Fragmento
¿Por qué resulta a veces tan arduo decidir hacia dónde caminar?
Creo que existe en la Naturaleza un sutil magnetismo y que, si cedemos
inconscientemente a él, nos dirigirá correctamente. No da igual qué senda
tomemos. Hay un camino adecuado, pero somos muy propensos, por descuido y
estupidez, a elegir el erróneo. Nos gustaría tomar ese buen camino, que nunca
hemos emprendido en este mundo real y que es símbolo perfecto de que
desearíamos recorrer en el mundo ideal e interior; y si a veces hallamos
difícil elegir su dirección, es —con toda seguridad— porque aún no tiene
existencia clara en nuestra mente.
Cuando salgo de casa a caminar sin saber todavía a dónde
dirigir mis pasos y sometiéndome a lo que el destino decida en mi nombre, me
encuentro, por raro y extravagante que pueda parecer, con que, final e
inevitablemente, me encamino al sudoeste, hacia un bosque, un prado, un
pastizal abandonado o una colina que hay en esa dirección. Mi aguja es lenta en
fijarse: oscila unos pocos grados, no siempre señala directamente al sudoeste,
es cierto, y tiene criterio propio respecto a esta variación, pero siempre se
estabiliza entre el oeste y el sudoeste. El futuro me tiende ese camino, y la
tierra parece, por ese lado, más inagotada y generosa. El esquema que
perfilarían mis caminatas no sería un círculo, sino una parábola o, mejor, como
una de esas órbitas cometarias que se consideran curvas de no retorno,
abriéndose en este caso hacia el oeste y en la que mi casa ocuparía el lugar
del sol. A veces doy vueltas de un lado para otro, incapaz de decidirme,
durante un cuarto de hora, hasta que resuelvo, por milésima vez, caminar hacia
el suroeste o el oeste. En dirección a levante sólo voy a la fuerza; pero hacia
el oeste camino libremente. Ningún asunto me lleva allí. Me resulta difícil creer
que pueda encontrar paisajes bellos o suficiente naturaleza salvaje y libre
tras el horizonte oriental. No me emociona la perspectiva de dirigirme hacia
él; en cambio, me parece que el bosque que veo en el occidental se extiende sin
interrupción hacia el sol poniente y que no alberga ciudades lo bastante
grandes como para molestarme.
Déjenme vivir donde quiera; aquí está la ciudad, allá la
naturaleza; cada vez abandono más la primera para retirarme al estado salvaje.
No haría tanto hincapié en ello si no creyese que algo similar constituye la
tendencia predominante entre mis compatriotas. Debo caminar hacia Oregón, no
hacia Europa. El país está moviéndose en la misma dirección; no cabría decir
que la humanidad progresa de este a oeste. En unos pocos años hemos asistido,
en la colonización de Australia, al fenómeno de una emigración hacia el
sudeste; pero esto nos parece un movimiento retrógrado y, a juzgar por el
carácter moral y físico de la primera generación de australianos, el
experimento todavía no ha tenido éxito. Los tártaros orientales piensas que al
oeste del Tíbet no hay nada. «El mundo acaba allí», dicen; «más allá solo hay
un mar sin orillas». Habitan un oriente sin remedio.
en
Caminar, 1861
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