¿Con qué
derecho los que estamos en trance de abandonar la escena, miramos con
superioridad a los Gletkin? Seguramente, los simios deben haber reído mucho
cuando el hombre de neandertal apareció sobre la tierra. Los simios, sumamente
civilizados, se balanceaban con elegancia entre las ramas; el neandertal era
tosco y estaba atado a la tierra. Los simios, satisfechos y pacíficos, pasaban
la vida sumidos en sofisticados entretenimientos o cazando pulgas con
filosófica contemplación; el neandertal se movía oscuramente dando pisotadas
por el mundo, repartiendo porrazos aquí y allá. Los simios lo miraban
divertidos desde las copas de los árboles y le tiraban nueces. Pero a veces el
terror los sobrecogía: mientras ellos comían frutas y plantas tiernas con
delicado refinamiento, el neandertal devoraba carne cruda y mataba a otros
animales, y también a sus semejantes. El neandertal cortaba árboles que siempre
habían estado en pie, movía rocas de los lugares que el tiempo había consagrado
para ellas y transgredía todas las leyes y tradiciones de la selva. Era tosco y
cruel, y carecía de dignidad animal. Desde el punto de vista de los sumamente
civilizados simios, representaba un salto atrás en la historia. Los últimos
chimpancés sobrevivientes todavía reciben con desprecio la presencia de un ser
humano...
en El cero y el infinito, 2011
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