Camino por las calles festoneadas de cafés y bares, orladas de
bazares pequeñísimos, donde apenas cabe de un pie un dependiente libanés.
Aparto con la mano a las prostitutas jóvenes que me sujetan del brazo, de los
faldones. Escucho diez canciones distintas y reparto mis últimas monedas entre
los vendedores de cancioneros, entre las cigarreras y borrachos. Un pentecostal
de negro vocifera a voz en cuello, enarbolando la biblia. Me mira con ojos
llameantes y camino por las calles festoneadas de cafés y bares, orladas de
bazares pequeñísimos, en busca de un callejón para ocultarme a su mirada.
en
América joven 48, 1986
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