La
historia ha querido que el nuevo libro de Rüdiger Safranski, coincida con una
época de cambios, marcada por el miedo y la inseguridad, y que sus ideas nos
sirvan como un manual de instrucciones para interpretar la era Trump, del
Brexit y el ascenso del populismo en el mundo occidental.
San
Agustín decía que si nadie le preguntaba sabía lo que era el tiempo, pero si se
lo preguntaban, no. ¿Qué es para usted el tiempo?
Me pasa como a san Agustín. Lo que
me interesa muchísimo es hablar de la diferencia entre el tiempo subjetivo y el
que somos capaces de medir, es decir, la hora.
En
su libro dibuja el estado de aburrimiento como el punto de partida y oportunidad.
¿Es necesario aburrirse?
No sé si es necesario, pero nos
aburrimos. He comenzado el libro por el aburrimiento porque ahí estás viviendo
el tiempo como algo que dura sin ocurrir nada; es una especie de encuentro con
el tiempo a secas. Lo suelo describir con una imagen: vivimos una serie de
acontecimientos y estos se colocan como si fuesen una cortina por delante del
tiempo. Mientras ocurren no eres consciente, pero cuando cesan se abre el telón
y, de repente, ahí está el tiempo. Yo siempre recomiendo que, como mínimo, una
vez al día estemos completamente quietos, no hagamos nada y prestemos atención
al tiempo.
¿Al
tiempo interior?
Sí, pero también tenemos que definir
qué es el tiempo interior. En los cinco minutos que llevamos conversando sobre
el tiempo hemos reflexionado sobre él, pero no le hemos prestado ninguna
atención, porque si lo hubiéramos hecho no habríamos dicho absolutamente nada.
Habla
de la simultaneidad global de la comunicación en esta época como una tremenda
exigencia para el ser humano. Nos comunicamos en tiempo real, estamos
informados de todo lo que ocurre. ¿Estamos ante una mutación cultural?
Esta nueva forma de telecomunicación
marca una cesura muy importante en la historia de la humanidad y mucha gente no
es consciente de lo enorme que es. Ahora mismo todos sabemos lo que está
ocurriendo en cualquier parte en tiempo real y eso nunca lo había conocido la
humanidad. Hasta el siglo XIX, la humanidad ha vivido en un modo de retraso.
Carlos V daba una orden para Sudamérica que probablemente tardaba medio año en
hacer llegar y otro medio en saber si se había ejecutado. Hoy, Trump publica un
tuit y la Bolsa cae inmediatamente. Supone un gran reto para la percepción del
ser humano, porque somos habitantes globales de un planeta global gracias a
estas redes. Los refugiados no se habrían podido comunicar sin las imágenes, y
de ahí el atractivo de este mundo para ellos.
Habla
también del tiempo de comienzo como una oportunidad y hoy precisamente estamos
en un nuevo tiempo de comienzo: Trump, Brexit, Le Pen…
El tiempo puede generar una
preocupación, que es normal cuando se ve un futuro incierto. Vivimos en una
sociedad de riesgo y en ella buscamos la máxima seguridad posible. Estamos en
una época de profundo cambio. Antes teníamos una democracia con unas
instituciones muy claras, separación de poderes, prensa, Parlamento, Ejecutivo…
y era un sistema que permitía filtrar y disciplinar en cierto modo a la masa, a
esa gente que forma la base de la democracia. Pero hoy es como si estuviésemos
en un volcán en erupción porque está moviéndose todo, y ahí surge ese concepto
del populismo, que se define a sí mismo como una especie de democracia de base,
de Twitter. Creíamos que la división de poderes iba a funcionar y generar un equilibrio
que iba a domesticar a Trump, pero ahora vemos que es al revés, que Trump está
haciendo todo lo posible para eliminar esta separación de poderes y eso da
mucho miedo, porque con su carácter, tiene la capacidad de presionar con un
dedo un botón y hacer explotar bombas atómicas. No sabemos si vamos a ser
capaces de evitar el uso de armas nucleares a la larga como hemos logrado hasta
ahora. Él lo que pretende es eliminar las instituciones tradicionales de la
democracia, como la separación de poderes, e introducir el dominio de las redes
sociales. Son las redes las que están al mando y eso es tremendamente moderno.
Estamos viviendo el desenfreno de la comunicación.
¿Y
qué ha fallado para que este populismo esté triunfando? ¿La democracia, la
globalización?
En cada país es diferente. El Brexit
se debe en gran parte a los miedos que tiene una gran parte de la población
británica de recibir demasiada inmigración de la Unión Europea. En Francia, el
gran enfado lo provoca la política europea, y de eso se aprovecha Le Pen. La
política europea está obstaculizando una evolución económica positiva, dicen
los franceses, que además se sienten en una situación de guerra civil por los
ataques islamistas. Le Pen es la respuesta errónea a esos desafíos, pero Francia
se encuentra en una situación muy problemática que no se había vivido desde el
fin de la Segunda Guerra Mundial.
¿Hay
peligro de tiranía?
No una tiranía en el sentido
medieval; es una especie de tiranía que se nutre del caldo de cultivo que se
produce en la masa y de ahí de nuevo el papel de las redes sociales. Esa
tiranía está enmarcada en una especie de aprobación populista, la masa que
apoya a una determinada persona. En Polonia o Hungría por ejemplo, se está
reduciendo y eliminando poco a poco la democracia, pero con el enorme apoyo de
una mayoría. La palabra democracia suena muy bien, pero lo decisivo es el
Estado de derecho, la separación de poderes. Hitler llegó al poder
democráticamente, apoyado por una gran mayoría, pero el que alguien sea elegido
por mayoría no es lo bueno; lo bueno es que exista la separación de poderes.
¿Nietzsche
y el nihilismo espiritual siguen vigentes en este mundo de hoy?
Sí, sí, sigue siendo válido. Es el
gran problema que está socavando todo. Una sociedad funciona si tiene un sólido
fundamento de valores, y esos valores son normalmente de carácter religioso. Si
esos valores se van debilitando, los seres humanos pierden sus raíces
espirituales. El islam está en auge porque desde el punto de vista espiritual
tiene un fundamento muy fuerte. En Europa en cambio el cristianismo está en
retroceso.
en El País, España, 7 de febrero de 2017
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