miércoles, junio 06, 2018

"Reseña de Ensayos sobre el silencio. Gestos, mapas y colores, de Marcela Labraña", de Macarena Valenzuela Moren







Quizás a cualquiera que se le pregunte en qué consiste el silencio, sin meditarlo lo identificará con el acto de callar. Lo sabemos desde niños, la palabra silencio indicaba la solicitud de nuestros padres o profesores para que dejásemos de emitir palabras habladas. El silencio era para nosotros un estado, pero también un acto: guardar silencio, al que reaccionábamos a partir de un gesto: el dedo índice sobre los labios casi cerrados. Casi, porque el cierre de la boca junto al candado sobre ella que sella el dedo índice cruzándola, iba acompañado de un poco del aire que escapando entre los dientes produce el sonido «shhh». En Ensayos sobre el silencio, Marcela Labraña reconoce desde las primeras líneas la presencia del sonido que acompaña al claustro de la voz: «el acallamiento total del interior de nuestros cuerpos es igualmente inalcanzable» (p.15), a continuación, recuerda las palabras de John Cage a propósito de su experiencia en una cámara anecoica: «por mucho que intentemos hacer un silencio, no podemos» (p.15). No hay un silencio absoluto, la experiencia del silencio, como el repliegue de la palabra hablada hacia el interior del cuerpo, por ejemplo, demuestra la imposibilidad de un cuerpo vacío: el corazón continúa palpitando, las palabras circulan y crecen en el pensamiento. El silencio, como señala el título del libro, gestos, mapas y colores, está colmado de murmullos: breves coreografías de gestos como el hapocrático que descifra la autora: el dedo que se encuentra con los labios, zonas delimitadas que señalan un espacio vacío de palabras las extrañas filacterias en blanco de las miniaturas que ilustran las visiones de Hildegard von Bingen, los llamados emblemas silentes de Theodor de Bry, o también un espacio vacío de figuras para que no quede más que la «elocuencia silente de un color» (p.260) el mapa en blanco con el que Lewis Carrol hace una cartografía del mar, la monocromía azul en la que esperaba desaparecer Yves Klein, el relato oscureciéndose en la noche de la página negra de Tristram Shandy. Espacios vacíos pero llenos de sentido, «vacío significante y germinal» (p.270), dice la autora sobre el poema Blanco de Octavio Paz; pero también, espacios saturados de palabras y señales que se neutralizan hasta la desaparición: la disgregación de un espacio indescriptible en el exceso de las listas de Jorge Luis Borges, la despersonalización del autor en el plano imposible de esa casa que es La nueva novela.

Pero estas «señales de ruta» con las que Marcela Labraña recorre algunos caminos del silencio (tomo aquí prestado el título de uno de sus capítulos), no nos desorientan, por el contrario, poco a poco van guiando a la autora para hilvanar la aparente variedad y producir en el encuentro de diversos materiales, como ella misma advierte, «chispas» de sentido. Una de esas chispas, en mi opinión, es la siguiente: el silencio no es ausencia por efecto del vacío o del exceso, sino que parece expresarse en relación con un límite (el borde de los labios por los que escapa el aire). El silencio, he pensado caminando por las rutas de este libro, supone la necesidad de una línea que lo dibuje para que describa la zona imposible de ausencia absoluta. Todos estos silencios que la autora explora en la literatura y en las artes visuales, se dicen o se presentan justo al interior de bordes que los circundan y separan de lo sonoro y de lo representable, como de lo insonoro y lo irrepresentable. Un espacio vacío, dice Labraña sobre Especies de espacios de George Perec, trazado por «lo que hay alrededor o dentro del vacío, es decir, como su deslinde o territorio.» (p.147). El silencio, en este sentido, haría su aparición en el fragmento: la irrepresentabilidad de lo divino representada en la mano (un pedazo de cuerpo) que aparece en el cielo e indica. Como si el silencio no consistiera en otra cosa más que en un indicio de lo inaccesible. Fragmento inagotable, Marcela Labraña nos demuestra que el silencio es ese misterio que se nos revela en pequeñas huellas. Bien lo supo Emily Dickinson: «Tenemos al silencio sobre todo. / Hay redención en una simple voz. / Sin embargo, el silencio es infinito / y carece de rostro.» (Poema 1251, trad. Lorenzo Oliván).


en Revista Cuadernos de Arte nº 22, 
de la Escuela de Arte de la Pontificia Universidad Católica de Chile





Ensayos sobre el silencio. Gestos, mapas y colores, de Marcela Labraña
Ediciones Siruela, Madrid, 2017





        

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