domingo, julio 30, 2017

"Resistencia de materiales: América o el brillo, de John Kinsella", de Enrique Winter







Dice Piglia que “la palabra vanguardia es usada por primera vez en un sentido estético por un discípulo de Bakunin, es decir, en el contexto del debate sobre la revolución social. Este cruce entre revolución social y revolución de las formas para atacar cierto estado de la sociedad es lo que posibilita el cruce entre vanguardia estética y vanguardia política. La respuesta formal que el artista da a la situación social implica una ruptura frontal con la sociedad”. Para Piglia es Rodolfo Walsh quien encarna en Argentina la unión de ambas vanguardias optando por no sacralizar la lucha política en el espacio inofensivo, a su juicio, de la novela. El australiano John Kinsella elige, como Walsh y probablemente por los mismos motivos, la no ficción, el periodismo si se quiere, para denunciar los aspectos más viles del imperio tras el derrumbe de las torres gemelas. Se trata de “una poesía donde confluyen, enriqueciéndose”, según sus traductores Katherine Hedeen y Víctor Rodríguez, “la vanguardia política y la vanguardia poética”. Sabemos que la literatura no es política por lo que trata, sino por cómo lo trata y América o el brillo del australiano John Kinsella comienza con un poema de ocho versos que suena como una tos. En él propone una imagen que se nos fija en la memoria para concluir en otra cosa, lo real, fuera de las leves palabras. Dice “En un clima febril raspo/ fibras de alfombra de los puños de mi camisa, / atrapadas allí por la estática, / adheridas a la política exterior / sin descartar nada, balones en juego, / profetas que falsifican, / 'mano de obra barata', / un tropo.” Esa pelusa dice la poca importancia que tienen las personas lejanas al poder, con las que nos iremos familiarizando en las ciento cincuenta y tres páginas de esta edición bilingüe publicada por Descontexto Editores.

Kinsella se mete en todos los recovecos simbólicos que se le ocurren de la supremacía blanca, como el tenis y los cruceros, contra la negritud de la pistola en el segundo poema. Construye lentamente un monstruo, no con pedazos de muertos como Frankenstein, sino con los mismos objetos que el imperio produce. Genera, así, un impacto por acumulación de elementos aparentemente inofensivos de la cultura pop, del terror, por ejemplo, sacados de contexto. Su procedimiento es obsesivo y diría que también exhaustivo, lo que constituye un gesto de vanguardia, porque agota las formas a su alcance para producir efectos que no son los esperados en un libro de poesía, que operan por momentos más cerca del pasquín, del informe técnico o la propaganda y que a la vez tiran de la hebra literaria por su cuidada sonoridad. Los traductores aciertan en la mantención de la música y del corte sincopado de los versos. El original se ataranta, carraspea, se acerca al zigzagueo del habla. La traducción mantiene esta especie de zapping, en el castellano neutro del periodismo televisivo entremezclado con el titubeo con que Kinsella arrastra las erres, pes y tes de un lenguaje pesado y chicharriento como una radio desde las trincheras de la guerra. También hay un esfuerzo loable por mantener las aliteraciones, así versionan “Baudrillard says: «Decidedly, / decision decide decimate deciduous / joggers jiggers jugglers juggernauts / are the true truist truisms truthfully” como “Baudrillard dice: «Decididamente, / la decisión disipa diezma de hoja caduca / marchistas medidas malabaristas monstruos / son verdaderos veracidad verdaderamente”.

A medida que se avanza, los poemas son cada vez más largos, creciendo, además, la confusión y una extraña belleza brindada por la unión de universos semánticos que al comienzo estaban diferenciados. Hacia la página 51 empieza el lirismo: “más el vudú militar, / la luna del seguro social”, porque todo rima en el consumo. América o el brillo va complejizándose como el capitalismo, que ofrece dentro de sí los nichos amables que anestesian a sus mismos críticos “como si la tierra no ocupada fuera / un mar que navegan zapatos y computadoras, / y alguna vez arte, poesía, comida picante.” Hacia un tercio del libro ya cuesta retener la información, un efecto similar al que produce luego de un rato la exposición a las redes sociales, a la televisión o a la lectura de varios periódicos. En la página 63 ya nadamos entre la enumeración aleatoria de objetos: “las motos, los teamsters, las consignas, / las secoyas bajadas hasta los tobillos, / las bailarinas de striptease…” con la ventaja adicional de la vanguardia poética, por oposición a la política, de disipar la frontera entre el mal y el bien. Kinsella baja la guardia a veces, como cuando informa los libros que sacó de la biblioteca, evidenciando sus fuentes y procedimientos –otro gesto de vanguardia–, pero a la vez manteniendo esa peligrosa distinción entre alta y baja cultura que pone a estos poemas en el lado correcto de la historia. Una eventual comodidad que lo aleja de la duda creativa, del sistema de grises que habitamos para evitar los blancos y negros de la guerra que a nivel temático él también discute aquí. Y lo alejaría también de la vanguardia política de ampliación del campo de lo posible para los oprimidos. Pero Kinsella ha estudiado las poéticas de la dificultad en Prynne y ha escrito libros a dos manos con poetas como Forrest Gander, entre otros; domina sus materiales y es elocuente en resolverlos cuando cerca del final se apropia del discurso antiambientalista, enrostrándonos argumentos a primera vista atendibles, como el derecho de los países pobres a superar el hambre antes que proteger a determinados insectos, para luego responder con los modos propios del ensayo. Paradojalmente, en esa impronta teórica libera la emotividad que en varios poemas tiene las riendas más apretadas. En los poemas muestra, muestra, muestra a un lector activo –vanguardia–, mientras que al argumentar se emociona, recalando en la tradición del canto en habla inglesa, que va desde la traducción de la Biblia del rey Jaime en 1611 al Aullido de Ginsberg. Como en ellos, las formas hacen que se sienta lo enunciado, comunicando atmósferas inquietantes incluso en la playa: “así que disfruten del oleaje las sobras del despegue del helicóptero / idiotas que practican knee-board y convidados de piedra que practican sail-board / donde tiburones tigres y blancos los matan”.

Volviendo a los referentes del sur, el viaje de Kinsella recuerda al de Sarmiento por Estados Unidos, pero con el efecto opuesto al que celebraba el argentino, en “cuartos de hotel con televisores que te mantienen atado a la cama” dice el australiano del país que obligó a la también australiana Nicole Kidman a operarse la nariz. América o el brillo recuerda en cada detalle que somos los otros, aun cuando pertenezcamos a esa mitad que cree estar adentro. Lo recuerda en los poemas sobre sus padres que exponen las contradicciones entre los únicos dos mundos que parecen posibles. Lo hace con ternura y feroz actualidad, a la luz del Brexit, de la elección de Trump, de la derrota del acuerdo de paz en Colombia. También son paradójicos el tránsito de los pacifistas hacia el apoyo implícito del sistema que propugna la guerra o que “Los servicios médicos son insuperables / así que es mejor estar aquí para recibir el tratamiento / pero no la cuenta.” Kinsella expone con gracia y dolor la consistencia de la intolerancia, desde la religión al nacionalismo, pasando por los impuestos y la delimitación de la propiedad privada. Sobre todo la tensión entre los individuos y el gran relato, entre la vanguardia poética y la política: “¿O eran una tía lejana y/o un primo político los que vivían en Chicago? / A nivel de la narrativa, importa. A nivel de la nación, para nada. / Aunque dudo que ellos lo hubieran visto de esa manera. / Quizás ella, ahora, sí. Él está muerto.”




en El Desconcierto, 26 de febrero 2017












No hay comentarios.: