viernes, abril 28, 2017

Presentación de Cántico del Sol (de Ezra Pound), de Carolina Pizarro Cortés







Mi primera aproximación a la pluma de Pound no se relaciona con su obra poética, sino con su reflexión ensayística. La ya clásica distinción entre melopea, fanopea y logopea fue uno de los pilares de mi incipiente formación en teoría literaria, una mínima batería taxonómica que me permitió ordenar por primera vez el vasto campo de la poesía, la que hasta entonces, para mí, era antes que nada un lenguaje opaco, misteriosamente seductor, pero de difícil acceso. Gracias a Pound comprendí que la poesía tiene distintos énfasis, que se puede ingresar a ella desde diferentes niveles: la sonoridad, la imagen y la idea contenidas, y que cada una de estas entradas revela distintos escorzos del poema. Admiré, entonces, a Pound, porque descubrí en él un conocimiento del lenguaje poético que no solo alivianó las arduas sesiones de trabajo de esos años de estudio, sino que me sirvió de puerta de entrada al vasto mundo de lo lírico.

Debo confesar con pena, eso sí, que el entusiasmo inicial por Pound se vio prontamente opacado, no por causa de su obra poética, sino por algunos detalles inquietantes de su compleja biografía, sobre todo en lo que toca a sus opciones políticas. Me costó entender, en esos años especialmente polarizados, que un autor de su talla se inclinara por líneas de pensamiento y de acción tan distintas de las mías. En ese tiempo miré a Pound desde lejos, sin involucrarme mayormente con su trabajo creativo, leyendo solo lo que se me ofrecía dentro de un contexto académico muy preciso.

La presencia cultural del poeta, sin embargo, es demasiado fuerte. Pound está instalado en el contexto literario del siglo XX, desde donde irradia tanto su concepción de la poesía como su particular estética. Su obra es una piedra de toque para quien se interese por la poesía contemporánea, por lo que me ha tocado volver a él, intermitentemente, a lo largo de estos años. Lo he hecho de forma fragmentaria, sin mayor guía, atendiendo más a necesidades prácticas que al placer de la lectura. Por otra parte, a pesar de que tengo un buen conocimiento de su lengua, no es suficiente para captar las sutilezas de su estilo, por lo que el retorno a Pound ha sido a través de las traducciones de su obra. Este terreno, siempre difícil en el caso de la literatura, es extremadamente complejo en el caso de la poesía. El propio Pound, ducho en el oficio, decía que hay al menos un nivel del poema, su sonoridad, que no puede ser traducido.

Llegamos en este punto a los aportes de el libro que presentamos hoy, en una tercera edición corregida y aumentada. Cántico del sol, antologado y traducido por Armando Roa Vial, tiene un doble mérito: es en extremo valioso como selección de la obra de Pound y como versión de su poesía en lengua española. Roa ha logrado recoger en este volumen una muestra representativa de la trayectoria de un autor tan especial como Ezra Pound, que permite aproximarse a través de distintas vías a su producción poética. El volumen sigue un orden cronológico en la exposición de los poemas, en que se indica además la obra de la que han sido tomados, por lo que sus lectores pueden formarse una panorama inicial de las constantes y los cambios en la poesía de Pound. En este sentido, es posible tomarle el pulso a una trayectoria artística, poniendo atención en la obra misma y no en las vicisitudes contextuales que pudieran opacar su recepción. Se agradece no obstante la breve cronología complementaria que inaugura la antología, en la que se organiza con datos muy precisos la vida y obra del autor.

Desde el punto de vista de su carácter de traducción, por otra parte, lo primero que quisiera destacar de Cántico del sol es que se trata de una edición bilingüe, por lo que los lectores tienen acceso simultáneamente al texto original y a la propuesta interpretativa de Roa. Dicha propuesta, huelga decir, es más que convincente, quizás porque se inspira en un principio realista, que considera el oficio del traductor como una recreación. Cito la nota preliminar en la que Roa explica su criterio: “… traducir –dice– es imitar creativamente, reescribir un poema desde otro poema, ensayar un diálogo gozoso, asumiendo el universo afectivo y espiritual del autor”. Desde mi modesta posición de espectadora del resultado, puedo decir que en este caso específico –los poemas de Cántico del sol– el diálogo entre la voz autorial y la voz del traductor se percibe fluido, el carácter del original inglés se refleja en la versión española, lo que invalida felizmente el manido proverbio italiano.

Respecto del contenido de este volumen, cabe decir que los poemas de Pound que se antologan tratan de muy diversas temáticas. Prevalecen en la mayoría de ellos las alusiones cultas, una potente intertextualidad. En todas partes hay rastros de la poesía griega, de la medieval europea y la oriental clásica, intercaladas con escenas de la vida moderna que reflejan el espíritu del siglo XX. Para entender estas particulares combinaciones fue crucial el ensayo de John Berryman, “La poesía de Ezra Pound”, publicado al final del volumen a modo de epílogo. A propósito de las críticas que recibió el poeta por no dar cuenta de un gran tema dentro de su obra, señala Beryman:

“La poesía de Pound habla de Provenza, China, Roma, Londres, la vida medieval, la vida moderna, las relaciones humanas, autores, mujeres jóvenes, animales, dinero, juegos, gobierno, guerra, poesía, amor y otras cosas. Esto puede verificarse. Lo que los críticos deben querer decir, entonces, es que tienen conciencia de un defecto, o defectos, en la sustancia de su poesía. Sobre un defecto han sido explícitos: la carencia de originalidad en la sustancia. Pound no posee un tema propio. Pound –a quien aun en las más sorprendentes comarcas se le reconoce como un “gran” traductor– es mejor como traductor”.

