que ustedes se instalen y hagan un
teatro, o sea nos empezó a organizar la vida por teléfono enseguida.
¿Cuánto tiempo estuvieron allí?
Diez
años, casi, casi, porque nosotros nos fuimos de aquí el año 1974, en abril. Estábamos
de gira en ese momento y llegamos a Costa Rica a instalarnos como en
septiembre. Fue una suerte loca, porque en seguida hicimos un teatro y
empezamos a hacer obras. Yo hacía el vestuario y de todo en esa época.
¿Le interesó alguna vez el teatro para
hablar del problema del poder, de la política, de lo social? Estoy pensando en Tres Tristes Tigres...[11]
No,
la obra Tres Tristes Tigres es una
historia más o menos larga... a mí me han presionado mucho para que escribiera
una obra política, algo comprometido con lo que estaba pasando en Chile. Para
llevarles la contra, escribí La
Remolienda. Me rebelaba inconscientemente contra una presión de escritura
obligada... Es decir, escribe para esto o no lo debes hacer así. No se puede,
ni uno mismo se puede autoexigir una cosa que sale obligada. Porque la mente
quiere que tú te embarques en un proyecto. Uno tiene que hacer lo que le sale,
lógicamente, orgánicamente. Creo que uno se puede interesar en un tema, pero
creo que uno hace algo completamente distinto de lo que pensaba. Me refiero a
cosas que no son lo que pensabas, o cosas malas de frentón, o cosas forzadas.
Pienso que tiene que ser una necesidad tuya de hacer algo. Yo, por ejemplo,
hago collages; envidio a estos hombres (se refiere a su amigo artista Montes de
Oca) que hacen cosas. Cuando yo escribo, estoy en ese nivel de pasarlo bien, de
divertirme, de solucionar problemas, de meter la pata, de sacar la pata, en
fin, y por último, de hacer una prueba y ver lo que resulta, lo hiciste y te
metiste con toda tu alma.
Usted ha actuado mucho, haciendo cine y
obras de otros dramaturgos, por lo tanto, ha compartido la escritura con la
actuación. ¿Cómo ve esa dualidad? ¿Participa con el director de escena o con el
grupo cuando está en un proceso de montaje o en una película?
Una
vez traté de opinar con una directora que no voy a nombrar. Hice ese papel y
resulta que fue desde un punto de vista equivocado (piensa en voz alta). Debes
darte cuenta de lo que tienes como personaje. Bueno, esa directora entonces me
dijo: “mira lindo, hay solamente un director en esta obra y esa soy yo, así que
no digas nada”, yo estaba haciendo ese papel y chao... Le hice caso y salió
mal. (Ríe)
Ahora en esa línea, ¿qué opina usted de los
nuevos dramaturgos, le gusta la temática, está interesado en la escritura
emergente que está viéndose en el país?
Mira,
la verdad es que no puedo hablar mucho de eso, porque no conozco mucho. Cada
vez tengo menos tiempo para leer. Además, yo soy un producto del cine más que
del teatro. Me veía seis o siete películas semanalmente. Me gustaba ver los
problemas técnicos que aparecían en el cine.
¿Hoy le interesa más el cine?
No,
no. Me interesa más el teatro, por supuesto, pero me interesa también el cine.
Me interesa porque en el fondo son como unas vacaciones, porque toda la
responsabilidad es del director, o sea el director dice algo así y yo lo hago.
No pienso por mi cuenta otra manera de hacerlo, porque yo sé que mi cuerpo, mi
voz, que me carga, da esa cosa que está manejando el director. Yo no la veo de
afuera. Es él quien está viendo desde afuera. La película es un arte del
director, según yo, por lo tanto le hago absolutamente caso y si tengo alguna
duda o un rechazo, lo converso.
¿Y qué le interesa hoy día del teatro chileno?
A mí
me interesa desde luego la gente joven, yo le tengo mucha admiración al Chato,
Alejandro Moreno. Sí, mucha admiración, fue muy interesante el trabajo con
Cristian Plana también, porque en este caso él cortó, limpió, iluminó ciertas
áreas de la historia de manera que salió una cosa despampanante para el
público. Salió una cosa con mucho sentido para todos los demás. En esta oportunidad
fue como lo que ocurrió con Víctor, mi primer real éxito. Fue la primera
dirección de Víctor, Parecido a la
felicidad, porque él dirigió de una forma que no se había visto nunca antes
de cómo tratar el realismo. La gente no entendía lo que estábamos haciendo en
esa época; no entendía. Decían: ¿esto es realismo? Pero, ¿qué están haciendo?,
¿qué es tan distinto? Era el talento de Víctor, porque todo lo que hacía estaba
bañado de un encanto, de una imaginería. La gente se quedaba así, perpleja. En
México la gente nos invitaba a almorzar para saber qué hacíamos en escena.
