Poco antes de salir la Columna Durruti para Zaragoza vía Lérida, fue cuando Buenaventura Durruti, que se encontraba discutiendo con un delegado del Sindicato Metalúrgico sobre una cuestión de blindaje de camiones, recibió al periodista del «Toronto Star», el canadiense Van Passen, que publicaría un reportaje bajo el título: «Dos millones de anarquistas luchan por la revolución», que apareció publicado el 18 de agosto de 1936, aunque el periodista simulaba haber hecho la entrevista en el frente de Aragón («A lo lejos se oye el estruendo de un cañón», escribía en la entradilla de su trabajo). En el mismo comienza inmediatamente por poner a Durruti ante el lector:
«Es un hombre alto y fuerte, moreno, bien afeitado, de rasgos morunos, hijo de humildes campesinos. Su voz aguda, casi gutural».
–«El pueblo español quiere la Revolución –comenzaría diciéndole Durruti a Van Passen– y está en trance de hacerla, a lo cual se oponen los fascistas. Este es el planteamiento general. En tales condiciones, no hay más que dos caminos: o la victoria de los trabajadores, es decir, la libertad, o el triunfo de los facciosos, que significa la tiranía».
…
El periodista le señaló la contradicción en que se encontraba la revolución que mantenían los anarquistas:
–«Largo Caballero e Indalecio Prieto han afirmado que la misión del Frente Popular es salvar la República y restaurar el orden burgués. Y usted, Durruti, usted me dice que el pueblo quiere llevar la revolución lo más lejos posible. ¿Cómo interpretar esta contradicción?»
–«El antagonismo es evidente. Como demócratas burgueses, esos señores no pueden tener otras ideas que las que profesan. Pero el pueblo, la clase obrera, está cansado de que se le engañe. Los trabajadores saben lo que quieren. Nosotros luchamos no por el pueblo sino con el pueblo, es decir, por la revolución dentro de la revolución. Nosotros tenemos conciencia de que en esta lucha estamos solos, y que no podemos contar nada más que con nosotros mismos. Para nosotros no quiere decir nada que exista una Unión Soviética en una parte del mundo, porque sabíamos de antemano cuál era su actitud en relación a nuestra revolución. Para la Unión Soviética lo único que cuenta es su tranquilidad. Para gozar de esa tranquilidad, Stalin sacrificó a los trabajadores alemanes a la barbarie fascista. Antes fueron los obreros chinos, que resultaron víctimas de ese abandono. Nosotros estamos aleccionados, y deseamos llevar nuestra revolución hacia adelante, porque la queremos para hoy mismo y no, quizá, después de la próxima guerra europea. Nuestra actitud es un ejemplo de que estamos dando a Hitler y a Mussolini más quebraderos de cabeza que el Ejército Rojo, porque temen que sus pueblos, inspirándose en nosotros, se contagien y terminen con el fascismo en Alemania y en Italia. Pero ese temor también lo comparte Stalin, porque el triunfo de nuestra revolución tiene necesariamente que repercutir en el pueblo ruso».
…
–«¿Espera usted alguna ayuda de Francia o de Inglaterra, ahora que Hitler y Mussolini han comenzado a ayudar a los militares rebeldes?», pregunté.
–«Yo no espero ninguna ayuda para una revolución libertaria de ningún gobierno del mundo» respondió Durruti secamente. Y agregó: –«Puede ser que los intereses en conflictos de imperialismos diferentes tengan alguna influencia en nuestra lucha. Eso es posible. El general Franco está haciendo todo lo posible para arrastrar a Europa a una guerra, y no dudará un instante en lanzar a Alemania en contra nuestra. Pero, a fin de cuentas, yo no espero ayuda de nadie, ni siquiera, en última instancia, de nuestro Gobierno».
–«¿Pueden ustedes ganar solos?», pregunté directamente.
Durruti no respondió. Se tocó la barbilla, pensativamente. Sus ojos brillaban. Y Van Passen insistió en la pregunta:
–«Aun cuando ustedes ganaran, van a heredar montones de ruinas», me aventuré a interrumpir su silencio.
Durruti pareció salir de una profunda reflexión, y me contestó suavemente, pero con firmeza:
–«Siempre hemos vivido en la miseria, y nos acomodaremos a ella por algún tiempo. Pero no olvide que los obreros son los únicos productores de riqueza. Somos nosotros, los obreros, los que hacemos marchar las máquinas en las industrias, los que extraemos el carbón y los minerales de las minas, los que construimos ciudades... ¿Por qué no vamos, pues, a construir y aún en mejores condiciones a reemplazar lo destruido? Las ruinas no nos dan miedo. Sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero –le repito– a nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones». Y luego agregó: «Ese mundo está creciendo en este instante».
en Toronto Star, 18 de agosto, 1936
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