lunes, noviembre 25, 2019

«Estamos en una situación histórica inédita». Entrevista a Gabriel Salazar, de Daniel Rozas







El Premio Nacional de Historia Gabriel Salazar nos hace pasar a su hogar en La Reina para conversar sobre el estallido social. Historiador, filósofo y sociólogo, el académico tiene 15 mil ejemplares de libros en una apacible casa que, primero, arrendó en 1969 y, después, compró cuando volvió tras 8 años de exilio en Inglaterra donde cursó un Ph.D. en Ciencias Económicas en la Universidad de Hull.

Analista descarnado, hombre de izquierdas, a sus 83 años, Salazar mantiene una mirada crítica sobre la casta política chilena y considera que los movimientos sociales que sacuden el país son producto de un malestar popular que viene desde la Colonia, mucho antes del neoliberalismo.


Masa y poder

Cree que estamos viviendo una revolución distinta. «Desde el año 36 en adelante, cuando se crea el Frente Popular, el pueblo marcha por las calles. Los políticos estaban muy contentos cuando la masa estaba en la calle. El error del pueblo consistía en que solo se dedicaba a pedir, escuchar discursos, y a esperar que le resolvieran los problemas».

Salazar dice que «el movimiento ciudadano de la época se comportó de acuerdo con la ley. El Estado lo hacía todo y el rol del ciudadano consistía nada más que en pedirle cosas al ‘Estado papá'. Los ciudadanos eran obedientes de la ley».

¿Quiénes fueron rompiendo esta estructura de obediencia autoritaria?
Los pobladores. El año 57 cuando un comité de gente sin casa se toma un terreno y aparece La Victoria. Violaron el derecho de propiedad y resistieron el ataque de la policía. Presionaron al gobierno para que reconociera su toma y fuera legalizada. Fue el comienzo de una nueva política popular, contraria a la vía legalista de los partidos. A partir de La Victoria, las tomas se extendieron como mecanismo.



Transformación de la ciudadanía

Explica que, a fines de los 90, el PNUD detectó en Chile que la política ya no era cosa de los políticos, sino que materia de los ciudadanos. «Pero los gobiernos nunca le pusieron atención a este fenómeno subterráneo», comenta.

¿Cuál es la característica que define esta tendencia?
La gente se reúne en grupos chicos para deliberar por su cuenta. Aparecen las redes sociales, los colectivos. Los partidos políticos y los gobiernos no le hicieron caso ni al mochilazo (2001), ni al pingüinazo (2006), ni a la movilización estudiantil de 2011. Nadie los tomó en serio. Entonces, lo que ha ocurrido en estos días es la culminación de este proceso de transformación de la ciudadanía a través de una revolución interna y que ahora aparece en la calle de forma masiva.

¿Cree que las movilizaciones se articulan en un espacio de anarquismo digital?
Antiguamente la gente se asociaba en una organización legalizada. En cambio, el movimiento de pobladores no se regía por estatutos. Se armaba para hacer algo y luego se desarmaba. Esa es la red social. Por ejemplo, los delincuentes se asocian así. Microorganizaciones que se arman, desarman y multiplican. Pinochet pudo destruir las organizaciones con torturas, pero cuando se enfrentó a las jornadas de protestas del 83 al 87, cuando se enfrentó a las redes sociales populares, perdió. Esta forma de juntarse es típica del bandolerismo social.

¿Qué sería eso?
El bandolerismo social del siglo XIX, desde 1780 hasta 1940, y que nadie pudo destruir, tenía la misma forma de estructuración. Hoy en día, los manifestantes actúan en red; se arman y se desarman, aparecen los celulares, y eso potencia el movimiento. Por eso es ridículo que el Gobierno diga que hay un grupo detrás que organizó todo.

El tema candente es la destrucción en las protestas. ¿Cuál es la relación entre los chilenos y la violencia?
Nosotros, en el fondo, somos un pueblo mapuche. El pueblo mestizo nace en el siglo XVI y estuvo sin derechos hasta 1931: cuando se dicta el Código del Trabajo. Fueron tres siglos sin nada. Como no tenían derecho a propiedad, vivieron robando ganado, y asaltando haciendas. Como no se podían casar, eran perseguidos y vivían arrancando. Eran afuerinos, sospechosos, y las mujeres se quedaban solas y eran violadas y tenían hijos huachos. Entonces este pueblo mestizo tiene una historia terrible.

¿Ahí aparece el caldo de cultivo para entender la violencia actual de los manifestantes?
Exacto. Porque tenían que vivir arrancando y robando. Matar rotos, mestizos, no era un delito. Eran los enemigos. El ejército se formó al principio en la frontera en Biobío reclutando mestizos para pelear contra los mapuches, pero estaban tan mal mantenidos y pagados, que la mayoría de ellos desertaba. Se convertían en bandidos. El ejército, para poder pagarles a estos soldados, entraba al territorio mapuche y le robaban todo: ganado, cosecha, mujeres, niños. Los mapuches devolvían la mano. Ese tipo de acciones se llamaban «malocas». O sea, asaltar, saquear y retirarse.

