De todos los que comen de esta mesa
el único que vive de su fuego es el
padre.
Yo no sé de dónde vienen estas
piedras
ni tampoco conozco a quien las trajo,
pero aquí las comemos, pero aquí las
mascamos.
Salvaje padre sorprendido en tu
error,
enemigo caliente de mirada amarilla,
me refiero a tu casa quemada por los
bárbaros,
me refiero a tu lecho marcado por un
nudo,
me refiero a tu alma que sale a
predicar a la calle
el domingo volcánico de los
evangelios,
palabra medio rota que envenena el
suburbio
coronado por la lengua de un ángel,
coronado por la lengua que has de
obedecer,
el decimal que te dará la muerte.
Padre en silencio, eliges el peso de
tu voz,
el exacto calibre que arma tu
vergüenza,
el bastón de la rabia, el cristal de
la sed
cuando el cáncer congela tu garganta
y te deja alucinar en su hueco.
Padre furioso contra un sol de neón
padre furioso contra un grito de
fuego,
encerrado con la luz que no
entiendes,
encerrado en la jaula del mal,
perseguido por tus bestias de piedra
ofendes la raíz de los árboles.
Las hormigas se comen un perro,
el perro se come la cara de un
hombre,
el hombre el excremento de un buey.
Bajo las mantas están tus hermanos
agazapados en la lágrima de su propio
calor.
Este fuego es su fuego, y es mi fuego
también,
este fuego es su hambre con las alas
de mosca.
Un hombre se come la cara de un
hombre.
Yo, mi padre, el padre de mi padre.
en Las jaulas,
1998
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