Los espejos han perdido toda exactitud;
no reflejan más que formas
disparatadas, locas imágenes en un fondo
de sueño.
Se han perdido los rostros
y cuando nos miramos en los espejos
oímos sólo el silbido errante de la tarde
que atraviesa los tímpanos solitarios.
Y nadie comparte, en realidad
estos desórdenes; oscuros secretos
que se tragan a los hombres
entre fauces centelleantes.
Los espejos no hablan. Les robaron
su luz y por eso cada uno
ve en sí mismo lo que quiere;
cada uno con sus pecados públicos
disfrazados de curiosos y vulgares pretextos.
en
Noche de agua, 1986
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