El gran tema de Pound, que no alcanzan a ver los críticos, es según Berryman la vida del poeta moderno. Complementariamente, el gran tema de Pound que desde mi particular óptica neófita yo alcanzo a percibir, es la traducción misma. Su concepto de originalidad es en este sentido precursor. No se ancla en la novedad entendida como la emergencia de algo nuevo, sino que se nutre de la re-creación. Elaborar un poema sobre la base de un texto chino o griego antiguo es un ejercicio de una creatividad interpretativa notable, que exige de parte del poeta una doble sensibilidad: para captar el original y para darle nueva forma en una lengua –y por lo mismo, en una cosmovisión– completamente distinta. No podemos pasar por alto la coincidencia entre la labor de Pound y el ejercicio de traducción de Roa. La versión en castellano es, desde la óptica del traductor, también una re-creación, o, dicho de otra forma, el poema en tercer grado.

El centro del mundo poético de Pound no es, entonces, un tema específico, sino que el lenguaje, en particular, el decir poético. En el escaso tiempo que permite una presentación, y para dejar el apetito abierto en los futuros lectores y lectoras de la antología, me permitiré un recorrido supersónico por algunos de los poemas del libro en los que el centro de sentido es el poetizar. Este gesto es percibido y expresado por Pound como una necesidad. Por ejemplo, en el “Elogio de Isolda”, en versión de Roa, escribe el poeta:

            Un temblor me oprime al atardecer,
            pequeñas y rojas palabras elfos gimiendo una canción,
            pequeñas y grises palabras elfos gimiendo una canción,
            pequeñas y pardas palabras, desde las hojas, gimiendo una canción,
            pequeñas y pardas palabras, desde las hojas, gimiendo una canción.
            Las palabras son como hojas desteñidas, arrastradas en primavera
            sin saber muy bien el rumbo, buscando una canción.

El lenguaje es el que tiende hacia la poesía, esperando encontrarse con ella. Pound absorbe de tradiciones anteriores una forma de lirismo que revitaliza la palabra, pero no para su autocomplacencia, sino para devolverla a lo social. Frente a esas tradiciones, la poesía contemporánea es más bien reflejo de una decadencia. En el breve poema “Fratres minores”, Pound deja constancia de su descontento, apuntando a la penosa falta de originalidad de los poetas de su tiempo:

            Con sus cerebros adormecidos sobre los testículos
            algunos poetas aquí y en Francia,
            todavía suspiran sobre algo tan sabido y natural,
            algo zanjado completamente por Ovido.
            Les gusta aullar. Se lamentan con prosodia blanda y exhausta
            que el tirón de tres nervios abdominales
            sea incapaz de producir un Nirvana perdurable.

Para Pound, la poesía de los antiguos carga con una sabiduría que los contemporáneos no tienen. Una crítica complementaria es la que plantea la sección II del poema Hugh Selwyn Mauberley, concentrándose en la forma estética novedosa sin sustancia:

            La época demandaba una imagen
            de su mueca acelerada,
            algo para los modernos escenarios,
            no, bajo ninguna consideración, una gracia ática.

            No, ciertamente: los oscuros ensueños
            de la visión interior;
            ¡mejor mentiras
            que paráfrasis de los clásicos!

            La “época demandaba” principalmente un molde de yeso
            construido sin pérdida de tiempo,
            una prosa cinematográfica, y no, de seguro que no, el alabastro
            o el labrado de la rima.

En “Comisión”, finalmente, Pound nos revela el sentido y la orientación de su poesía: el proyectarse más allá de ellas mismas, alcanzando una dimensión social. Leo algunos fragmentos del poema:

            Vayan, mis canciones, a los solitarios e insatisfechos.
            Vayan también a los angustiados, a los complacientes,
            que abriguen mi desprecio por sus opresores.

            Vayan como una gran ola de agua fría,
            que abriguen mi desprecio por sus opresores.

            Que hablen en contra de la opresión inconsciente,
            que hablen en contra de la tiranía de los faltos de imaginación.
            Que hablen en contra de las servidumbres.

            Que vayan amistosamente,
            con palabras honestas.

            Que anhelen encontrar nuevos males y un nuevo bien,
            que estén en contra de todas las formas de opresión.

            Que salgan y desafíen convenciones,
            rebelándose contra el vegetal servilismo de la sangre.

            Que vayan en contra de todas las formas de amortización.

Por muy culta y refinada que sea, la poesía no es ni para sí misma ni para el poeta; es para los demás, se debe al mundo. Curiosamente, en este punto del recorrido, el poeta grandioso, tristemente aficionado a Mussolini, y la joven estudiante de literatura están de acuerdo.








Texto leído en la presentación de Cántico del sol,
antología de Ezra Pound traducida por Armando Roa Vial,
el 8 de enero de 2016




















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