¡Ah, se
invierte el invierno en mediodía!
Casi, como
viniendo de aguas primeras.
Exabrupto del
trébol,
cuatro hojas
hacia el viento;
bajo el alero
ladran flores oscuras.
Cuando uno
desde la mano se aproxima,
ya nada ni el
amor parece cosa del demonio.
Sabes que
todos esperan algo,
una carta
alentadora,
una noche sin
dormir.
-Las
preocupaciones también
son obra del
demonio-.
Y parece
mentira.
Bajar desde la
cumbre agonizando
como rodado
intencional
y caer en la
cabaña de un pastor protestante.
Después de
todo
eres tan solo
como una
perdiz, en busca de sus polluelos.
Nada te consiente
sino la planta de cicuta
que todos
cortan y siempre vive
porque tiene
doble corazón.
Ahora
que ya nada me
separa
del sabor que
experimenta la hoja
cuando le cae
encima la mirada del hombre;
me despido de
la virtud como de una vieja amiga
y existo entre
los malhechores,
entre los
profanadores de tumbas.
Y soy un dios
de carne y hueso
para los
espantapájaros.
en Tiempo, medida imaginaria, 1959
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