jueves, enero 05, 2017

“Bartleby”, de Olga Orozco





Había rehusado decir quién era, o de dónde venía,
o si tenía algún pariente en el mundo.
Herman Melville, Bartleby



 
Nadie supo quién fue.
Nunca estuvo más cerca de los hombres
que de los mudos signos.  
Él hubiera podido enumerar
los días que soportó vestido de gris  
desesperanza,
o describir siquiera la sombra de los sueños
sobre el muro vacío.  
Mas prefirió no hacerlo.
Nos queda solamente la mascarilla pálida,
la mirada serena con que eludió el llamado de todos los destinos,
la imagen de su muerte desoladoramente semejante a su vida.
No queremos pensar que fue parte en nosotros,
que fue nuestra constancia a las pacientes leyes que ignoramos.
Todos hemos sentido alguna vez la pavorosa y ciega soledad
del planeta,
y hasta el fondo del alma rueda entonces la piedrecilla cruel,
conmoviendo un misterio más grande que nosotros.
¡Oh Dios! ¿Es preciso saber que no podemos interpretar
las cifras inscritas en el muro?
¿Es preciso que aullemos como perros perdidos en la noche
o que seamos Bartleby con los brazos cruzados?
Preferimos no hacerlo.
Preferimos creer que Bartleby fue sólo memoria de consuelos,
de perdón, de esperanzas que llegaron muy tarde
para los que se fueron;
testigo de un gran fuego donde ardió la promesa
de un tiempo que no vino.
No será en ese cielo. En otro nos veremos.
Él estará también pálidamente absorto
contemplando la cara del muro.  
Deberá recordar una por una todas las cartas muertas.
Pero acaso aun entonces él prefiera no hacerlo.



en Las muertes, 1952
















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