Hace años
los clásicos, y los partidos en regiones de los equipos grandes, se juegan a la
hora que ellos permiten; los estadios tienen aforo reducido por culpa de ellos;
la experiencia de ir al estadio se ha transformado en una desagradable odisea
debido a sus amenazas y violencia estructural; los jugadores deben declarar su
amor incondicional por su existencia, amedrentados por su permanente e
insoportable presencia; sus liderazgos, demasiadas veces, tienen vínculos de
manera directa con individuos prontuariados o narcos; la U no encuentra una
comuna que acepte la construcción de su tan anhelado estadio porque no existe
comunidad que los quiera rondando por su calles; la galería tiene cada vez
menos familias y ancianos porque la tienen tomada sin vueltas…
Las barras
bravas son una empresa, un legítimo producto del neoliberalismo más feroz.
Siempre están buscando oportunidades de negocios y de manera eficiente utilizan
su mecanismo de chantaje, amenazas y violencia directa bien disfrazados con una
hipócrita pasión “descontrolada” por sus equipos. Un día piden porcentajes de
sueldos a los jugadores, otras entradas a los dirigentes, el siguiente exigen
buses y dinero para ir a partidos fuera, llegando a sofisticaciones tales como
grabar comerciales, ser brigadistas políticos bien pagados, guardias en
recitales o cobrar fortunas a grandes empresas como hizo la Coordinación de la
Garra Blanca en los primeros tiempos de Gabriel Ruiz-Tagle.
El historial
antiguo y reciente está plagado de enfrentamientos, dirigentes y jugadores
amenazados, partidos interrumpidos, peleas descomunales en las gradas debido al
robo de lienzos y banderas, palizas a individuos sorprendidos por la calle con
la camiseta equivocada, cuando no disparos y hasta algún muerto en la vereda.
Hace pocos años un líder de Los de Abajo apareció masacrado a balazos en
Recoleta por dar un ejemplo.
Innecesario
es aclarar que son organizaciones profundamente antidemocráticas, racistas y
xenófobas, donde hay diversas fracciones en pugna y cuyas jerarquías se
establecen a palos, puñaladas y tiros.
Por lo
mismo, no resulta creíble que estos grupos sin ideología, dios ni ley, en menos
de un mes y como un acto de magia, se hayan reconvertido en conscientes luchadores
sociales cuyo único norte es la justicia, la igualdad y la dignidad. Los mismos
que hace tan poco tiempo andaban a los palos en la tribuna por un simple paño y
amenazando con sodomizar y balear a quien se cruzara en su camino, ahora son la
vanguardia popular democrática e inclusiva, con tintes de feminismo y
veganismo.
Más
sospechoso es un empecinamiento en que el fútbol no se reanude “hasta que se
cumplan todas las demandas sociales y Chile sea un país más justo”. Raro, no
quieren ir a su lugar de expresión natural, donde una manifestación bien
organizada tiene una resonancia infinitamente mayor que cualquier pelotera en
la calle. Donde un lienzo o canto llegaría a todo el país y un acto simbólico,
como taparse un ojo, sería de gran impacto.
Lo que está
en juego acá, y aterrizo a los idealizadores y románticos, es una pugna de
poder. Si las barras bravas ya tienen condicionado al fútbol chileno, ¿por qué
no ir por todas? Es decir, que se juegue cuando ellos decidan y sobrepasar a la
ANFP y los clubes. Acogotar el fútbol. Control total.
Desde ahí,
todo es posible: asientos en el directorio, porcentaje de los sueldos y
traspasos de los jugadores y, cómo no, una cola de los pagos del CDF. Perdonen
que les baje la fantasía: acá no hay ninguna reivindicación social, es solo una
oportunidad de negocios y poder. Correr el cerco una vez más y pasar por caja.
en La Tercera, 21 de noviembre de 2019
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