domingo, diciembre 22, 2019

“Fragmento del diario de N. S. Rubashov”, de Arthur Koestler





¿Con qué derecho los que estamos en trance de abandonar la escena, miramos con superioridad a los Gletkin? Seguramente, los simios deben haber reído mucho cuando el hombre de neandertal apareció sobre la tierra. Los simios, sumamente civilizados, se balanceaban con elegancia entre las ramas; el neandertal era tosco y estaba atado a la tierra. Los simios, satisfechos y pacíficos, pasaban la vida sumidos en sofisticados entretenimientos o cazando pulgas con filosófica contemplación; el neandertal se movía oscuramente dando pisotadas por el mundo, repartiendo porrazos aquí y allá. Los simios lo miraban divertidos desde las copas de los árboles y le tiraban nueces. Pero a veces el terror los sobrecogía: mientras ellos comían frutas y plantas tiernas con delicado refinamiento, el neandertal devoraba carne cruda y mataba a otros animales, y también a sus semejantes. El neandertal cortaba árboles que siempre habían estado en pie, movía rocas de los lugares que el tiempo había consagrado para ellas y transgredía todas las leyes y tradiciones de la selva. Era tosco y cruel, y carecía de dignidad animal. Desde el punto de vista de los sumamente civilizados simios, representaba un salto atrás en la historia. Los últimos chimpancés sobrevivientes todavía reciben con desprecio la presencia de un ser humano...



en El cero y el infinito, 2011












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