Una última pregunta, ¿conoce algo del teatro
de Valparaíso?
No,
yo era muy amigo de Arnaldo Berríos lo recuerdo con mucho cariño. También
quiero mucho a Aldo Parodi y todo lo que hace. He ido a filmar a Valparaíso
cortometrajes. Siento que le falta al teatro de allá una manera de “pescar”
(sic) al público, ese es básicamente el problema que tienen ustedes. Yendo y
viniendo y no intelectualizando nada, pienso que Valparaíso no tiene un
escenario continuo. Tal vez sea una decisión equivocada de la gente que
programa, no es solamente blanco y negro, sino que es un problema de cuándo
hacer las cosas, cuándo hacérselas al público posible, todo ese tipo de cosas,
algo hay que hacer, quiero decir.
Tengo entendido que hay una obra suya que
sucede en Valparaíso...
Sí, La Madre de los Conejos[12] sucede en la
ciudad. Cuando joven me encantaban las tragedias, mientras más terrible mejor.
Esto se trata de una niñita que se suicida porque está embarazada del hermano y
la madre nunca más le vuelve a hablar al hijo, no le habla.
¿Por qué eligió Valparaíso para esta obra,
por qué no Santiago?
Porque
Valparaíso es mágico también, porque no se ha usado ese mundo, hay un mundo que
no es lo que ves. Hay otras cosas más, es una acumulación de datos, en el
fondo, si se puede llamar de alguna manera dato, luces, gente que pasa,
rincones, materiales de construcción, un poco de locura. A mí me gusta eso.
Alguna vez voy a hacer algo con todo eso que está en la arquitectura de
Valparaíso, creo yo, más que en otras partes de Chile.
Notas
[1] Alejandro Moreno (1975), Doctor en Literatura y máster en
Escritura Creativa del Departamento de Español y Portugués de la Universidad de
Nueva York. Máster en Filología Hispánica del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas de Madrid, CSIC. Licenciado en Artes del
Departamento de Teatro de la Universidad de Chile, DETUCH.
[2] La Remolienda
(1965) es una obra de teatro escrita por Alejandro Sieveking y dirigida
originalmente por Víctor Jara. La obra fue montada en el Teatro Antonio Varas
de la Universidad de Chile y está ambientada en un pueblo rural del sur
chileno. Ha sido catalogada como una comedia de enredos, o entremés.
[3] Bélgica Castro (Concepción, 1921) Destacada actriz chilena
de larga trayectoria. Pareja de Alejandro Sieveking desde 1961.
[4] Agustín Siré (Valparaíso, 1908) Actor. Importante figura
del teatro y del cine chileno. Profesor, director y maestro fundador de la
Escuela de Teatro de la Universidad de Chile
[5] Víctor Jara, (Chillán 1932 - Santiago, 1973) Actor,
director teatral, cantautor. Fue detenido y asesinado brutalmente por la
dictadura militar en el Estadio Chile el 16 de septiembre de 1973.
[6] Jaime Vadell (Valparaíso, 1935) Actor de cine y teatro.
Director, fundador del Teatro la Feria, ubicado en Santiago de Chile.
[7] Jaime Silva (Santiago, 1934 - Las Cruces, 2010). Destacado
dramaturgo, escritor, guionista y director teatral chileno.
[8] Raúl Rivera (Valdivia, 1925). Fue director del Teatro
Teknos, la compañía de la desaparecida Universidad Técnica del Estado. Estuvo
exiliado en Francia entre los años 1974 y 1991.
[9] Luis Alberto Heiremans (Santiago, 1928-1964). Destacado
dramaturgo, cuentista, novelista, traductor y actor chileno, entre sus obras se
encuentran, El Tony Chico, Arpegione y El Abanderado.
[10] Grupo de música popular de raíz folklórica, que
corresponde a lo que se conoce como “folklore patronal”.
[11] Tres Tristes Tigres
(1967). Catalogada como una de las obras cumbres de la dramaturgia chilena.
Gira en torno a personas comunes que comparten el miedo a la pobreza y buscan
desesperadamente surgir de la precariedad en la que se encuentran. En este
clásico teatral, el autor logra retratar, con humor y sensibilidad, la
idiosincrasia de nuestro país.
[12] La Madre de los
Conejos (1959). En la obra, la acción se despliega sobre un escenario de
dos pisos, en una casa familiar de Valparaíso, donde de manera similar a lo que
ocurre en Mi hermano Cristián, se
teje una trama de secretos y relaciones viciadas por un hecho del pasado.
en Revista Artescena
(Universidad de Playa Ancha), Nº 7, mayo 2019
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