¿Qué pasaba con los mestizos en esa época?
Se fueron a vivir a La Araucanía. Allí aprendieron a tratar a los chilenos que estaban al norte del Biobío al estilo mapuche. O sea, con asalto y saqueo. Los mestizos fueron acogidos por los mapuches. Ellos no tienen sentido de propiedad privada. Eso produjo una alianza tácita entre el pueblo mestizo y el pueblo mapuche. Por eso no me extrañó que las únicas banderas importantes de las últimas explosiones sociales fueran mapuches. El pueblo mestizo siempre ha reconocido al mapuche como un amigo, un protector. Y han imitado sus métodos. Este pueblo mestizo no se identifica con las tradiciones culturales hispano-europeas. Eso explica, por ejemplo, que hayan echado abajo las estatuas de los próceres de esa cultura.

La destrucción de estatuas como la de Pedro de Valdivia en Temuco ha sido impactante. ¿A qué lo atribuye?
Si examinas la estatuaria chilena, son puras estatuas de la oligarquía dominante: Diego Portales, Manuel Montt, Bernardo O'Higgins, los Carrera; la élite. Por tanto, enemigos del pueblo mestizo. En Chile, a diferencia de México, no hay estatuas de los luchadores del pueblo. ¿Dónde hay una estatua de Lautaro? Él derrotó a los españoles. ¿Dónde está la estatua de Violeta Parra o Luis Emilio Recabarren? Bueno, por esa razón, el pueblo mestizo no se identifica con los monumentos y la historia cultural hispano-europea.

Existe el complejo de Eróstrato: sobresalir por un acto violento. Hoy día, pareciera que algunos jóvenes buscan atribuirse los ataques como trofeos de guerra. ¿Qué opina?
El pueblo mestizo estuvo tres siglos sin derechos. Eso generó en ellos una rabia y una escasez de alimentación, que hoy día ya no existe, pero que no ha sido eliminada de su memoria. Y más encima, como el sistema neoliberal incentiva el consumo de mercancía, se acrecienta la rabia. El saqueo es una guerra de recursos, una manera de abastecerse. Por primera vez en Chile, los pobres tienen tarjetas de crédito. Compran todo lo que quieren, pero se endeudan. Ese es el negocio.



La chispa

¿Usted justifica la violencia de los manifestantes?
Yo no puedo justificar eso, pero mi tarea como historiador es explicar los fenómenos. Si este sistema exacerba el consumismo, no podemos extrañarnos que se produzcan los saqueos. Por eso se ven escenas penosas como personas robando plasmas. Por un lado está la apoteosis del consumismo, pero, al mismo tiempo, está la rabia contra el sistema que los lleva a incendiar los supermercados.

¿Es un movimiento insurreccional?
El neoliberalismo fue un modelo impuesto con intervención extranjera y a través de una Constitución en la que no participó la ciudadanía. Por tanto, este modelo nació ilegítimo. Luego fue perfeccionado por una clase política civil, la Concertación, que lo administró mejor que Pinochet. Así se fue creando una olla de presión donde hubo una crisis de representación y plusvalía. Cualquier chispa iba a hacer estallar la protesta social popular. Por ejemplo, un alza del precio del metro.

¿Este estallido social tiene antecedentes previos como la Revolución de la Chaucha?
Esa revolución también tuvo una chispa nimia, porque aumentó en 20 centavos el pasaje escolar y eso provocó una explosión en la sociedad chilena. La producción estaba estancada, la demanda crecía, y se llegó al 80 % de inflación anual. Eso obligaba a hacer huelgas en las calles y ahí aparece la violencia callejera.

¿Pero son comparables ambos estallidos sociales?
No, esto no es cíclico. El movimiento de ahora es un estallido único en la historia de Chile. Porque no es una reacción sectorial de un grupito que está afectado. Tampoco es una reacción que se da en una sola ciudad. Es todo Chile. No es una reacción clasista. Aquí hay de todo: es pluriclasista.

¿Usted cree que este estallido social va a repercutir electoralmente en el PC y el Frente Amplio?
No. Las grandes huelgas anteriores eran movimientos contra el patrón, contra la burguesía capitalista, los industriales, los banqueros o bien contra el imperialismo yanqui. Esta vez el enemigo es la clase política. La gente no quiere nada: ni con la derecha, ni con la izquierda ni con el centro. Lo sorprendente es que ellos no se dan por aludidos y por eso quieren controlar el proceso de Asamblea Constituyente. Por eso, Gobierno y oposición se van a unir para defenderse.

La movilización es inorgánica a nivel dirigencial.
No tiene conducción. Lo único que ha aparecido es una asamblea, la mesa de unidad social; cerca de 200 organizaciones que se han unido, pero no están operando como cabeza de movimientos, sino como asamblea. Todo esto es nuevo. Estamos en una situación histórica inédita. Hay que pensarla en sí misma. Ya no calza recoger modelos antiguos. La ideología de la Guerra Fría aquí no funciona.

¿Van a seguir las manifestaciones?
Sin duda. Yo creo que la culminación pasó, pero las movilizaciones no terminarán porque ya está el modelo hecho. Los encapuchados aprendieron a saquear. Ni el ejército ni los policías pudieron evitarlo. En cierto modo, Piñera tenía razón, estamos en guerra. No es militar, es una guerrilla política. Y va a continuar.



en La Segunda, 11 de noviembre, 2019
















No hay comentarios.: