(1930-2019)
La madre memoria pone orden en esos ruidos
Con oído abierto, pero aún sin voz, siempre errante por las orillas del Mediterráneo, Orfeo encontró una noche en los flancos del monte Parnaso a una vieja bruja, mala y genial, llena de saber y de resentimiento, la Memoria, que conservaba, en poder suyo, los recuerdos del Mundo, estrellas y cristales; los del cuerpo y de los vivos, ondas y fósiles; Y los de las sociedades, mentiras y archivos.
Tenía nueve hijas.
Antes de presentárselas, dijo:
«Una de estas Sibilas que tú dejas –dispersas en torno al Mar Interior– obtuvo del Sol (que estaba enamorado de ella en tiempos inmemoriales) que viviera tantos años como gramos de arena pudiera tener en la palma de su mano. No; no dijo granos de arena, sino ¡átomos de materia! De esa manera dura tanto como el Universo, desde el comienzo, bajo el fuego de los primeros astros.
Por el hermetismo de sus gritos se ha puesto pues, desde la aurora del Mundo, a reproducir su ruido de fondo, que captaba su cuerpo abierto a los vapores de la tierra, a las turbulencias del aire, a los murmullos del mar, a las erupciones de los volcanes. Y en libros sibilinos, trató de volver a copiar una especie de relato, a su manera loca; imitando esos ruidos, antes de que nazca todo lenguaje. Estos lamentos, antaño ilegibles, comienzo a comprenderlos gracias a las ciencias actuales.
Porque, más vieja aún que ella, he aprendido –leyendo y escribiendo– la pequeña memoria de los humanos, ampliada recientemente a la dimensión del Mundo, la mía».
Y haciendo cara de abrir esos libros, retomó:
«En medio del caos de esos rumores, existe un orden sutil; apréndelo. Como el de las Sibilas, tu cuerpo resuena sin cesar a tres ruidos de fondo distintos, pero conectados, aunque inextricablemente mezclados. Esta es su serie: el primero y permanente, el del Mundo; el intenso y más raro de los Vivos; y finalmente el de la Sociedades que, por todas partes y a ciegas, buscar el sentido.
Los humanos tratan siempre, por sus rumores, sensatos o no, de ensordecer a los otros dos. Esta triple sucesión asegura una primera armonía grande en ese desorden suntuoso».
Orfeo iniciado
Orfeo verificó esta disposición y comenzó por el cuerpo propio de los humanos, por el pisoteo de su marcha, sus percusiones sobre la piedra, la cólera de sus odios y sus llantos, por la cacofonía incomprensible invitar de historia…
…pero antes, escucho piadosamente los tejidos cosidos y desgarrados del embrión zumbador como papel frotado, los latidos precoces del corazón en el paraíso del claustro uterino, el pulso del puño, el tono del mantenerse, el barullo de la carne, la tensión de los músculos y de los nervios, la explosión del entusiasmo con el calor vital, la sacudida trepidante del coito y el címbalo final del orgasmo, el tintineo de diez relojes orgánicos que vibran en los pliegues de la cronobiología, y, finalmente, el ADN que, en hélice, tiembla como una cuerda vibrante.
Menor, mayor, oboe, gaita gallega, cambios de formas y de especies, voluvelo, evodevo, evolución y desarrollo… comprende entonces esto: puesto que, en memoria de una rosa, nadie ha escuchado que ha muerto un jardinero, puesto que en memoria de mujer o de varón nadie ha visto desvanecerse un género, nuestro cuerpo se desliza tan rápido bajo la muerte silenciosa que casi nunca escucha el ritmo de las transformaciones vitales. Aprende la otra razón por la cual estaba sordo.
«Y esto es para los vivos», dijo.
Y ahora veamos para el Mundo.
Acordes raros en medio de la música de un atomismo en profusión, la vida se extiende como un milagro en la gigantesca lotería de las cosas; luego de su información y sus transformaciones, luego de ella, pero, en realidad, antes de ella, se puso a escuchar la tormenta baja y el temblor de los sismos, los penachos en volutas de las erupciones volcánicas, los torbellinos de los ríos a la salida del arco de los puentes, las turbulencias de las nubes y las trombas de los ciclones, las galaxias tan espiraladas como las cintas genéticas de los vivos.
Más allá de las repeticiones estacionarias de las órbitas elípticas, escuchaba también la polifonía dispersa de la radioastronomía, el ruido aleatorio de los saltos cuánticos, la difusión granular de los tiempos, el rumor profuso del Universo, entre Big Bang y Big Crunch, la formidable expansión de una onda inaudita por universal. Escucha el caos desbordar el comienzo de las cosas y del pensamiento, su barullo estriado de signos.
2011
Fotografía original de Joel Saget
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