El animal fue sacrificado.
Y sonó (por el viento) clara
una campana de aire –al azar
extendió sus notas (de pueblo
fantasma) bajo el parrón
donde se molía el verano
que precede los últimos oficios-.
Cayó
la sangre
llenando los tiestos
profundos hasta
desbordarlos.
El rostro
separado del
resto fue lavado
y llevado
después
dócilmente
vadeando
charcos de luz
entre ramas de
níspero y limonero
como una criatura.
El resto fue cuestión de simple oficio:
practicar una incisión, repartir, comer.
Dejar las sobras para los perros.
en
Thera, 2002
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