Mi sangre se ha transformado en tinta. Convendría
evitar a toda costa esta repugnancia. Estoy envenenado hasta la médula. Canté
en la oscuridad y ahora es esa canción la que me da miedo. Más aún: soy
leproso. ¿Conocen las manchas de moho que simulan un perfil? No sé qué encanto
de mi lepra engaña al mundo y lo autoriza a abrazarme. ¡Peor para él! No me
conciernen las continuaciones. Sólo he expuesto llagas. Hablan de graciosas
fantasías: es culpa mía. Es de locos exponerse inútilmente.
Mi desorden se amontona hasta el cielo. Los que
amaba están unidos al cielo por un elástico. Vuelvo la cabeza… Ya no están más
ahí.
Por la mañana me inclino, me inclino y me dejo caer.
Caigo por la fatiga, el dolor, el sueño. Soy inculto, nulo. No conozco ninguna
cifra, ningún dato, ni nombres de ríos ni lenguas vivas o muertas. Cosecho
ceros en historia y geografía. Si no fuera por algunos milagros, me
perseguirían. Por otra parte, he robado los papeles a un tal J. C. nacido en m.
l. el... Muerto con 18 años tras una brillante carrera poética.
Esta cabellera, este sistema nervioso mal plantado,
esta Francia, esta tierra, no me pertenecen. Me repugnan. Los cancelo mientras
sueño de noche.
La madre no ve más que fuego. La amo. Me lo da. No
digan que la engaño. Como contrapartida le doy la ilusión de tener un hijo.
He dejado el paquete. Que me encierren, que me
linchen.
Que lo entienda quien quiera: Soy una mentira que siempre dice la verdad.
en La mentira
que siempre dice la verdad (Antología), 2015
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