miércoles, enero 15, 2020

“Universidad y estallido”, de Alfredo Jocelyn-Holt





Cuesta imaginarse el estallido del 18-O y sus secuelas sin tener en cuenta lo que ha venido ocurriendo en las universidades, preferentemente públicas, desde hace una década. Ya habrá ocasión para analizar el tema. Pero suponer que el mundo universitario estas ocho semanas se ha limitado a enfrentar tan solo una “emergencia”, es ingenuo.

La actividad primordial de la universidad -impartir docencia- se terminó. Si se ha seguido “funcionando” ha sido tras otros fines. De hecho, nuestras instituciones se han vuelto más deliberantes debido a cabildos, asambleas, reflexiones triestamentales y plebiscitos fuleros. Se han autojustificado proporcionando servicios legales o médicos. Y agitación (paros, tomas, denuncias) no ha faltado. Con tal nivel de convicción que ninguna autoridad universitaria con timbre de goma puede, hoy, garantizarnos que el próximo año va a ser distinto, o que el escenario no se radicalice. Las consecuencias -cómo esto afecta carreras en curso, la calidad viniéndose a pique, y cierta normalidad mínima vuelta imposible- olvidémoslas, que, o si no, es para ponerse a llorar.

Todo, además, bajo amenaza y sin salida, las autoridades no pudiendo controlar la coyuntura. Nadie suficientemente honesto como para reconocer que la situación se ha escapado de las manos. Llaman a clases y el chantaje, de seguro, lo impide. Se toman la Casa Central de la Universidad de Chile, paralizan su funcionamiento, roban y destrozan, pero desalojar está fuera de cuestión. Se inician acciones legales, como con los libros de Neruda, pero de inmediato el asunto se hace ñuco: aquí no ha pasado nada.

¿Cómo que no pueden hacerse clases, si han dicho “innovemos”? Por qué no impartir docencia “vía streaming y multimedia”... Claro que es posible, pero -me perdonarán- suena a si un sexólogo le diera por fomentar “sexo por Internet”, a modo de consolación sustitutiva instantánea. Además, se nos insta a dejar de pensar en esquemas añejos. La calle es “pensamiento vivo”, lo dice Pablo Oyarzún de la Universidad de Chile. La historia “se hace”, no se estudia, piensa o enseña. Resultan intragables las opiniones del rector de la Universidad Diego Portales, pues bien, “funémoslo”, y que el cuerpo académico le aserruche el piso (fue así como se deshicieron del rector anterior y encumbraron al actual). Y, en cuanto a la Universidad Católica, sencillo, es cosa de convidar al rector a que se tome un mate, en medio de la calle en protesta, y nos sacamos una selfie.

Cada institución sabrá qué hacer. Yo vengo discurriendo, hace rato, que la Universidad de Chile debiera pensar seriamente en cerrar el pregrado si quiere salvar la universidad. Convertirnos en lo que fuimos al inicio, sin alumnos, un puro cuerpo académico y acreditador; las clases las pueden hacer universidades privadas. Previamente, eso sí, toda autoridad debiera renunciar y reconocer que ya no es autoridad: no se la pueden.



en La Tercera, 13 de diciembre de 2019












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