La mancha trágica de tus cabellos,
encarna un mar fascinante y entenebrecido.
Albea tu frente magnífica, escrita de surcos,
y tus sienes como dos azucenas puras.
Tus cejas y tus pestañas interrogadoras
recogen la esmeralda enferma de tus ojos.
Se destaca en la oscuridad del fondo
tu nariz de águila meditativa.
Tus labios destilan dolor y pasión
y están maduros para el beso.
Piedra con alma, sonríe tu cara de ídolo
dormida en la canasta de rosas de mi pecho.
en
Antología de poesía chilena, 1961
Ginés
de Albareda y Francisco Garfias
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