¿En qué consiste un reportaje
fotográfico? En ocasiones una única foto cuya forma tenga el suficiente rigor y
riqueza, y cuyo contenido tenga la suficiente resonancia, puede bastar; pero
eso se da muy raramente; los elementos del tema que hacen saltar la chispa son
a menudo dispersos; uno no tiene el derecho de juntarlos a la fuerza, ponerlos
en escena sería una falsedad: de ahí la utilidad del reportaje; la página
reunirá esos elementos complementarios repartidos en varias fotos.
El reportaje es una operación
progresiva de la mente, del ojo y del corazón para expresar un problema, para
fijar un acontecimiento o impresiones sueltas. Un acontecimiento tiene una
riqueza tal que uno le va dando vueltas mientras se desarrolla. Se busca la
solución. A veces se halla al cabo de unos segundos, otras se requieren horas o
días; no existe la solución estándar; no hay recetas, hay que estar preparado
como en el tenis. La realidad nos ofrece tal abundancia que hay que cortar del
natural, simplificar, aunque ¿se corta siempre lo que se debe? Es necesario
adquirir, con el propio trabajo, la conciencia de lo que uno hace. A veces, se
tiene la sensación de que se ha tomado la fotografía más fuerte y, sin embargo,
sigue uno fotografiando, incapaz de prever con certeza cómo seguirá
desarrollándose el acontecimiento. Mientras tanto, evitaremos ametrallar,
fotografiando deprisa y maquinalmente, para no sobrecargarnos con esbozos
inútiles que atestan la memoria y perjudican la nitidez del conjunto.
La memoria es muy importante, memoria
de cada fotografía que, al galope, hemos tomado al mismo ritmo que el
acontecimiento; durante el trabajo tenemos que estar seguros de que no hemos
dejado agujeros, de que lo hemos expresado todo, puesto que luego será demasiado
tarde, no podremos recuperar el acontecimiento a contrapelo.
Para nosotros, existen pues dos
selecciones y, por lo tanto, dos reproches posibles; uno cuando nos enfrentamos
a la realidad con el visor, otro, cuando las imágenes están reveladas y fijadas
y se ve uno en la obligación de separar aquellas que, aunque justas, son
también las menos fuertes. Cuando es demasiado tarde, se sabe exactamente por
qué se ha fallado. A menudo, durante el trabajo, una duda, una ruptura física
con el acontecimiento nos crea la sensación de que no hemos tenido en cuenta
tal detalle en el conjunto; otras veces, con bastante frecuencia, el ojo se ha
dejado ir con indolencia, la mirada se ha vuelto vaga. Es suficiente.
En cada uno de nosotros es nuestro
ojo el que inaugura el espacio que va ampliándose hasta el infinito, espacio
presente que nos impresiona con mayor o menor intensidad y que se encerrará
rápidamente en nuestros recuerdos y se modificará en ellos. De todos los medios
de expresión, la fotografía es el único que fija el instante preciso. Jugamos
con cosas que desaparecen y que, una vez desaparecidas, es imposible revivir.
No se puede retocar el tema; como mucho se puede hacer una selección de
imágenes para la presentación del reportaje. El escritor dispone de tiempo para
reflexionar antes de que la palabra se forme, antes de plasmarla en el papel;
puede enlazar varios elementos. Hay un periodo en que el cerebro olvida, una
fase de asentamiento. Para nosotros, lo que desaparece, desaparece para siempre
jamás: de ahí nuestra angustia y también la originalidad esencial de nuestro
oficio. No podemos rehacer nuestro trabajo una vez que hemos regresado al
hotel. Nuestra tarea consiste en observar la realidad con la ayuda de ese
cuaderno de croquis que es nuestra cámara; fijar la realidad pero no
manipularla ni durante la toma, ni en el laboratorio jugando a las cocinitas.
Quien tiene ojo repara fácilmente en esos trucajes.
En un reportaje fotográfico llega uno
a contar los disparos, un poco como un árbitro y, fatalmente, se convierte en
un intruso. Es preciso, pues, aproximarse al tema de puntillas, aunque se trate
de una naturaleza muerta. Sigiloso como un gato, pero ojo avizor. Sin
atropellos, «sin levantar la liebre». Naturalmente, nada de fotos de magnesio,
por respeto a la luz, aunque esté ausente. De lo contrario, el fotógrafo se
convierte en un ser insoportablemente agresivo. Este oficio depende tanto de
las relaciones que establecemos con la gente, que una palabra puede estropearlo
todo, y hacer que todas las puertas se cierren. Tampoco en esto hay un único
sistema, lo mejor que puedes hacer es que te olviden, al fotógrafo y a la
cámara que es siempre demasiado visible. Las reacciones son muy distintas según
el país y el medio; en Oriente, un fotógrafo impaciente o apresurado se pone en
ridículo, lo que es irremediable. Si alguna vez nos vencen las prisas, o
alguien ha reparado en tu cámara, basta con olvidar la fotografía y dejar,
amablemente, que los niños se reúnan a tu alrededor.
en Fotografiar
del natural, 2003
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