lunes, septiembre 17, 2018

"Noche payasa", de Pedro Lemebel







Esto le ocurrió a una loca patinadora, incansable en su búsqueda de cumbia cachera, a quien no le importaba el terrorífico toque de queda en algún septiembre de la patria ochentera. Esos septiembres de dictadura con tantas fechas y conmemoraciones y barricadas y el resplandor de la protesta en el cielo tenso de la represión. Pero a la loca nunca la intimidaron estas turbulencias políticas. Menos ese día en que juntando sus ahorros, salió a comprarse su par de soñadas zapatillas de marca que le costaron un ojo de la cara. Pero ese lujo se lo podía dar caminando bien cuica por Estación Central abajo, al borde de la hora de paralización nacional.

Una hora precisa para atrapar un macho errante con quien tener un refregón en algún sitio eriazo. Y anduvo elástica en sus zapatillas Adidas nuevitas, mientras la gente corría tomando la última micro que, con cueva, agarraban para irse al hogar. Ella andaba fresca en sus aladas Adidas, mientras la gente neurótica pasaba de prisa mirando la hora. Santiago se ponía brígido cuando las calles quedaban desiertas y lo único que zumbaba en la noche era el aullido policial alterando el pulso cardiaco de la urbe. En ese tiempo, algunas mariquillas hambrientas de culeo express, peinaban la ciudad crispada del toque de queda en busca de semen fresco. Y ese era el desafío, agarrar algo justo al borde del peligroso callejeo. Entonces la loca en sus flamantes Adidas, flotaba por Alameda poniente viendo que no pasaba nada, ni un alma se distinguía en el peludo silencio nocturno. Sólo a lo lejos, cerca de General Velásquez, se veían brillar las guirnaldas de ampolletas que anunciaban la presencia de los grandes circos, que siempre en esas fechas levantan sus carpas en el baldío de esa concurrida esquina. Y hacia allá se dirigió la loca atraída por el fulgor de los carteles. Y nada más encontró la infinita soledad cuando solo faltaban cinco minutos para el toque. ¿Tiene un cigarro?, la sobresaltó la voz gruesa de un cuidador del circo que vigilaba las carpas. Ufff, por fin algo, suspiró la loca con alivio. Y luego a la luz del fósforo vio el destello lujurioso en la mirada del macho man, que sin mediar conversa, la hizo pasar a la pequeña cabina de lona donde dormía en un catre de campaña. Allí no había nada más que esa cama plegable, y para qué más, pensó la loca desatando sus preciosas Adidas que las dejó con delicadeza en el suelo. Luego, se entregó a los fragores orangutanes del cuidador que se la comió viva ensartándola una y otra vez en su mástil cirquero. Aquella agitada contorsión sexual dejó agotado al potente hombre que al instante se quedó dormido a raja suelta roncando el relajo de la evacuación. Eso sería todo, se dijo la loca, bajándose silenciosamente del catre para buscar en la oscuridad sus flamantes zapatillas. Y buscó y buscó a tientas bajo la cama sin encontrar ni rastros del calzado. Entonces se dio cuenta, que la carpa quedaba corta y no llegaba al suelo, y desde afuera alguien las vio y solo tuvo que estirar la mano para cogerlas, mientras ellos estaban en la combustión sodomita.

Sin duda, era una tragedia haber perdido sus incomparables Adidas, pero era más terrible tener que irse en plena madrugada a pata pelá caminando por la noche negra del toque de queda. Algo habrá por aquí, pensó hurgueteando bajo la cama, algo que ponerme aunque sean chancletas viejas, entonces palpó algo parecido a unos zapatos, pero tan grandes. Y al sacarlos se encontró con un par de enormes zapatos de payaso. Bueno, y qué voy a hacer, se dijo calzándose las puntudas lanchas en sus patitas de reina. Con mucho cuidado, salió de allí, y arrastrando los pies, llegó hasta la entrada del circo donde se escondió unos minutos detrás de un cartel al escuchar el motor de una patrulla.

Cuando hubo retornado el silencio, corrió atravesando la Alameda provocando estampidos con sus gualetazos de tony. Ahí se detuvo detrás de un árbol esperando que se callaran los ecos de su carrera. Y así se fue la loca en la noche payasa, de árbol en árbol, corriendo y zapateando, escondiéndose y temblando, mientras cruzaba la ciudad sitiada con el corazón en la mano y el culo sucio goteando las calles fúnebres de la dictadura.




en Adiós mariquita linda, 2004













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