Perdido en medio de este bosque
de verdura como un gnomo
hablo un idioma celeste.
Un idioma del paraíso.
Con voces de flauta y loco
me persigo sin sentido
entre la vegetación y las
ruinas. Comido por insectos
adueñándose de mí, y solo
como pez dorado en pecera
de peces.
Soy un asno.
Sabía que las frutas maduraban
por su rojo color, pero no
pensaba ser manzana. Oboe
desafinado. Y como cantaba
antes en las auroras
plácidas me tendía en malezas,
espinas y ortigas,
acariciado. Pobre de mí.
No conocía esos saltos de
mis ojos hacia el precipicio
de la música. Yo tan polimor-
fo. Polimorfeo.
Aquí crece la hiedra en las
gargantas aéreas de los árboles y
sus flores son amarillas.
Rojas como candiles. A cierta
hora nada aparece salvo mi
voz malabarina. Flautista
de burro.
¿Cómo me conocía yo aquí entre
el verde? Como me hallaba
enamorado me desconocía. Y
entre el cristal de los velá-
menes ondeaba, sobresalían
los cuernos míos de madre
perla. Punteados. ¡Ah,
si supiera este idioma colora-
do en que me hablo, me
diría soledades!
Fragante día de sol entre
el pasto.
Pastaba hongos. Los comía
en su sabor salvaje y refinaba
la lengua rosada de delicia
en el paisaje. Nubes.
Como si mi flauta fuera madera
y no flauta.
Pero sin ser sincero
no miento cuando canto
eunuco.
Colores nacidos de las rosas
azules y el sonido cae
sensitivo
sobre mí.
1979
en Pasturas, 1980
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